Los arqueólogos se frotan los ojos por lo que descubren al excavar bajo el coliseo romano: "Un tesoro secreto"
Parece un mundo completamente nuevo.

Entre los sólidos cimientos del Coliseo, entre piedras milenarias y túneles olvidados, se esconde una Roma que no aparece en las postales ni en las rutas turísticas más comunes. Es un ecosistema sumergido, de aguas cristalinas, ecos antiguos y oscuridad silenciosa, que revela una historia paralela a la que conocemos en la superficie.
Se trata de un sistema de lagos subterráneos y un río oculto que serpentea bajo el Celio, una de las siete colinas de la Ciudad Eterna. Estos cuerpos de agua se formaron en canteras excavadas en el siglo IV a.C., usadas originalmente para obtener materiales de construcción.
Con el paso del tiempo, el agua fue llenando etas cavidades, ubicadas bajo el convento de los Padres Pasionisas y la iglesia de los Santos Juan y Pablo, justo donde en otro tiempo se erigía un santuario al emperados Claudio.
Un mundo diferente, aún por descubrir
Visitar esos espacios es como adentrarse en un mundo completamente diferente. La temperatura desciende bruscamente menos de 10ºC, la humedad se adhiere a cada rincón y el silencio solo se rompe por el goteo del agua. Las paredes están cubiertas de estalactitas y los suelos, de sedimientos que narran siglos de historia. En este microclima ha nacido un ecosistema cerrado, con microorganismos aún en proceso de estudio.
Durante la Segunda Guerra Mundial, algunas de estas cuevas fueron utilizadas como refugios antiaéreos. Restos de cableado eléctrico dan testimonio de ese uso.
Pero hay más. Un río subterráneo de origen etrusco fluye justo bajo el Coliseo, a veces llamado "el tercer río de Roma". Su existencia es conocida por pocos, aunque forma parte de la infraestructura hidráulica que permitió a Roma florecer. Canalizado por la dinastía Tarquina en el siglo VI a.C., fue dirigido hacia la Cloaca Máxima, una de las mayores obras de ingeniería de la antigüedad.
Quienes desean explorar este inframundo pueden hacerlo mediante visitas guiadas especiales, organizadas por arqueólogos y espeleólogos. La experiencia, que cuesta 17 euros y dura unos 90 minutos, requiere reserva anticipada y equipo adecuado: linterna, botas y ropa cómoda. No se permite el acceso a menores de diez años ni a personas con movilidad reducida.
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