Se planta en el Prado para pasar tres horas con Las Meninas: lo que pasa es una delicia
El reto de contemplar el cuadro de Velázquez sin distracciones se convirtió en un viaje interior que transformó la experiencia de mirar.

En tiempos de atención líquida —esa que se mide en segundos y se evapora con un simple scroll—, la idea de mirar un cuadro durante tres horas suena a castigo. Y, sin embargo, alguien lo ha hecho. El colaborador de The New York Times, Scott Reyburn, viajó hasta Madrid y decidió plantarse frente a Las Meninas, en el Museo del Prado. Ni selfies, ni WhatsApp, ni TikTok: solo Velázquez, su corte y 180 minutos de contemplación.
El reto no parte de un capricho. Jennifer Roberts, profesora en Harvard, lleva más de una década obligando a sus alumnos de historia del arte a pasar tres horas ante una sola obra. Ella lo llama “atención inmersiva”. Ellos lo describen con menos entusiasmo: pánico. Reyburn quiso comprobar cómo funcionaba ese método aplicado a uno de los cuadros más famosos del mundo.
Su experiencia arrancó con un privilegio. Durante una hora, antes de que abrieran las puertas, contempló el lienzo en soledad. “Me sentí rey de España por 59 minutos”, anotó en su diario. Poco a poco empezó a fijarse en todo: el tamaño abrumador del lienzo, el espejo del fondo con los reyes reflejados, la luz que convierte a la infanta Margarita en inesperada protagonista. Lo que parecía un simple retrato cortesano se transformó en un rompecabezas infinito.
Y con el tiempo llegaron las preguntas. ¿Está Velázquez realmente pintando o solo posando con la cruz en el pecho? ¿Qué hacen ahí la princesa, las meninas, el perro roncando y el bufón recostado sobre él? ¿Es la escena un retrato fiel o una broma barroca? “Es casi como si Velázquez contara un chiste”, dijo una estudiante embobada frente al cuadro.
Cuando el público entró, a los 63 minutos, la dinámica se invirtió. El reto que parecía una batalla contra el déficit de atención acabó revelando lo contrario. Sin móviles (prohibidos en el Prado), la mayoría de visitantes se quedaba unos diez minutos. Una eternidad frente a los 17 segundos que, según los estudios, dedica un visitante promedio a una obra. La supuesta derrota resultó ser una victoria silenciosa: Las Meninas hipnotiza sin necesidad de algoritmos.
Otros compartieron la obsesión de Reyburn. El fotógrafo Carlos Chavarría intuyó que “la pintura muestra lo que ocurre detrás de escena, no a los protagonistas”. Una vigilante del Prado, con 18 años de servicio y 2.000 horas frente al lienzo, fue más directa: “Velázquez quería demostrar lo que era capaz de hacer con la pintura. Y lo hizo”. Difícil contradecirla con semejante currículum de guardia.
Entre espejos, pinceladas que parecen movimiento y personajes que devuelven la mirada, el tiempo se doblaba. Una estudiante murmuró: “Podría mirar esto todo el día”. Y Reyburn lo resumió con precisión: el cuadro “tiene gravedad propia”: atrae, sostiene, nunca se agota.
Tras 180 minutos exactos, cerró su cuaderno con una constatación: Las Meninas no se miran, se habitan. Velázquez jugó con reflejos, jerarquías y silencios hasta convertir un retrato cortesano en una obra que, del siglo XVII a la era de la inteligencia artificial, sigue atrapando al espectador.
La próxima vez que abras TikTok durante tres horas, recuerda: Velázquez ya inventó el engagement en 1656. Y lo hizo sin WiFi.
