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'Hay que matar a Treplev', una producción con todo lo necesario para ser imparable

'Hay que matar a Treplev', una producción con todo lo necesario para ser imparable

¿Puede pasar algo interesante ahí? Buena pregunta, porque pasar, pasa.

María Velour en 'Hay que matar a Treplev'Fabio Palomino

El ciclo Imparables en Nave 73, que continúa hasta finales de septiembre, ha permitido disfrutar de una nueva versión de La gaviota de Chéjov interpretada y dirigida por un puñado de jóvenes. La obra reescrita por Juan Bilis se llama Hay que matar a Treplev y se sitúa en una Rusia actual, que no estuviera lastrada por su empeño en invadir Ucrania, en la que una serie de personajes se reúnen alrededor de un lago.

¿Puede pasar algo interesante ahí? Buena pregunta, porque pasar, pasa. Un veinteañero, el Treplev del título, lastrado por un complejo de Edipo, desea ser autor y director teatral de renombre. Pero vive en el campo, en una casa cerca del lago, con su tío.

Allí, a ese pueblo alejado de Moscú, la metrópoli, acaba de llegar su madre, una exitosa actriz teatral. Viene acompañada por su amante. Un talentoso escritor varios años más joven que ella, del que está enamorada hasta las trancas.

Treplev, el hijo, con ayuda de su novia y de Masha, un criado y más que un amigo, prepara una obra de teatro dura y difícil, en la que una mujer embarazada se plantea tener un aborto para poder desarrollarse como persona y conseguir sus sueños. Un texto difícil y complejo de recordar y de decir con la intencionalidad que quiere Treplev. En una escena que recuerda al uso que se hace Hamlet de los cómicos y de la desgraciada Ofelia.

  Rafa Álamo y Edgar Sabal en 'Hay que matar a Treplev'Fabio Palomino

La madre asiste a la obra atónita de lo que está escuchando, pues la interpela, ya que tiene ecos de su vida y la vive como un cuestionamiento por parte del hijo. Un hijo al que dejó viviendo con su tío en la casa de campo que ella compró gracias a el sudor de su frente trabajando en el teatro y se fue a la capital a triunfar y vivir su vida de mujer adulta, antes que de madre.

La tensión entre madre e hijo se masca en el ambiente. Como se mascará la atracción de la novia del hijo por el amante de la madre. Atracción correspondida que encela a la madre, con la que tendrá que vérselas cualquiera que quiera quitarle lo que ella considera suyo.

¿Qué cómo acaba? Eso sería spoiler, excepto para los que han visto la obra en otras versiones. Lo que importa aquí es porque hay que ir a ver esta nueva producción con todas las que se han hecho y, seguramente, se harán. La respuesta sería porque no es una más, ni pretende emular otras versiones.

  Rafa Álamo y Rosalía Omill en 'Hay que matar a Treplev'Fabio Palomino

Simplemente quieren contar la historia de Chejov, acercándolo al espectador actual y recurriendo a sus recursos. Que, todo hay que decirlo, no son muchos pues se trata de una compañía joven en el teatro off, habitualmente autogestionado.

Vamos que ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Como ejemplifica el que un personaje, el tío Sorin que ha cuidado y criado a Treplev, se haya convertido en una presencia marcada por un traje y una voz en off que se oye en una radio cassette. Un recurso que puede parecer precario, pero que haciendo de la precariedad virtud, funciona brillantemente, al estilo de la voz de Darth Vader en Star Wars

Su principal baza es el elenco. Empezando por María Velour, su Nina y novia de Treplev, resulta en la artificiosidad de lo que es actuar, muy natural. Destacando, sobre todo, la forma con la que hace mirar a su personaje. Esa mirada que vuela desde el cariño, mucho, y la extrañeza y preocupación que le produce Treplev, hasta el deseo que le provoca Trigorin, el exitoso escritor. 

