'Ignasi M.': porque yo lo valgo

'Ignasi M.': porque yo lo valgo

El film se centra en la familia. Una formada por Ignasi M., homosexual activista y seropositivo (y dedicado al arte), su exmujer con diversidad funcional y ahora lesbiana, su padre con tendencias suicidas (y artista), su madre frustrada (y artista) y sus hijos, emigrantes de éxito (y artistas, claro).

El personaje gay, el de la silla de ruedas, el cristiano, el reflexivo... no, no es un capítulo de la bienintencionada serie musical Glee (Brennan, Falchuk y Murphy, desde 2009). Se trata de Ignasi M. (2013), la última película de Ventura Pons. Y aquí no hay estereotipos con aroma a gominola, sino personas reales encabezadas por Ignasi Millet i Bonaventura. Si la serie habla sobre cómo sobrevivir siendo distinto (y artista) en un entorno comunitario esencial, el instituto, el film se centra en una unidad social todavía más básica: la familia. Una formada por Ignasi M., homosexual activista y seropositivo (y dedicado al arte), su exmujer con diversidad funcional y ahora lesbiana, su padre con tendencias suicidas (y artista), su madre frustrada (y artista) y sus hijos, emigrantes de éxito (y artistas, claro). Diversidad por todas partes, la de las orientaciones sexuales, las enfermedades, los estilos de vida... y el arte, sí, que actúa como aglutinante.

Pese a lo chocante de poner según qué etiquetas juntas -consideradas incompatibles con excesiva ligereza-, el retrato familiar de Ignasi M. no resulta particularmente lejano o insólito. En otros tiempos, lo poco habitual era convertido en rareza consumida con morbo, mientras que ahora, aunque lentamente, se erige en una normalidad agrandada. Por poner un ejemplo, en el siglo XVII Magdalena Ventura, llamada la barbuda por el hirsutismo que le confería vellosidad y apariencia masculina, fue convocada a la corte de Nápoles por el III Duque de Alcalá para que su pintor inmortalizara lo extraño de su aspecto. Y José de Ribera, lo Spagnoletto, obedeció a la manera de su época, poniendo el acento en la diferencia. Ahora, en cambio, iniciativas como Ignasi M. resaltan lo cercano y, en consecuencia, universal.

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De lo raro a lo universal: arriba, fragmento de La mujer barbuda (José de Ribera, 1631), © Fundación Casa Ducal de Medinaceli, Toledo; abajo, la exmujer y el hijo mayor del protagonista de Ignasi M. (Ventura Pons, 2013), © Els films de la Rambla, S.A.

La diversidad mostrada en Ignasi M., por supuesto, no tiene nada que ver con el modelo familiar único e indiscutible impuesto por las ideologías políticas azules y las jerarquías religiosas púrpura, empeñadas en tildar la diferencia como motivo de ruptura, separación y cicatriz. A graznido de gaviota o zureo de paloma, desde sus foros, sus medios de comunicación, sus atriles y sus púlpitos, los sectores más reaccionarios atacan lo que se salga de una norma que, día a día, se va alejando de los hogares. Porque, lo quieran o no los azules y los púrpuras, lo llamado normal cada vez es menos normal. Pese a retóricas grandilocuentes y amenazadoras, con los años la ciudadanía -soberana y aconfesional, ¿no?- ha ido aprendiendo a zafarse de las dictaduras y, en consecuencia, a amar la libertad. Y a hacer de ella lo verdaderamente normal, una normalidad que se hace grande y acogedora, basada en valores auténticos como el amor y el respeto, y no en códigos memorizados o moralina recitada.

Ahí están los dos pilares en que se sustenta la flagrante normalidad del documental Ignasi M. El amor que, pese a sus diferencias, profesan los protagonistas entre sí, todos pivotando alrededor del cómico, lúcido, delirante, irreverente y comprometido Ignasi. También el respeto con que acogen sus diferencias -usamos el verbo acoger, muy distinto del perverso tolerar-. El mismo sentido del respeto, por cierto, con que se manejó el director Ventura Pons a la hora de introducirse en las interioridades de una familia sin resultar invasivo o pornográfico. Así, tanto los monólogos de Ignasi como las conversaciones con sus familiares, compañeros de trabajo y amigos sirven para visibilizar que salirse de lo que dictan algunos no implica ser un bicho raro. El bicho raro es el que no sabe amar ni respetar. Es decir, el cobarde.

Es bien conocida la predilección de Pons por las personalidades valientes, de ahí que en su extensa filmografía los tres documentales que ha dirigido cuenten las historias de personas con ese rasgo de carácter como denominador común: el pintor y travesti de Ocaña, retrato intermitente (1978), el músico de El gran Gato (2002) y ahora el museólogo y activista Ignasi M., que parece hacerlo todo porque yo lo valgo -parafraseando el conocido eslogan de L'Oréal, hoy un grito de guerra de la autoafirmación-. Y, de entre los tres, Ocaña... e Ignasi M.son retratos paralelos, pero representando la valentía aplicada a dos entornos bien distintos: de la marginalidad de la Rambla barcelonesa de finales de los 70 a la respetabilidad de un profesional que ha tenido entre sus manos los restos del mismísimo rey Pere el Grande.

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El protagonista de Ignasi M. (Ventura Pons, 2013), © Els films de la Rambla, S.A. Su conexión con el público es innegable, aunque estos la llamen "carisma", aquellos "energía", los otros "simpatía", los de más allá "sinceridad" y los de más acá, simplemente, "testosterona".

Es curioso observar cómo algunas de las críticas que se le hacen a Ignasi M. tienen que ver precisamente con el deseo de verse más reflejado en su metraje. El gay hubiera querido que se enfatizara más la opción sexual de Ignasi, el seropositivo su condición inmunitaria, el parado el cierre de su empresa, el museólogo su visión del patrimonio, el padre su paternidad, el hijo su... bueno, como se llame la cualidad de hijo. De este modo, lo que se hace patente es cómo cualquiera de nosotros somos una parte de Ignasi o de los suyos, y que gracias a su generosidad y al ojo clínico de Ventura Pons queda claro que la diferencia, en la vida o en el arte, no es tan rara como nos la pintaron.