"Oye, Bilbo, esto lo tenemos que conocer todos los bomberos": Sergio Tubío, el bombero que quedó impactado por un suicidio y se convirtió en pionero para prevenirlos
Entrevista con el creador y coordinador de la Unidad de capacitación profesional de intervención en tentativa suicida del cuerpo de bomberos de Madrid.

"La gota que colmó el vaso, lo que me hizo click, fue una intervención para rescatar el cuerpo de un chico de 16 años". Quien rememora es Sergio Tubío Rey, miembro del Cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento de Madrid desde 2007, que esa noche se enfrentó a un suicidio y ahora entrena a otros compañeros de la capital y del resto de España para prevenir y actuar en casos de tentativa suicida. "A mí me impresionó el hecho de ver una vida tan joven que se había ido. Como padre, me dejó... colapsé, porque de repente me di cuenta de lo que tenía que suponer para sus padres esa situación", apostilla en conversación telefónica con El HuffPost.
"También me di cuenta de que tenía que [el joven] tener unos argumentos sólidos como para haberse planteado la muerte como solución”, reflexiona. Se encontró con muchas preguntas para las que no tenía respuesta y una inquietud: "Si me hubiese tocado hablar con él previamente a la materialización, me hubiese costado, no hubiera sabido cómo intervenir o cómo evitarlo, más allá de algún tipo de frase hecha que se me hubiese ocurrido. No tenía preparación para afrontar una situación así".
De la formación que había recibido, lo que sabía es que tenían "colchones de salvamento": "Lo que se hacía era un poquitín actuar por instinto, por ejemplos de compañeros que te habían contado intervenciones que les había funcionado”.
"Cuando pasó el incidente que te contaba, yo ya llevaba seis años más o menos como bombero. Me di cuenta de que había visto fallecidos por incendios, por accidentes de tráfico... pero con bastante diferencia había visto muchos más muertos por suicidio. O sea, de las no naturales, la mayor causa de muerte que había presenciado era el suicidio".
Esa misma noche del chaval de 16 años, al llegar al parque de bomberos de madrugada y, "como estaba en shock", se sentó ante un ordenador. "Tenemos acceso a una intranet con todos los procedimientos. Y busqué qué había de crisis suicidas y no venía nada salvo los vehículos que tenían que intervenir y lo único que venía referido es que el objetivo era evitar que la persona lo hiciera", relata. Ante eso, empezó a pensar que no se podía quedar de brazos cruzados.
"Hasta ese momento, en intervenciones en crisis suicidas había intentado coger a la persona por sorpresa, había dicho algo que había funcionado, pero sin ningún tipo de base sólida, sin ninguna estrategia clara. Entonces empecé a buscar guías de prevención del suicidio y ya había alguna publicada en España, que te explicaba un poquitín qué le pasaba a una persona que tiene conducta suicida. También encontré algunas de Reino Unido, que una amiga me ayudó a traducir. Y yo lo que empecé a hacer fue aplicarlas al ámbito de la emergencia de bomberos, porque no es lo mismo tratar a una persona con conducta suicida en una consulta, donde no hay un riesgo, que en una situación crítica, muchísimo más inestable, y donde la persona ya ha tomado la decisión de hacerlo", cuenta.
Tubío apunta que hay que comprender que las personas, cuando tienen ideaciones suicidas, es porque "están intentando acabar con un sufrimiento que se ha vuelto ya insoportable, indefinido e irresoluble": "Cuando piensa eso, se da cuenta de que una alternativa es dejar de vivir. Entonces, lo primero que tienes que hacer cuando intervienes en una situación así es ofrecer tu ayuda. Al final nuestro objetivo es claramente que la persona se dé otra oportunidad".
Para ello, toda la información que fue recopilando, la adaptó a la realidad de los bomberos, con detalles tan sencillos, pero tan fundamentales como esto de lo que se dio cuenta: "Una crisis suicida es un momento de mucha vulnerabilidad, que lleva a la persona a estar en hiperalerta, un estado de agitación importante, pues entiendes, por ejemplo, que el volumen de las emisoras hay que bajarlo al máximo posible para que no haya un estrés acústico. Antes de llegar, pues si se puede, hay que quitar las emisoras y las luces luminosas de los vehículos".
Debido a esa hiperalerta, la persona puede estar recelosa a recibir ayuda, algo "que cuesta mucho admitir a los servicios de emergencia, pero que es clave": "Un exceso de paternalismo o de condescendencia es negativo porque la persona realmente cuando nos acercamos no quiere ser ayudada. Tenemos que ganarnos esa confianza porque, de hecho, una de las cosas que nos puede decir es ‘no me podéis ayudar’, 'no merece la pena que me ayudéis’, ‘soy un fracasado’...".
"Toda esa comprensión de la conducta suicida es vital aplicarla a la metodología de trabajo, porque nosotros llevamos, por ejemplo, arneses para hacer los rescates cuando estamos en situación de altura. Pero no es lo mismo a la hora de ponernos el arnés, conectar los mosquetones que nos sujetan en la parte delantera o ponerlos en la parte trasera", pone como ejemplo.
"Si lo ponemos en la parte delantera genera una especie de sensación de que vamos demasiado protegidos, de que vamos con muchos escudos y psicológicamente para la víctima puede producir la sensación de que vas a intentar sujetarle por la fuerza o que tenemos que defendernos de algo ante él. Entonces, ya solo el hecho de acercarnos, por ejemplo, en manga corta, con el mosquetón conectado a la parte trasera, mostrándole nuestras manos, pidiéndole permiso para acercarnos, presentándonos por nuestro nombre y manifestando que nuestra intención no es otra que ayudarle, eso facilita que haya una conexión", expone.

