Síndrome del espejo I: Espejito, espejito, ¿quién es la más guapa de la fiesta?

Síndrome del espejo I: Espejito, espejito, ¿quién es la más guapa de la fiesta?

El mundo 'pos-ultra-super-moderno' es un gran hipermercado lleno de escaparates. Cada uno es un 'ábrete sésamo' al mundo de la fantasía, la riqueza y el poder. Un espejismo. Imponen una gran distancia entre lo deseable y lo posible, entre la ilusión y el ilusionismo. Por eso son peligrosos.

La imagen que ves en el espejo cuando te miras no eres tú, es como un doble de ti. De hecho, si te fijas, verás que tu imagen está invertida. Luego si esa persona no es del todo tú, quizá puedas hablar con ella.

El mundo está lleno de espejos. Antes eran objetos lujosos, ahora son cotidianos, pero nunca ordinarios. También hay espejos especiales, como las pantallas en las que nos fotografiamos, grabamos y difundimos. Y además están los espejos metafóricos, los escaparates, las revistas... que proyectan las imágenes idealizadas de la belleza. Y cada espejo, cada pantalla, cada escaparate es un lugar en el que nos vemos, miramos y comparamos. Son los jueces insobornables de la belleza y la fealdad. Tan mágicos y sinceros, como taimados y peligrosos. Ante ellos la mayoría de las personas se conforman con lo que ven, otras se arreglan habilidosamente, pero algunas se sienten tan mal que acaban abatidas, obsesionadas, enfermas. Padecen un síndrome del espejo, una especie de mal especulativo, típico de los seres humanos modernos, tras el cual se oculta una enorme cantidad de sufrimientos, riesgos y engaños.

¿Cuántas pantallas tienes ahora mismo a tu alcance? El mundo es una gran pantallasfera, que ostenta un gran poder, la pantallocracia, que impone un modelo social, mercantil, cultural y estético conflictivo y paradójico, en una especie de pantallofrenia colectiva. En ese contexto algunas personas débiles, inestables o inmaduras y, por lo tanto, vulnerables, sufren problemas emocionales o de conducta por someterse a la influencia de las pantallas. En ese espejo virtual encajan muy bien los modelos psicológicos de influencia y vulnerabilidad que explican cómo las informaciones e imágenes condicionan nuestra conducta y modelan nuestros cerebros. Por eso preocupa tanto la influencia de las pantallas sobre el desarrollo de nuestros hijos, aunque escasean los estudios científicos sobre los efectos de las pantallas en la mente humana.

El mundo pos-ultra-super-moderno es un gran hipermercado lleno de escaparates. Ellos son los facilitadores del sistema. Cada escaparate es un ábrete sésamo al mundo de la fantasía, la riqueza y el poder. Un paisaje con vistas al deseo y al placer. Pero también es un espejismo. Todos ofrecen belleza, placer, ilusión y felicidad, pero imponen una gran distancia entre lo deseable y lo posible, entre la ilusión y el ilusionismo. Por eso son peligrosos.

El peligro de la belleza

La belleza es una virtud deseada por los seres humanos de todos los tiempos. Es un bien evolutivo, natural y cultural. Equivale a placer: Y si algo es bello y nos produce placer, deseamos poseerlo. Pero ¿qué pasa en nuestro cerebro cuando percibimos algo como bello y sentimos impulso de poseerlo? Se sabe que la concentración de receptores para endorfinas y dopamina es muy alta en las regiones cerebrales que intervienen en el reconocimiento de escenas con alto grado de información estética, que el cerebro humano valora como estimulantes y placenteras. Curiosamente, esos circuitos se localizan en las zonas del cerebro donde se manejan las emociones, es decir en las que se ligan belleza, percepción y placer. Por eso la belleza es tan deseable y adictiva.

Uno de los ideales griegos era la kalokagathía, una mezcla de kalos (lo bello) y agathós (lo bueno), que solían ir unidos en el cuerpo y la conducta de los héroes, que eran los modelos idealizados y envidiados por los humanos. Luego si belleza y bondad van unidas, ¿por qué en nuestra sociedad su ostentación excesiva se asocia a actitudes peligrosas o insanas? El problema no es la belleza, es la explotación desmesurada de la relación belleza-bondad asociándola a placer-deseo. La publicidad crea un entorno imaginativo, un espejismo, donde lo que importa no es el objeto o su función, sino crear un halo ideal, perfecto y feliz a su alrededor, un mundo mágico en el que nuestros deseos se convierten en realidad. Pero no siempre podemos conseguirlos, y eso genera insatisfacción, frustración y búsqueda de compensaciones que no siempre son equilibradas y saludables.

Decía Darwin que "La belleza es el resultado de la selección sexual". Por otra parte, sabemos que la posesión y exhibición de objetos o atributos bellos se relaciona con los comportamientos de cortejo y ostentación social, es decir de aumento de la deseabilidad sexual. La belleza y el rango social y sexual están unidos por los mecanismos cerebrales de la percepción estética. Luego podemos aceptar que belleza y poder social o sexual también van unidos. De hecho, los poderosos siempre tratan de asociarse a los iconos públicos de belleza, como los artistas, deportistas o famosos. Por eso la pérdida de rango o estatus social es causa de depresión en los machos, y la pérdida de apoyos y aprobación social lo es en las hembras. Luego es lógico que los humanos busquemos poseer la belleza para sentirnos poderosos y atractivos, y así perpetuarnos.

La juventud hermosa es una de las cualidades más admiradas por los seres humanos de todos los tiempos. Pero la juventud es una diosa alada y la belleza una mariposa efímera, por eso son tan deseadas como peligrosas. En la actualidad la relación entre un estereotipo de belleza y riesgo para la salud afecta especialmente a los jóvenes. Por eso se le culpa de producir algunas de las enfermedades más de moda, como son los trastornos de la conducta alimentaria y las enfermedades de la autoimagen, como la fealdad imaginaria o la adicción a operarse.

Pero una vez más el problema no es el estereotipo estético, sino la cantidad de información, de imágenes, gustos y opiniones que reciben los jóvenes. Es tanta que exige un gran esfuerzo de adaptación y tolerancia al cambio, lo cual no siempre es posible, generando frustración y malestar, y catalizando la aparición de conductas anómalas en ciertas personas vulnerables.

En síntesis, la asociación de belleza, placer, bondad, poder y salud es buena para la evolución de la especie y el bienestar humano, pero también es una mixtura peligrosa dependiendo de la dosis que se aplique y quien la reciba.

Jesús J. de la Gándara es autor de 'El síndrome del espejo', donde se desarrollan las cuestiones presentadas en este artículo.