Muere Arturo Fernández a los 90 años

Muere Arturo Fernández a los 90 años

El actor más galán estaba ingresado por un tumor en el estómago.

.GTRES

El actor Arturo Fernández ha muerto esta noche a los 90 años, según ha informado su mujer esta mañana a La Nueva España. El asturiano se encontraba ingresado en un centro hospitalario de Madrid desde hacía una semana por las complicaciones de un tumor en el estómago.

A partir de las 13:00, se habilitará un libro de condolencias en el teatro Amaya, ultimo escenario donde actuó el actor asturiano. A las 16:00, abrirá una capilla ardiente en el tanatorio madrileño de Tres Cantos, antes de que el cuerpo sea trasladado a Gijón. Allí, el Teatro Jovellanos acogerá la capilla ardiente a partir de las 16:00 del viernes y el sábado se celebrará el funeral.

No era la primera vez este año que Fernández era ingresado. El pasado mes de abril, el actor fue operado de urgencia del estómago y tan solo dos semanas después, sufrió una fractura en la pierna tras una caía.

Estos incidentes le obligaron a interrumpir la gira en la que entonces estaba inmerso y que le llevaba a las tablas para protagonizar Alta seducción, una obra escrita por él mismo hace tres décadas.

En una entrevista publicada en ABC en 2013, el actor contestó de esta forma sobre una posible retirada: “Lo más parecido que conozco es el término júbilo, y eso es lo que siento, sobre todo cuando me subo a un escenario y veo cómo el público disfruta y se ríe. Creo sinceramente que quien te jubila es el público, no uno mismo. Hay que tener la sensibilidad de saber cuándo ya no gustas, y entonces retirarte. Siempre y cuando se tenga buena salud, y yo tengo la inmensa fortuna de tener una salud de hierro”.

Una trayectoria entre la televisión, el cine y el teatro

El primer trabajo del gijonés fue en el cine en 1951, hizo su primera función en 1954 y creó su propia compañía en 1961. “Después de 58 años es la que lleva más tiempo sobre el escenario en la historia del teatro en España y eso sin haber pedido jamás una subvención”, decía.

Un joven Fernández comenzó como figurante en el cine, aún cuando no tenía decidido dedicarse a la interpretación y recién llegado a la capital. “Cuando tenía 18 años mi madre se marchó a Francia para estar con mi padre. Mi querido Gijón, mi querida Asturias tenía muy pocas oportunidades que ofrecer a un joven como yo, sin oficio ni beneficio, que apenas había acabado sus estudios elementales. Yo quería ser algo pero ciertamente no sabía qué. Me vine a Madrid con 19 años y detrás de una mujer, con 300 pesetas que me habían podido dar entre mi madre y mi tía Iluminada… Y la vocación me encontró a mí: un asturiano, ayudante de dirección, que conocía las penurias económicas que pasaba me ofreció intervenir como extra en una película, después en otra y luego en otra. Enseguida comprendí que había encontrado mi camino”, contó en una entrevista.

Precisamente, sus primeros papeles fueron en películas de Rafael Gil en los años 50 y no tardó más de una década en tener en sus manos los primeros libretos como protagonista, a las órdenes de Julio Coll, a quien recordaba como su “maestro cinematográfico”.

Aprendió teatro en las compañías de Conchita Montes y Rafael Rivelles y protagonizó títulos como Un hombre y una mujer (1961), La tercera palabra (1966), La playa vacía (1970), Pato a la naranja (1986), La montaña rusa (2008) o Los hombres no mienten (2012). Las tablas eran su pasión. En sus últimos años, acabó describiéndose como “un actor rotundamente vocacional que no sabe vivir sin el teatro y que tiene la inmensa fortuna de contar con el favor del público”.

“Para mí el teatro es una pasión. Es un hecho único, un momento irrepetible, ajeno a todo filtro que mejore o distorsione el resultado. Por eso el teatro sigue vigente aun cuando implica un esfuerzo mucho mayor para el espectador que un click en el mando a distancia o en el ordenador…”, dijo en una entrevista.

También pasó por la gran pantalla en películas como Desde que amanece apetece (2006) y cuando le preguntaban por sus mejores títulos, mencionaba Un vaso de whisky (1957)  y Truhanes (1983).

En la pequeña pantalla se lo vio en series como La casa de los líos, aunque no era un formato que le atrajera en la madurez de su carrera. No quería volver a la televisión porque decía que las cosas habían cambiado mucho y “no se sabía hacer comedia: huele a cocido y la comedia tiene que ser champán, glamur y caviar”, zanjaba.

Estos trabajos, y décadas de carrera profesional, le han regalado un sinfín de reconocimientos como el Premio del Sindicato del Espectáculo al mejor actor, la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor actor por Truhanes, la Medalla de Honor o la Medalla del Ministerio de Cultura al Mérito en Bellas Artes.

Tuvo éxito con sus trabajos porque, explicaba, siempre había tenido “ojo” al elegir a los autores. “Meto a los personajes en mi piel, no al revés. Así nunca me ha costado trabajo interpretarlos. Todos los personajes que he hecho he sido yo”, aseguraba.

Un galán antiguo de ideología conservadora

Arturo Fernández dedicó 68 de los 90 años que cumplió en febrero a ser en la escena y en la vida “un galán”, es decir un buen actor con un “buen porte” de nacimiento, pero su popularidad se la ganó a pulso con su sinvergonzonería elegante y una vis cómica que se resumía en su grito de guerra: “chatina”.

Era de una generación que “a quien tenía un traje se le aplaudía por la calle” y por eso él iba siempre “como un pincel” y tenía claro que cuando abandonara la profesión lo haría “con el esmoquin puesto y la raya del pantalón bien planchada”.

El porte, decía, lo había heredado de su madre pero él estaba más orgulloso de otra cosa: “Lo que luce es llevar el alma limpia, sin ningún reproche contigo mismo, sin haber hecho daño a nadie. He sido un hombre terriblemente feliz porque la vida me ha tratado muy bien y yo he tratado de corresponder y creo que, conscientemente, nunca he hecho daño a nadie”, afirmaba.

Era hijo de un trabajador de la estación ferroviaria de Langreo que tuvo que abandonar España en 1939 por su militancia en el sindicato Confederación Nacional del Trabajo (CNT) pero él no tenía reparos en decir que era de derechas, incluso bromeaba con que Franco le quedaba “a la izquierda”.

“Yo soy conservador y tan libre de expresarlo como el que se declara progresista, que dicho sea de paso es un término que nunca entenderé por qué se lo ha apropiado la izquierda, pero eso no me hace ni mejor ni peor actor”, afirmó en una entrevista en ABC.

Fernández promovió  alguna que otra polémica política. En otra entrevista en televisión, no titubeó al declarar que no entendía cómo “unas persona con sentido común puede votar a Podemos”. “Los de Pablo Iglesias son una auténtica lacra social que intenta manipular a emigrantes, mujeres, jubilados, homosexuales…”, afirmó en otro momento.

Su animadversión por la formación morada, incluso, lo llevó a negarse a principios de año a llevar su obra Alta seducción a Cádiz “porque ahí está Podemos”.

Decía que lo mejor que había hecho en la vida había sido nacer y que el calendario lo inventó “un amargado para joder a la humanidad”. Por eso, tenía claro que no se retiraría hasta que el público lo decidiera.

“Es triste dejar aquellas cosas por las que has luchado tanto, pero tus amigos se han ido antes; por eso te rodea tal vez la soledad, te falta ese abrazo de los que no están y eso te hace pensar que estás ya muy cerca de otra historia”, afirmó.