Resucitar a Palme

Resucitar a Palme

Olof Palme, primer ministro de Suecia, se reunió con un militar portugués en 1975; durante el encuentro, el luso aseguró que la Revolución de los Claveles acabaría "con todos los ricos". A lo que el sueco respondió: "¡Vaya! Nosotros preferimos acabar con los pobres". La anécdota resume con acierto la trayectoria de uno de los padres de la socialdemocracia europea.

GTRES

En 1975, cuando el mundo vivía bajo fuertes tensiones producto de la Guerra fría, Otelo Saraiva de Carbalho, destacado general de la Revolución de los Claveles lusa, se presentó en Estocolmo para reunirse con el primer ministro sueco e intercambiar opiniones sobre la situación política europea. El militar trasladó a su interlocutor que "nuestra revolución va a acabar con todos los ricos", a lo que el político respondió: "¡Vaya! Nosotros, en Suecia, preferimos acabar con los pobres".

No soy muy dado a realizar homenajes póstumos porque rezuman un cierto oportunismo, aunque tengan muchos retweets. Pero teniendo en cuenta que, gracias a él -junto a Brandt y Kreisky-, Europa dejó de actuar como una voz unísona en favor de las posiciones en política económica y exterior de EEUU, y que fue asesinado de un tiro en la espalda tras defender que todos los ciudadanos tuvieran unas condiciones de vida dignas, creo que es de justicia dedicarle unas líneas a Olof Palme, ahora que se cumplen 30 años desde su muerte, el 28 de Febrero de 1986.

La anécdota inicial con el general portugués resume con bastante acierto la trayectoria de uno de los padres de la socialdemocracia europea. No es casual que sea el político sueco con mayor proyección internacional. Los motivos van más allá de las políticas sociales con las que dotó a su país -en apenas dos generaciones, Suecia pasó de la más absoluta pobreza a ser el paradigma de lo que hoy en día conocemos como el Estado de Bienestar. Hay que destacar sus críticas a EEUU por el abuso que supuso la guerra de Vietnam, a la URSS por la ocupación de Checoslovaquia, a las armas nucleares, a la dictadura de Franco en España, a la dictadura de Pinochet en Chile, a la vergonzante política del apartheid en Sudáfrica, así como su defensa acérrima del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino y la no injerencia estadounidense en Cuba. En definitiva, llevó sus principios y valores a la política exterior de su país. Algo ciertamente revolucionario, porque las relaciones internacionales son el terreno donde los intereses de los estados se enfrentan de forma más descarnada.

A nivel interno, durante sus 10 años como primer ministro de Suecia, luchó en contra del mercadeo de los servicios públicos, llegando incluso a posicionarse en contra de que éstos tuviesen una alternativa (o competencia) privada, pensamiento que hoy escandalizaría a más de uno. Tampoco le tembló el pulso al poner en marcha medidas encaminadas a evitar la tendencia natural del mercado a discriminar según la riqueza en aquello que afecta a las necesidades básicas. Como autocrítica colectiva, resulta bastante certero que los socialdemócratas hemos cedido demasiado ante "las fuerzas del mercado" en las últimas décadas.

Para aquellos adalides del ultraliberalismo, que hoy tristemente han hegemonizado con sus ideas buena parte del poder en Europa y el mundo, que aseguran que libertad e igualdad son antónimos, conviene rescatar otra cita de Palme: "Para nosotros, la igualdad es una forma de libertad. Su objetivo es quitar de en medio lo que obstaculiza el libre desarrollo de las personas". Tres décadas después de su asesinato, se hace más presente que nunca.