'Epitafio'

'Epitafio'

Los mercados se desquician y los políticos vociferan y amenazan cada vez que algo se agita, ante la posibilidad de que los griegos se hayan hartado de pasarlo tan mal y quieran alterar el equilibrio tan bien dispuesto.

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Según la primera Ley de Newton, si lanzamos un cuerpo, este tenderá a moverse en línea recta y a la misma velocidad, siempre que ninguna fuerza actúe sobre él. Es decir, que si lanzamos una piedra con fuerza, esta inevitablemente tenderá a alejarse de nosotros hasta que la gravedad la haga caer. Aunque la teoría de la relatividad corrige el enunciado y nos dice que todo dependerá del propio movimiento del observador, vamos a suponer que estamos quietos con respecto al cuerpo. Pero para liarlo más, la física cuántica añade que cualquier suceso tiene una probabilidad de que suceda, por infinitamente pequeña que esta sea. Es decir, es posible que al lanzar un objeto contra un blanco este interrumpa su movimiento, tome la dirección contraria y nos dé un golpe en toda la cara. Pedrada. Sorpresa. Posible y probable no es lo mismo, pero a veces se confunden. La física es ciencia, y para que lo sea, tiene que ser totalmente reproducible.

Ahora que estamos a primeros de mayo, me vino a la cabeza un poema de Yiannis Ritsos, uno de los grandes poetas griegos del siglo XX, y quizás uno de los más carismáticos y prolíficos: Epitafio. Era el año 36, bajo la dictadura de Metaxas, a primeros de mayo las huelgas se sucedían en las principales ciudades de Grecia y concretamente, en Salónica, los trabajadores de las tabacaleras se rebelaban por un aumento de salario. La policía cargó con dureza contra los manifestantes, dejando numerosos muertos y heridos, entre ellos el cadáver de Tasos Tousis. El obturador de la cámara de un fotógrafo presente capta el instante dramático de la madre que descubre al hijo inmóvil y se lamenta a gritos intentando buscar una explicación en la mirada de los viandantes. Al día siguiente, la imagen aparece impresa en la revista Ριζοσπάστης. La fotografía no necesitaba palabras, pero Ritsos se queda conmovido, se encierra en su casa y escribe unos sus poemas más famosos y trágicos. Una vez publicado en la prensa, la acogida es tan entusiasta que el mismo periódico decide editar un libro, una tirada de 10.000 ejemplares que se agotó enseguida.

Bosque mío, fronda mía,

Raíces de mi desvelo,

¡Cómo pudimos quedar

Yo tan sola y tú tan muerto!

El libro fue confiscado y quemado públicamente por Metaxas en un acto febril, de los que tanto gustan los dictadores, junto a las columnas del templo de Zeus Olímpico. Pero aquí llega la física cuántica con sus probabilidades imposibles para cambiarlo todo. Se produjo el efecto contrario, y se convirtió en el libro estandarte de las luchas socialistas de Grecia, y el himno de la izquierda de ese país cuando en los años ochenta Mikis Theodorakis lo musicalizó. El mismo Ritsos se quedó gratamente sorprendido de que su poesía llegara ser popular en la calle y recitada por la gente humilde merced a la gracia de la música.

El poema comienza como un mirilogi, el canto fúnebre tradicional de Grecia y más en concreto de la región del Máni, en el Peloponeso. Esta poesía de transmisión oral, hace siempre alusión a pájaros, flores y elementos de la naturaleza con los que se compara el ser querido al que se llora. Ya he hablado de ellos en otra entrada del blog. Son canciones improvisadas y efímeras, pero con frases que se difunden de poema en poema e imágenes que se repiten. Son los Μιρολογια, canticos conmovedores que se entonan para aliviar y compartir el dolor por la muerte de un ser querido. Ya Homero relató los funerales de Héctor y Patroclo como ceremonias plagadas de sonoros llantos y canciones emotivas.

Epitáfio es un poema triste, como se puede imaginar, pero con el toque de esperanza combativa final de Ritsos que Theodorakis supo plasmar con maestría en unas notas a veces lamentos, a veces himno, a veces pura alegría. No es infrecuente oír entonarlo a las masas en las manifestaciones de Atenas. La piedra que dio la vuelta y le rompió la boca a Metaxas. También a los coroneles.

Pero, siguiendo con la física, todos estudiábamos que cuanto más masa, más inercia, y cuanto más inercia tiene un objeto, más oposición al cambio de cualquier tipo. ¿Será por eso, por estas leyes incuestionables que nos rigen, que la abundancia opulenta tiene más indolencia y se enerva ante la posibilidad de movimiento?

Todos tenemos a mano fotografías conmovedoras, tanto de aquí como de allá, pero como no somos Ritsos, no podemos juntar más de dos palabras hermosas.

El caso es que los mercados se desquician y los políticos vociferan y amenazan cada vez que algo se agita, ante la posibilidad de que los griegos se hayan hartado de pasarlo tan mal y quieran alterar el equilibrio tan bien dispuesto. Y aunque es posible que aquí nadie dé puntada sin hebra y que todo esté medido y pesado, a los mortales de a pie, que desconocemos las fuerzas de la relatividad que nos transportan de uno a otro lado sin enterarnos del movimiento, nos gustaría que, aunque poco probable, en el horizonte de sucesos, los dardos envenenados y desafiantes se quedaran paralizados, giraran en redondo y fueran a clavarse directamente en la garganta de quien los lanza. Sería un gran hito del método científico que los griegos, esta vez, pudieran decidir con toda libertad.

Fragmento de Epitafio

Letra: Yiannis Ritsos

Musica: Mikis Theodorakis

Χείλι μου μοσκομύριστο

Μαλλιά σγουρά που πάνω τους

τα δάχτυλα περνούσα

τις νύχτες που κοιμόσουνα

και πλάι σου ξαγρυπνούσα.

Φρύδι μου γαϊτανόφρυδο

και κοντυλογραμμένο,

καμάρα που το βλέμμα μου

κούρνιαζε αναπαμένο.

Μάτια γλαρά που μέσα τους

αντίφεγγαν τα μάκρη

πρωινού ουρανού και πάσκιζα

μην τα θαμπώσει δάκρυ.

Χείλι μου μοσκομύριστο

που ως λάλαγες ανθίζαν

λιθάρια και ξερόδεντρα

κι αηδόνια φτερουγίζαν.

Labios míos perfumados.

Sobre Tu pelo rizado

mis torpes dedos se enredaban

las noches en que mientras dormías

yo a tu costado velaba.

Tus cejas orladas

y perfiladas

Arcadas bajo las que mis ojos

Se acurrucaban tranquilos.

Tus ojos luminosos en los que

se reflejaba la lejanía

del cielo de la mañana y por los que me esforzaba

en que no los empañaran las lagrimas

Labios perfumados

que cuando hablaban

hacían florecer las piedras y los árboles secos

y los ruiseñores revoloteaban.

Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora