¿Tienes novia? Por qué nunca debemos hacerle esta pregunta a un niño

¿Tienes novia? Por qué nunca debemos hacerle esta pregunta a un niño

Se trata de una pregunta aparentemente inocente que puede tener consecuencias en la forma en la que el pequeño se relaciona con los demás.

okskukuruza via Getty Images/iStockphoto

Un artículo de Mireia Orgilés, Catedrática de Universidad. Experta en Tratamiento Psicológico Infantil, Universidad Miguel Hernández y José Pedro Espada Catedrático de Psicología, Universidad Miguel Hernández.

Cuando a la salida del colegio una madre le pregunta a Nicolás, de 4 años, si tiene novia, el niño mira con extrañeza a su padre y le dice: “Papá, ¿tenemos novia?”, como quien se cuestiona si tiene en casa el último modelo de robot de cocina.

En un cumpleaños infantil uno de los padres se acerca a Olivia, de 7 años, para preguntarle quién es su novio. La niña de inmediato baja la cabeza y se aleja avergonzada del grupo de niños con el que está jugando. Al día siguiente en el colegio evita estar con ellos, porque le da vergüenza que alguien piense que alguno de sus amigos es su novio.

Las dos situaciones seguramente nos resulten familiares, ya que es habitual que los adultos formulen preguntas como ésas a los niños. Aunque obviamente solo pretenden observar cuál es la reacción del niño, se trata de una pregunta aparentemente inocente que puede tener consecuencias en la forma en la que el pequeño se relaciona con los demás.

La interacción con los iguales constituye un medio muy potente de aprendizaje. El concepto de amistad evoluciona a lo largo de las etapas evolutivas y difiere por tanto en función de la edad del niño. Robert Selman, profesor en la Universidad de Harvard, propuso una de las teorías más conocidas sobre la evolución de la amistad.

Este experto sugería que mientras que los preescolares mantienen una visión egocéntrica de la amistad y consideran amigo a aquel con quien comparten juegos y un mismo espacio físico, para los niños de la etapa escolar cobran importancia las preferencias compartidas y la cooperación. En la adolescencia se valora más el apoyo mutuo.

Las relaciones con los iguales contribuyen al desarrollo emocional y social, fomentando el sentimiento de pertenencia al grupo. En la infancia es normal la curiosidad por el propio cuerpo y por el cuerpo de otros, mientras que en la preadolescencia son frecuentes las conductas de exploración sexual.

El cambio en la naturaleza de las relaciones con los iguales tiene lugar en la adolescencia, con el aumento del interés sexual. No es hasta ese momento cuando las relaciones de amistad evolucionan hacia un vínculo afectivo mayor.

Desde pequeños existe una preferencia por relacionarse con pares del mismo género que se mantiene hasta la adolescencia. Aunque es común que los niños prefieran jugar con iguales de su género, esta segregación influye en la forma de relacionarse con los demás.

Los adultos, con nuestros comentarios, aprobamos o reprobamos las relaciones que los niños mantienen con sus iguales, condicionándolas. Influimos, posiblemente de forma ingenua y no malintencionada, en la forma en la que los niños y las niñas se relacionan entre ellos.

Aunque existe una preferencia documentada hacia las amistades del mismo sexo, a edades tempranas los niños no atribuyen a nada más que a la amistad las relaciones que mantienen con los otros. De hecho, difícilmente un niño de 4 años puede explicar qué es un novio o una novia; en todo caso puede asimilarlo a ser los mejores amigos. Cuando un adulto acuña el término novio o novia al referirse a un buen amigo de su hijo, genera confusión en el niño, quien a su corta edad está aprendiendo a identificar sus emociones y las de los demás.

Preguntar a los niños si tienen novio o novia puede influir en la forma en que se relacionan con sus amigos. Con esas preguntas les transmitimos la idea de que los niños y las niñas no pueden tener una relación de amistad, sino que al jugar con iguales del otro género la relación pasa a ser algo más. Fomentamos así que se relacionen solo con los de su mismo género, marcando diferencias entre ambos.

Además, les instigamos a esquivar a los amigos de distinto género para evitar comentarios jocosos del resto del grupo. La inocente pregunta ¿quién es tu novia? puede generar rechazo en un niño de 8 años hacia la amiga con quien comparte juegos, ya que no quiere ser señalado por el grupo por tener una relación íntima de amistad a la que suelen atribuirse comportamientos que a los niños les avergüenzan, como darse un beso o cogerse de la mano.

Preguntando a los niños si tienen novio o novia les advertimos de que hay una forma diferente de comportarse según con quién, por lo que avivamos un cambio en la forma de relacionarse con sus amigos.

Cuando planteamos a los niños qué chico le gusta o quién es su novia, normalizamos que a su edad pueden tener un amigo o amiga íntima como tienen los adultos, fomentando la hipersexualización infantil. Precipitamos conductas que no son propias de la infancia, aprobándolas con nuestros comentarios. Aunque no sea nuestra intención, promovemos que los niños lleven a cabo conductas que son propias de los adultos y que asuman roles que no se corresponden con su etapa evolutiva.

En conclusión, los adultos debemos fomentar las relaciones de amistad entre los niños, ya que el apoyo social se ha identificado como uno de los factores protectores más potentes para el bienestar psicológico.

Sin embargo, interpretar conductas sociales de los niños, como compartir tiempo y juegos, como relaciones de noviazgo crea diferencias entre ellos, les confunde en el aprendizaje de las emociones y puede provocar un distanciamiento precisamente de aquellos amigos con quienes comparten más intereses y preferencias.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

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