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Piden la cuenta y se sorprenden cuando el restaurante les exige que consuman mucho más

Piden la cuenta y se sorprenden cuando el restaurante les exige que consuman mucho más

El caso ha levantado ampollas entre los que creen que lo de salir a cenar se está yendo de las manos.

Una de las terrazas que tiene el Hotel Yalo, en Gante.Mary Winston Nicklin

Una cena entre colegas, dos botellas de rosado y una sorpresa final que les dejó con cara de póker: el restaurante no solo les trajo la cuenta, también les pidió que pidieran más. La escena ocurrió en la azotea del hotel Yalo, en Gante (Bélgica), y el protagonista se llama Yarno. Según ha contado al diario francés La Dépêche, él y su grupo habían reservado mesa, compartido unos platos y disfrutado de la noche sin mayores pretensiones. Hasta que el camarero se acercó con un aviso de traca: les pidió que consumieran más porque no alcanzaban el mínimo exigido por el restaurante.

La exigencia respondía a una norma interna del restaurante, explicada (aunque no muy a lo grande) en su página web: toda reserva para cenar implica un gasto mínimo de 65 euros por persona. A cambio, puedes quedarte en la mesa toda la noche sin que nadie te meta prisa. Lo que hasta hace poco era anecdótico, empieza a colarse en más locales como fórmula para cuadrar números en plena subida de los costes y la epidemia de los no-shows (los que reservan y luego ni se presentan ni avisan).

Los dueños del restaurante lo tienen claro: sin consumo mínimo no salen las cuentas. Y lo dicen sin cortarse. Pero hay quien piensa que esta estrategia puede salir rana. Algunos restauradores temen que tanta norma acabe espantando a los clientes, sobre todo a los que no se leen la letra pequeña ni aunque se la pongan en negrita.

En paralelo, hay locales que han optado por una jugada distinta: pedir los datos de la tarjeta en el momento de reservar. Si luego el cliente se borra sin avisar, se le cobra igual. Una forma de cubrirse las espaldas que se ha extendido sobre todo en los restaurantes más finos, donde no les tiembla la mano a la hora de pasar la factura.

Desde la Federación Horeca Bruxelles (la patronal belga equivalente a Hostelería de España) ya han dejado caer que este tipo de políticas pueden acabar convirtiéndose en norma, porque el sector está en las últimas: los precios suben, el personal cuesta un ojo de la cara y los cliente que no aparecen campan a sus anchas.