Escolares procuran eludir la norma de las clases sin móvil pasándose al lado del contrabando y la ocultación
La medida impuesta en los centros ha tenido una aceptación muy positiva según los docentes.

Desde que Finlandia prohibió el uso de teléfonos móviles durante las clases a comienzos de agosto, los estudiantes han desplegado una sorprendente creatividad para mantener sus pantallas cerca. En varios centros del país, los profesores descubren a diario nuevas estrategias: desde esconder el teléfono real en una bandolera o un zapato, hasta dejar una carcasa vieja en la “cabina” de móviles del aula para despistar a los docentes.
El fenómeno, que se extiende por escuelas de ciudades como Tampere, Turku o Jyväskylä, ha obligado a los profesores a actuar casi como detectives. En un caso extremo, un alumno fue sorprendido con seis teléfonos distintos, repartidos entre su ropa, mochila y taquilla. “Solo la imaginación pone límites”, admiten los docentes, que ya hablan de un “mercado negro escolar” de dispositivos y accesorios falsos.
El baño se ha convertido en el principal refugio de los infractores. “Es el lugar más difícil de controlar”, reconoce Päivi Ikola, presidenta de la Asociación Finlandesa de Directores. Los maestros observan que algunos alumnos tardan más de lo habitual o piden permiso para salir del aula con excusas repetidas: ir al casillero, buscar un libro o simplemente “tomar aire”. Detrás, a menudo, se esconde una rápida sesión de mensajería o redes sociales.
La ley es clara: durante las clases, los teléfonos deben permanecer guardados. En muchos colegios, los alumnos los dejan en cajas designadas al inicio del día. Sin embargo, las normas durante los recreos varían según la ciudad. En Turku, por ejemplo, el uso está completamente prohibido incluso en el patio, mientras que en Kotka solo se permite al aire libre. Esa diferencia genera frustración entre los estudiantes, que han aprendido a medir el grado de vigilancia de cada supervisor antes de decidir si arriesgarse o no.
Pese a las trampas, la mayoría de los centros aseguran que la medida ha tenido un efecto positivo. Las infracciones son aisladas y, según los docentes, el ambiente en las aulas es ahora mucho más tranquilo. “Por fin podemos centrarnos en enseñar, sin interrupciones constantes”, celebra Anu Tiilikainen, directora de la escuela Kotkansaari.
Las sanciones, por lo general, son leves: una advertencia, una llamada a los padres o la retirada temporal del dispositivo. En algunos casos, los alumnos deben mantener una charla con el director o asistir a una sesión educativa. Pero incluso con estas medidas, el objetivo principal sigue siendo pedagógico más que punitivo.
Mientras tanto, los recreos han cambiado de paisaje. Donde antes se veía una fila de adolescentes mirando pantallas, ahora se escuchan risas, partidos de fútbol improvisados y partidas de ping-pong o cartas. “Vuelven a hablar entre ellos”, destaca la profesora Martta Hakamies. Quizás, la vieja escuela analógica aún tenga algo que enseñar.
