El espíritu navideño está en peligro
"Esta cruzada en defensa de la Navidad no es una ensoñación patria, ni para eso llegan. Es una nueva importación del trumpismo".

El 29 de octubre de 1994 Mariah Carey lanzó “All I want for Christmas” como single de su disco “Merry Christmas” y, desde entonces, se ha convertido en un clásico en estas fechas. Tanto que hay quien sostiene, no sin algo de razón, que el pistoletazo de salida oficioso de la Navidad lo marca la escalada de búsquedas en Google de este villancico.
Hay otras tradiciones más nuevas, que llevan menos tiempo entre nosotros, pero que vienen golpeando fuerte. Una es que la llegada de los turrones a los supermercados nos pille aún con ropa de entretiempo. Otra es la creciente manía persecutoria de la derecha con la Navidad.
En su carrera desbocada por generar polémicas de la nada, esta vez la han tomado con las Pascuas. Están convencidos, y así nos lo hacen saber, de que la Navidad está en peligro de extinción. No hay discurso en diciembre que no incluya la advertencia. No han hecho falta belenes destrozados, ni villancicos prohibidos, ni árboles decorados talados. Nada de eso. Un par de mensajes que se limitan a felicitar las fiestas sin incluir el literal “Feliz Navidad” han sido suficientes para denunciar un ataque ataque a la línea de flotación de la civilización occidental que debe ser respondido con contundencia.
La escena es conocida. Demasiado. Porque esta cruzada en defensa de la Navidad no es una ensoñación patria, ni para eso llegan. No es más que una nueva importación del trumpismo. La traducción del war on Christmas que lleva años recorriendo los platós de Fox New y que ahora se emite doblado al castellano e interpretado por unos pésimos actores.
De esta cutre mimetización sorprende, una vez más, la hipocresía. Los mismos que se rasgan las vestiduras por la amenaza imaginaria que acecha a la Navidad son incapaces de mostrar un atisbo de humanidad cuando la vida real llama a sus puertas. Sólo hay que recordar a Abascal hablando sin pudor de hundir barcos llenos de personas a bordo en el Mediterráneo, a Albiol jactándose del desalojo de 400 personas en Badalona o a Almeida prohibiendo el reparto de bocadillos a personas sin hogar. Por no hablar del ayuntamiento de Villalba desahuciando a una mujer que, semanas después, ha aparecido muerta en la calle o sus silencios cómplices, cuando no enfervorecidos aplausos, al genocidio de Israel en Palestina. ¿Acaso no pone todo eso en peligro la Navidad y todo lo que representa?
Coincidiremos, profesemos o no fe alguna, en que los valores asociados tradicionalmente a la Navidad -la empatía, la solidaridad y la acogida- parecen poco compatibles con cualquiera de estos personajes y los de su calaña. Pese a que insisten en presentarse como los guardianes de las esencias navideñas, son incapaces de predicar con el ejemplo e incorporar algunos de esos principios -cristianos sí, pero también profundamente universales- a ningún ámbito de su vida pública.
Conviene no entretenerse mucho más en esta batallita cultural condenada al fracaso. Los conspiranoicos pueden respirar tranquilos: la Navidad goza de buena salud. Y si está más viva que nunca es gracias a que cada vez hay más maneras de vivirla y celebrarla; justo lo que escandaliza a quienes han hecho de la crueldad un programa político y de la falta de empatía una virtud, la auténtica amenaza.