Continuando con Rafa Álamos, un actor que solo ha trabajado audiovisuales hasta ahora. Y que cuando lo cuenta en el encuentro con el público posterior al estreno, quien escucha se plantea si es verdad porque parece que nunca salió del escenario. Capaz de dejar ver la vulnerabilidad de su personaje, la necesidad desesperada de ser amado por las mujeres de su vida, en esa vorágine de rabia y dolor en la que habita. 

Sin desmerecer a Álvaro Cobas. Tanto en la introducción que hace de la obra en la que interpela al público no como su personaje sino como el actor que es para que el espectador se ponga en situación, recordándoles que todo es una ficción que las personas sentadas en las butacas están dispuestas a creer. Como luego en el que no queda un resquicio de duda de que su personaje es un cuarentón por mucho que haya dicho en la introducción que realmente es un veinteañero.

Y, una vez puestos, no se puede dejar de hablar de Rosalía Omil, que hace de la madre de Trepelev. Una actriz veterana que fluye entre tanta gente joven como si fuera una más. A la que tanto la obra como la puesta en escena ofrece muchos momentazos, pero ninguno como el que canta un tema ruso en ruso o en el que su personaje confiesa que a pesar de su edad, gracias a su talento y a su insistencia, no dejan de ofrecerle papeles de veinteañera.

  Rosalía Omill y Álvaro Cobas en 'Hay que matar a Treplev'Fabio Palomino

Por último, destacar a Edgar Sabal. Tocado como el resto para mostrar a Mascha, el criado, cuya fidelidad a Treplev supera cualquier relación de amistad. De nuevo, moviéndose como un pájaro en la línea que va desde la delicadeza con la que trata y cuida a su amigo y la animadversión con la que trata a su novia cada vez que habla con ella por teléfono, y de la que solo le falta decir que es limpia cuando le preguntan por su pareja.

Todos ellos son capaces de crear un mundo, el mundo que ideo Chejov y que Juan Bilis ha sido capaz actualizar a las inquietudes de esta época. Y eso no es nada fácil. Quizás se deba a que al trabajar en los márgenes se han podido permitir más ensayos u otra forma de encarar el trabajo bajo la dirección de Manuel Tejera.

Un director que puede que haya tomado decisiones discutibles, como ese globo lleno de nitrógeno y enganchado a la cintura de los actores que les sobrevuela la cabeza y ofrecen una imagen potente de lo que cada cual sobrelleva en su vida y le acompaña, pues el globo parece seguir a los personajes y se daña con ellos. Globos que en un momento caen del techo sutil e imperceptiblemente deshinchados cuando uno de los personajes cuenta que ha abortado.

Y es que parece que este director sabe lo que quiere, pero, también, sabe retirarse cuando lo que propone no es lo mejor para la función. Como esa idea loca de hacer al elenco decir el texto en ruso en el último acto. Recurso que al reducirlo a la mínima expresión y colocarlo en distintos momentos del montaje ha conseguido una potencia expresiva que se alinea muy bien con la violencia con la que se tratan los personajes al ver frustrados sus deseos.

Aunque nada, como la imagen con la que coloca la gaviota del título. Esa gaviota que Treplev mata y, posteriormente, arroja a los pies de Nina, su novia, como un presente o como una metáfora de lo que le gustaría que le pasase o de cómo se siente él a los pies de ella. Una escena que rara vez está bien resuelta, y que, en este caso, a pesar de la situación, resulta hasta bella. Y eso que los recursos que usa, una vez más, son sencillos, los que tienen a su alcance.

Todo lo anterior hace real lo de imparable, nombre del ciclo en la que se ha podido ver esta producción. Porque imparable debería ser el recorrido comercial que debería tener. Como imparable debería ser la carrera de todos los que participan en ella. Como imparable debería ser la afluencia de público para verla. Tiene todos los elementos para que esto ocurra y para que los espectadores acaben preguntándose ¿por qué hay que matar a Treplev? Y que cada uno salga rumiando una respuesta y con un globo sobrevolándole la cabeza.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.