Barcelona, años setenta
Locales tan conocidos y barceloneses como El Molino, el Apolo o el Bagdad estaban puerta por puerta con otros menos recomendables y más ocultos...

El año 1972 se estrenó en Barcelona en el mes de marzo, con la explosión de un edificio en la calla Capitán Arenas. Fue una tremenda explosión que destrozó el bloque de diez plantas y causó la friolera de dieciocho muertos. Unos meses después, en octubre, otra explosión semejante en el barrio de Sants derribó tres edificios y mató a catorce personas. De esta última no hubo duda alguna de que el causante fue el gas doméstico, pero la primera, la de Capitán Arenas, nunca fue suficientemente explicada. La Compañía de Gas nunca reconoció su responsabilidad en aquel hecho y no se logró aclararlo, dejando en el aire la posibilidad de un atentado. Lo que se ha dado en llamar el “tardofranquismo” tenía esas cosas en la ciudad de Barcelona pues había una pugna soterrada entre los partidarios del gas natural, subidos al carro del modernismo y los recalcitrantes que se aferraban al “gas ciudad” y a la dictadura. Y esa era Barcelona en los años setenta. En la zona alta de la ciudad seguía abierta, con discreción, el inmueble conocido como la Casita Blanca, pero en los alrededores de la Avenida del Tibidabo había otros clubes más sofisticados, más exclusivos y menos conocidos, frecuentados por la alta burguesía.
Abajo, como se dice en Barcelona, en dirección al mar y la ciudad vieja la cosa adquiría otras características. Allí estaba el tradicional “barrio chino”; la calle de las Tapias, San Ramón, Robador, San Jerónimo, San Olegario, Cadena o Joaquín Costa. En los años setenta, en esa zona se movía la prostitución, el trapicheo de bajo nivel y la marginalidad en general y también la policía, que mal que bien, convivía con todo ello. Locales tan conocidos y barceloneses como El Molino, el Apolo o el Bagdad estaban puerta por puerta con otros menos recomendables y más ocultos. Un centro importante de la época, con travestidos, prostitutas, pequeños rateros y mendigos, era la Plaza Real, con su fuente central donde tenían lugar algunos cambalaches ilegales y sus locales aledaños como el Jamboree, club de jazz.
Todavía en esos años, principios de los setenta, el conocido hoy como “moll de la fusta”, el muelle de Bosch y Alsina, era popularmente llamado “muelle de la madera”, donde atracaban buques cargados de ese material importado desde África y que a finales de la década se fue transformando en lugar de atraque de yates, frente al Real Club Náutico en el Muelle de España. Era el club, más que hoy en día, un elitista centro de la burguesía barcelonesa con el conde de Godó como presidente y participaban en sus regatas de vela personalidades de la burguesía como Emilio Ibarra, Eusebio Bertrand o Ignacio Aznar. Al otro lado, la élite ciudadana podía divisar desde el Club Náutico los muelles de Poniente, de San Beltrán y de la Costa, todavía en aquella época lugares de carga y descarga de buques, cercanos a la estación del Morrot.
‘Los peces solo flotan muertos’, de José Luis Caballero (Roca Editorial)