¿Seduces para gustar o para no disgustar?

¿Seduces para gustar o para no disgustar?

Vivimos, por pura supervivencia, mirando por el rabillo del ojo lo que los demás piensan de nosotros.

Kornburut Woradee / EyeEm via Getty Images

Desde que naces estás seduciendo para gustar y para no disgustar. Da igual lo bien o lo mal que se te dé ahora ligar, llevas seduciendo toda tu vida.

Nada más llegar al mundo seduces para gustar a tu madre, o a quien haga la función materna, y te proteja con sus abrazos, te alimente con leche calentita y te bañe en palabras de amor.

En el momento en que la seducción no diera frutos podrías sufrir el abandono de mamá, y quedarte mirando de frente a la muerte.

Hoy hay muchos métodos, instituciones y recursos para no morir sin la atención de una madre, pero tu cerebro no lo sabe.

Tu cerebro más arcaico no conoce los beneficios del 5G o del biodiésel. Funciona bajo las premisas aprendidas hace cientos de miles de años: hay que sobrevivir a los peligros del ambiente y para eso es esencial respirar, beber y comer. Un bebé necesita que alguien vele por su supervivencia porque todas esas funciones pueden alterarse a la mínima.

Una vez que sales del medio seguro que mamá provee en su vientre, la única opción es seducirle para gustarle y no disgustarle.

Llorar a tiempo va a suponer recibir su atención, tener calorcito del bueno o que retire todo eso que tanto molesta. ¿Se puede pedir algo más?

Para que esto no falte habrá que estar alerta y no disgustar a nadie. No nos olvidemos de papá, o de quien hace la función paterna. Si haces algo que no debes puedes disgustar a mamá, aunque es difícil conseguirlo, pero también a papá. Un castigo por no gustarle puede hacer peligrar tu vida, así que no quieres que te rechace.

Este cerebro tan antiguo sabe lo importante que es la seguridad del grupo. Una tribu o una familia te va a garantizar una protección mayor, así que no está de más obtener también el reconocimiento del grupo.

Vivimos, por pura supervivencia, mirando por el rabillo del ojo lo que los demás piensan de nosotros.

Para eso hay que poner más énfasis aún en gustar y no disgustar. Observar las normas de funcionamiento y cumplirlas con esmero aumenta los beneficios de vivir en familia, así que el objetivo de seducir para gustar y no disgustar se amplía.

La seducción nos asegura la supervivencia y las relaciones satisfactorias.

Saber cómo reacciona la otra persona a los estímulos, cómo provocarle y obtener su atención es imprescindible para vivir.

Pero, ¿qué pasa cuando las normas de la tribu están en contra de los propios valores?

Obedecer a unas leyes que nos aseguran comida, respeto y reconocimiento pueden también ponernos en grave peligro.

Vivimos, por pura supervivencia, mirando por el rabillo del ojo lo que los demás piensan de nosotros. Es muy complicado llegar a un punto en el que no te importe absolutamente nada lo que opine cualquier persona de ti.

Siempre habrá alguien a quien quieres gustar y no disgustar, y para eso vas a adaptarte a sus normas.

Todo eso está bien hasta que traspasas la línea del olvido de quién eres.

Si para seducir a quienes hacen la función materna y paterna llegas a olvidarte de tus metas y de tus objetivos, habrás traspasado esa línea.

Quizás funcione anular tu deseo de dedicarte al patchwork por ser un agente de bolsa de éxito como tu padre quería, pero quizás te encadene a una serie de decisiones tomadas siempre para satisfacer a un otro y olvidarte de ti. Quizás te suma en una vida sosa sin los cosquilleos que produce la ilusión corriendo por las venas.

Es muy complicado llegar a un punto en el que no te importe absolutamente nada lo que opine cualquier persona de ti.

Hay un momento en el que tu pareja, una enfermedad o un aumento de sueldo te pone delante de tu código interno de la seducción.

La energía que has puesto en gustar y no disgustar a nadie ha funcionado para que el resto te acepten, incluso te den gotas de reconocimiento, pero ¿tú te reconoces?

En ese momento es bueno analizar a cuál de tus padres has necesitado más y has temido más. ¿Qué has hecho para obtener lo que tanto ansiabas? ¿Qué actitudes desarrollaste para que no te castigaran?

¿Guardabas silencio para que nadie se enfadara contigo? ¿Te hacías la víctima para que todo el mundo se apiadara de ti? ¿La rebeldía es lo que te mantuvo bajo  la mirada atenta de tu entorno?

No importa si tus padres están a tu lado o no para que tú sigas actuando bajo esas premisas. Lo que importa es que si hoy no sientes ni un poquito de felicidad después de lo que haces para gustar y no disgustar, derogues ya esas leyes y elabores tu nuevo decálogo.

Si no aplicas un poco de conciencia estarás viviendo eternamente como si fueras ese bebé que necesita que alguien le asegure la supervivencia, y hoy ya te puedes mantener sin ayuda de (casi) nadie.