De tatuajes y rebeliones

De tatuajes y rebeliones

Un tatuaje en la cabeza de un esclavo fue el detonante de las famosas Guerras Médicas.

Constantino I, el emperador que prohibió los tatuajes faciales. Print Collector via Print Collector via Getty Images

Al parecer, y según nos cuenta el historiador Heródoto (484 a. de C.-426 a. de C.), los griegos aprendieron el arte del tatuaje de los persas, así como la idea de grabar con ellos a esclavos, cautivos, desertores y prisioneros de guerra. Es sabido que a los esclavos les tatuaban con la letra delta, la primera de la palabra “esclavo” en griego.

Además, aquellos prisioneros que habían sido condenados por crímenes abominables les entintaban la frente con su delito, de forma que pudieran ser fácilmente identificables si conseguían escapar y, además, para prolongar su pena una vez eran liberados.

Por eso no debe sorprendernos que inicialmente los griegos empleasen para referirse a los tatuajes el término “dermatotiksia” –del prefijo derma, piel, y estigma, que hacía mención a los signos corporales que se asociaban a los delincuentes-.

Estigmatizados quedaron un grupo de tebanos, capitaneados por el rey Leónidas, en la famosa batalla de las Termópilas.  Cuando comprendieron que la victoria estaba del lado de los persas no duraron en desertar de las filas griegas, sin embargo, el rey persa Jerjes decidió afearles aquel gesto, el de la traición, tatuándoselo en la piel, de forma que les fuera imposible regresar a su polis nuevamente.

El tatuaje que cambió la Historia

La batalla de las Termópilas formó parte de las Guerras Médicas, un nombre que nada tiene que ver con la medicina sino con uno conflicto que se liberó entre el Imperio persa, por un lado, y las polis del Peloponeso, por otro, y que tuvo lugar en el siglo V a. de C.

La primera provocación corrió a manos del tercer rey de la dinastía aqueménida –Darío I-, en su pretensión de expandir el imperio hasta el reino de los escitas mandó construir un puente sobre el río Danubio.

Cuando los jonios se enteraron de lo sucedido decidieron plantarles cara destruyendo el puente. Sin embargo, Histieo, el tirano de Mileto, les convenció de que no estaban preparados, aquello poco más que sería un suicidio colectivo. Era necesario tragar saliva y esperar.

Cuando el rey aqueménida se enteró de que Histieo había evitado una guerra decidió nombrarle su consejero personal. De esta forma el griego consiguió ganarse la simpatía personal y conocer de primera mano las debilidades de su enemigo. 

Tiempo después Histieo entendió que había llegado el momento de alzarse en armas y envió un mensaje oculto a su yerno (Aristágoras) que había ocupado su lugar al frente de Mileto. Para evitar que el mensaje fue capturado decidió ocultarlo. Rapó la cabeza a un esclavo y le tatuó: “Histieo a Aristágoras: subleva Jonia”.

Cuando al esclavo le creció el pelo le envió desde Susa, la capital persa, hasta Mileto con una consigna, solo se podía rapar la cabeza en presencia de su yerno. Cuando Aristágoras recibió el mensaje partió hacia el Peloponeso en busca de ayuda, era preciso implicar a Esparta y Atenas en la causa. Desgraciadamente para el tirano de Mileto únicamente los atenienses secundaron a los milesios. Las Guerras Médicas acababan de empezar.

Prohibido tatuarse la cara

Hacia el 330 de nuestra era el emperador Constantino I prohibió de forma expresa los tatuajes faciales, únicamente era posible tatuarse las manos o las pantorrillas. El motivo de esta decisión imperial no era otro que considerar que el rostro del hombre había sido forjado a imagen de semejanza de Dios y, por tanto, era un sacrilegio desfigurarlo. No contentos con esto, en el Segundo Consejo de Nicea (787) se prohibió a los cristianos tatuarse cualquier parte de la piel, por considerarla una práctica pagana.

Todo cambiaría con la llegada de las cruzadas (1095), momento en el cual se originó la costumbre de tatuar a todos aquellos que culminaran su peregrinación a Tierra Santa. El tatuaje más demandado en aquella época por los peregrinos era la conocida como cruz de Jerusalén, formada por una cruz griega grande y cuatro más pequeñas, exactamente iguales, en cada uno de sus laterales. Con ella se representaba las heridas que sufrió Jesús en la cruz.

En estos momentos hay una familia –Razzouk- que tiene su estudio de tatuajes en la ciudad de Jerusalén con una tradición, en el arte de tatuar a los peregrinos, que se remonta a más de siete siglos.