El crudo episodio de la infancia de Miguel Bosé: "No seas nenaza"

El crudo episodio de la infancia de Miguel Bosé: "No seas nenaza"

El cantante publica sus memorias, 'El hijo del capitán trueno', el 10 de noviembre.

El cantante Miguel Bosé, en una imagen de archivo.Johnny LouisFilmMagic

Demoledor es el retrato que Miguel Bosé hace de su padre, el torero Luis Miguel Dominguín, en sus memorias, que saldrán a la venta el 10 de noviembre bajo el título El hijo del Capitán Trueno (Espasa), de las que este viernes se ha podido conocer un adelanto.

En uno de los capítulos, el cantante se retrotrae a cuando tenía 7 años y su padre le reprendía por leer —”¡Maricón, Lucía, el niño va a ser maricón!... ¡Seguro!”, le decía a su madre sobre su gusto por los libros— y se lamentaba de que no le interesara cazar —en su entrevista con Jordi Évole en abril, en la que defendió su negacionismo, ya contó que una vez lo obligó a matar una cierva—.

“Tiene que gustarte, Miguelón”, recuerda que le decía el diestro. “O voy a empezar a pensar que no eres mi hijo”, apostillaba. “Estoy deseando que cumplas doce años para que te fumes el primer cigarro, ¡coño!... El año que viene... si te entrenas con el rifle bien pero que bien... te llevo de safari un mes entero”, rememora el artista.

Y así fue, con diez años recién cumplidos, Dominguín se lo llevó de safari un mes a Mozambique, semanas que fueron un horror para el cantante. Bosé recuerda que un médico, el doctor Tamames, le entregó unas píldoras de quinina para el paludismo a su padre, para que se las fuera administrando. El torero se comprometió a hacerlo pero jamás le dio ninguna, según cuenta en el libro.

“Asuntos de mujeres”

Lo que sigue no es más halagüeño: en el primer campamento por el que pasaron, su padre intentó “que una bellísima nativa de dieciséis años” le “iniciase a la hombría”. Ahí fue clave el papel de Simoes, un cazador profesional que acompañaba a su padre en los viajes, que convenció a Dominguín de fuera él quien se marchara con la chica.

“Mi padre, a quien no había que retarle con asuntos de mujeres, la agarró del brazo y se la llevó a su cabaña. Simoes se sentó a mi lado y al brillo de las llamas empezó a contarme antiguas historias de cazadores, fascinantes y prodigiosas, para distraerme de los asuntos a gritos que estaban ocupando a mi padre”, prosigue.

Después relata cómo enfermó de malaria, aunque su padre decía que era “mamitis”, y su calvario durante las expediciones. “En una de ellas me desplomé, sudando y tiritando, blanco y frío como la tiza. Recuerdo entreabrir los ojos y ver a mi padre en pie junto a mí, a contraluz, reanimarme con la punta de su bota y decirme: ’Venga, no seas nenaza, levántate y camina como un hombre y déjate de mareos o te vas a enterar lo que es uno de verdad del tortazo que te voy a meter, y basta ya de tonterías”.

“En ese preciso instante, me rendí para siempre. Entendí que nunca conseguiría estar a la altura de sus expectativas, que él nunca estaría orgulloso de mí porque era débil, que nunca iba a quererme, que yo no era el hijo que él esperaba que fuera”, describe Bosé.

“Me dio por perdido”

Sus males no quedaron ahí: también se desgarró un párpado con una rama o le picó un alacrán. Para su padre, era invisible y fue Simoes quien se desvivió por cuidarle. “En aquel viaje pareció darse cuenta definitivamente de que de mí no conseguiría hacer nada, ni tan siquiera algo que pudiera parecérsele al más retrasado mental de sus genes. Me dio por perdido. Yo le cogí pánico”, añade sobre su progenitor.

Al volver a Madrid, “dormía y vomitaba, algunas veces sangre”. “En una de esas, sentado mientras bebía, caí hacia atrás en convulsiones y quedé inerte, como muerto. Había entrado en coma”, recuerda. En ese trance sintió que todo “era muy ligero y fresco” y no tenía malestar: “Después se hizo una luz que todo lo abarcaba, una muy brillante, blanca, transparente y fría”. El pensamiento de que tenía que compartir con su madre y su Tata lo bello que era aquello le devolvió las fuerzas para volver a abrir los ojos, según su narración.

En cuanto a su madre, recuerda que echó al torero de casa: ¿La otra verdad? Que no se curó solo. En la finca le esperaba su prima Mariví, la Poupée, para bien cuidar de él”.

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