Todo esto lo empezó a aplicar en el Parque en el que estaba entonces, en Santa Engracia, así como a aplicar un sistema de recogida de información para tener "pistas sobre la peligrosidad de la situación": "Ya solo con ese manejo de información y la manera de acercarnos a la persona en crisis, veíamos que era como un antes y un después. Ya sólo el hecho de cómo te miraba la persona, cómo abre los ojos cuando le dice ‘estoy aquí solo para ayudarte, porque lo que te pase a mí me preocupa’... De repente ver cómo abren los ojos, cómo de repente se sienten acogidos, cómo se pueden llegar a sentir comprendidos, cómo se sienten, digamos, en cierta manera protegidos... La conexión que se crea es maravillosa para luego poder abordar esa parte de la intervención en la que tú vas a tratar de evitar que la persona materialice".
Fue un compañero el que un día le dijo: "Oye, Bilbo [su apodo], esto lo tenemos que conocer todos los bomberos". Él tenía "esa cosilla" de 'no será para tanto', pero terminó presentándoselo a la Jefatura, desde donde le dijeron que hablara con el jefe de la escuela de bomberos. Y así nació la Unidad de capacitación profesional de intervención en tentativa suicida del cuerpo de bomberos del Ayuntamiento de Madrid, de la que es coordinador. Su equipo y él ya han formado a "varios miles" de bomberos, tanto de la ciudad como de otras partes de España. "Te diría que de todas las comunidades autónomas", precisa.
"También hacemos una labor altruista de formación a través de la Organización de bomberos americanos. Al menos una vez al año viajamos a algún país de América a dar formación", cuenta. Ya han estado en Guayaquil, en Colombia, en México o en Panamá y dentro de un mes irán a Cali, en Colombia.
En sus formaciones hay teoría, pero sobre todo hay práctica en entornos reales, para que aprendan a identificar determinados indicios, que "experimenten qué ocurre cuando intentas coger a una persona que está en una situación tan inestable" o técnicas adaptadas a diferentes escenarios que se pueden encontrar.
"Y luego también les hacemos negociar o interactuar con una persona en crisis suicida", agrega, a modo de teatro. Los psicólogos elaboran perfiles para que la persona de la simulación tenga "una biografía, un desencadentante, unos factores de riesgo". "Todo esto es en un aula y luego lo llevamos a escenarios reales: les ponemos en edificios, en puentes, en donde haga falta”, subraya.
Resalta además que intentan siempre "que trabajen en equipo", porque muchas de las formaciones las dan conjuntas con policías y sanitarios: "Les enseñamos a coordinarse y a valorar los riesgos para que, en función de eso sepan quién se tiene que acercar, que valoren también las señales de progreso en la conversación o de que va mal".
A la pregunta de si reciben asistencia psicológica por las situaciones tan duras a las que se enfrentan continuamente le gustaría responder que sí, "pero la realidad es que no", aunque se está tratando de articular. De hecho, una de sus peticiones cuando presentó el proyecto fue incluir al menos cuatro horas formativas de prevención del estrés postraumático e incluyen "una parte importante de autocuidados". "Una de las grandes carencias que hay a día de hoy para los servicios de emergencias, para todos, tanto fuerzas y cuerpos de seguridad como sanitarios y bomberos, es la asistencia psicológica tras intervención o un seguimiento", señala.
A su juicio, es importante que se facilite hablar de determinadas situaciones "y que cada uno no se lo tenga que comer luego en su espacio personal”: "Muchas veces no lo puedes verbalizar en tu entorno, porque podrías incluso revictimizar. Hay cosas que vemos los servicios de emergencias que no son asumibles para una persona normal. Hay que encontrar espacios y huecos donde nos podamos expresar con naturalidad y con libertad, donde decir ‘lo que vi ayer me hizo daño’. Yo no puedo llegar a casa y decirle a mi familia lo que he visto. Puedo avisar de que lo he pasado mal, pero especificar con pelos y señores lo que me ha pasado, igual es lo que necesito. Los poderes públicos deberían de facilitarnos a los servicios de emergencia que hiciéramos".
Tubío, que también es presidente de la Asociación Internacional de Bomberos y Psicología de Emergencias, también da charlas de prevención del suicidio en centros escolares. Allí se encuentra "el miedo de los profesores a cómo abordar el tema", y "curiosidad, duda, miedo" en los chavales, "porque quizá conocen de algún compañero que se ha podido lesionar o aislar".
"Tenemos que poner la palabra suicidio sobre la mesa porque cuando ocurre en el entorno se tiende a silenciar y todavía hay colegios que piensan que hablar del suicidio va a hacer que pueda aparecer algún caso en el centro, cuando es al revés. Cuando tú vas a un a cualquier entorno, en este caso el escolar, y hablas del suicidio, lo que vas a favorecer al 100% es que si alguien tiene dudas o incluso tiene ideación suicida, que sepa que hay gente a la que puede acudir, que hay recursos, que hay guías, que está el teléfono 024, el de la esperanza...”, defiende.
"Además, es habitual que cuando termines alguien se acerque a hablar contigo, porque necesitan soltarlo", remacha.
El 024 es el número de teléfono gratuito de ayuda a las personas con pensamientos, ideaciones o riesgo de conducta suicida, y a sus familiares y allegados. También se puede recurrir al Teléfono de la Esperanza (717 00 37 17) y al 112.
