Viola, la niña que nació dos veces

Viola, la niña que nació dos veces

La primera cosa que me dijeron no fue "es preciosa", sino "tenemos que comprobar que no haya sufrido ningún daño cerebral". Lo primero que pensé fue que sería el amor de mi vida, ese que compensa la injusticia de haber experimentado el dolor y el miedo demasiado pronto.

Daria Simeone

Hace cinco días tuve que volver a la zona de Maternidad del hospital con mi hija de cinco días para que las matronas rellenaran unos papeles para poder inscribirla en el Registro Civil de Barcelona. Cuando salimos del hospital el día anterior, se olvidaron de rellenar los papeles con la fecha y la hora de nacimiento. "Por lo que a mí respecta, esta niña no ha nacido", me dijo la mujer del Registro cuando le di el formulario incompleto.

Mientras esperaba a que las matronas me devolvieran los papeles, y con Viola empecinada en destrozarme los pezones, apareció un padre en la sala de espera y gritó "¡ha sido niña!" a la vez que abrazaba a los cuatro nuevos abuelos. Estaban tan felices... Sin poder controlarlo, me eché a llorar, como cada vez que veo la escena en la que E.T. se despide desde la nave que le lleva de vuelta a casa.

Lloraba porque yo nunca había podido experimentar esa felicidad porque mi novio (británico con raíces árabes) tuvo que darles a los abuelos las buenas noticias con miedo por no saber qué ocurriría, pero con la sensación de que no sería nada bueno. Esta segunda vez, como la primera, el mensaje llegó claramente: mi cuerpo no está hecho para tener hijos.

Viola nació mediante una cesárea de emergencia una noche de agosto, hacia las 3 de la mañana, mientras yo sufría los síntomas de una ruptura uterina por culpa de los últimos empujones. Igual que con su hermana. Tuvieron que sacarla tirándole del pelo, se le acababa el oxígeno. La primera vez que la vi fue en una foto que su padre me envió mientras yo estaba en la UCI. Ella también estaba en la UCI en otra parte del hospital, en una incubadora y con electrodos por todo el cuerpo. La primera vez que pude cogerla no tenía ni idea de cómo hacerlo sin enredar todos los cables que le ayudaban a respirar y sin apretar la aguja de la vía. La primera cosa que me dijeron no fue "es preciosa", sino "tenemos que comprobar que no haya sufrido ningún daño cerebral". Lo primero que pensé fue que sería el amor de mi vida, ese que compensa la injusticia de haber experimentado el dolor y el miedo demasiado pronto.

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Después vi a su hermana mayor. Puede que me afectara el torrente de hormonas que llega a las madres unos tres o cuatro días después del parto; o el recuerdo de la violenta operación gracias a la que nació Viola; o a lo mejor fue por la belleza de Mia, el hecho de que hable, ría o lo ensucie todo mientras su hermana pequeña apenas puede sonreír y tiene el aspecto de un viejo arrugado. Todo lo que sé es que la miré y pensé "¿pero qué he hecho?".

Fue entonces cuando empecé a echar de menos a Mia y a nuestros ratos a solas.

Cuando vi cómo mi cuerpo pasó de la plenitud del embarazo a la flacidez de un vientre que se había vaciado demasiado rápido.

Cuando sentí el dolor de una herida cerrada con unas grapas parecidas a las que usábamos en el colegio para hacer cestas de Navidad.

Cuando maldije al Dios de la lactancia por mandar leche sin un manual de instrucciones.

Cuando no respondí a las llamadas de gente que quería saber qué ocurría.

Cuando busqué en Google "¿cuándo empiezan los recién nacidos a perder el vello corporal?".

Cuando miré a mi hija y pensé "¿pero quién es esta?".

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Al día siguiente, cinco días después de dar a luz, ingresé en el hospital por una infección posparto. Viola, mi novio y yo volvíamos al hospital. Tres días más comiendo comida asquerosa de hospital, dos noches más lejos de Mia. La última noche, mientras salía con sus abuelos y su tía del hospital para pasar la noche con ellos, nos suplicó que fuéramos con ella. Le prometí que sería la última vez que iba a dejarla sola con la esperanza de poder cumplir la promesa esta vez.

Durante esas interminables horas en las que mis padres envejecieron por culpa del miedo, mi hermana lloraba de rabia, mi exnovio me trajo un sándwich con jamón de Parma para animarme, mi amiga Cristina me trajo una bolsa llena de comida basura y un libro de Murakami y mi amigo Luca sedujo a todas las enfermeras y doctoras posibles para conseguir información confidencial sobre mi salud, me olvidé de las grapas, de mi tripa y del vello corporal. Y empecé a responder a las llamadas para contarle a la gente lo que había pasado.

Viola nació a las 3:16 de la mañana del 6 de agosto. Y es preciosa. Además, también está inscrita en el Registro Civil de Barcelona. Pero a las 14:20 del 14 de agosto, el día del cumpleaños de mi novio, todos volvimos a nacer al abandonar esa habitación de hospital. No lo celebramos abrazándonos en la sala de espera, pero mi madre me llamó y me dijo: "He hecho albóndigas con salsa de tomate para ese novio tocahuevos que tienes, pero sólo porque es su cumpleaños".

Este post fue publicado originalmente en la edición italiana de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.