El español afincado en Londres que creó el reloj de la Puerta del Sol y, de paso, el del Big Ben
Es el gran protagonista de cada Nochevieja.

Muy pocos saben que el reloj de la Puerta del Sol y el Big Ben tienen muchas más similitudes de las que se cree. De hecho, son hermanos. Ya que su padre, el relojero José Rodríguez Losada, habiendo trabajado sólo como limpiador en una relojería, le terminaron contratando.
Afincado en Londres, huyendo de la conspiración liberal en España, se casó con la viuda del relojero y se encargó de la tienda y el taller. Antes de ser contratado para terminar el Gran Reloj del palacio de Westminster, porque el encargado anterior murió antes de acabarlo.
Desde la capital británica, fue nombrado relojero de cámara de la reina Isabel II y cronometrista de la Marina Militar Española. Pero, en una de sus visitas a Madrid, decidió fabricar y regalar el famoso reloj de la Puerta del Sol.
Donó el reloj en 1866
El escenario de que el reloj falle es “muy remoto” pero “posible” porque “con las máquinas no te puedes andar con historias”, indica López-Terradas, dueño de la Relojería Losada y bisnieto de José Rodríguez Losada, también relojero, que donó el Reloj de Sol en 1866, durante el reinado de la reina Isabel II.
El relojero volverá a pasar los últimos segundos del año pendiente de que todo esté en su sitio, siempre acompañado por Santi y Pedro, dos profesionales de la Relojería Losada que se encargan de comprobar el sonido de los cuartos y las horas y el mecanismo de la bola, con especial atención a la parte de abajo de la ‘zona cero’ del reloj de Sol, para que el barullo de la calle no absorba el sonido de las campanadas.
A López-Terradas no le importa que su trabajo le impida tomarse las uvas. “Estás pendiente de que los otros cuarenta millones de personas se las coman a gusto, en la calle, y sean felices. ¿Nuestro mejor rato? Cuando se da la última campanada”, cuenta. En ese momento, los tres relojeros se quedan “tan a gusto” que todo merece la pena.
“Estamos aquí y escuchamos todo, porque antes de que caiga la bola se escucha todo a todo el volumen, con la gente riendo, hablando… Entonces empieza a caer la bola y todo el mundo, callado. Y cuando cae la última campanada, la explosión de alegría la escuchas y es agradable”, señala.
A pesar de que todas las miradas apuntan hacia él cada mes de diciembre, López-Terradas cree que el oficio de relojero “no va a ir mucho más allá” en esta era digital, en la que “muchas personas, más allá de arreglar un reloj, lo tiran y se compran otro”.
