El jefe despide a un trabajador por "no ser divertido" y él contraataca con una broma de 500.000 euros
El caso de “monsieur T” destapa una cultura corporativa de jolgorio forzoso, alcohol a discreción que le han terminado costándole una fortuna a la empresa.

La historia podría ser el arranque de una comedia francesa de domingo por la tarde: una empresa que presume de “divertida”, un empleado que no compra el relato y una factura judicial que, al final, convierte la falta de entusiasmo en un negocio redondo. La justicia francesa ha ordenado la readmisión de un trabajador despedido por no ser, literalmente, “fun au travail”, y ha condenado a la empresa a pagarle casi medio millón de euros en indemnización. No ser gracioso sale caro, pero al parecer también sale rentable.
El abogado del empleado, Olivier Bongrand, lo ha resumido con esa flema parisina que duele más que un croissant duro: el caso ha hecho “el tour du monde”. Y no es para menos: mezcla valores empresariales de powerpoint, juerga corporativa a grifo abierto y un concepto de “cultura interna” que, visto lo visto, igual necesitaba un par de lavados.
Todo empezó hace años, cuando el trabajador —identificado como “monsieur T”— dijo que él no estaba para “pots” obligatorios cada viernes. No quería “séminaires et pots de fin de semaine générant fréquemment une alcoolisation excessive encouragée par les associés qui mettaient à disposition de très grandes quantités d’alcool, et par des pratiques prônées par les associés liant promiscuité, brimades et incitation à divers excès et dérapages”. Vamos, que aquello no era una afterwork experience, sino un desfase montado por los jefes y presentado como espíritu corporativo.
La empresa reaccionó con reflejos de manual: lo acusó de “insuffisance professionnelle” y de “désalignement culturel” con los valores “fun and pro”. No era suficientemente divertido, ni suficientemente profesional, ni suficientemente alineado. Básicamente, no era suficiente para nada.
El asunto llegó a los tribunales en 2021, cuando la justicia parisina dio por buenos algunos de los reproches de la empresa —“rigidité”, “manque d’écoute”, “ton cassant”— y rechazó su petición de indemnización por despido nulo. Para monsieur T aquello pintaba mal. Pero la película tenía giro final.
En noviembre de 2022, la justicia francesa reconoció por primera vez que el empleado tenía derecho a no participar en esas celebraciones convertidas en exámenes de entusiasmo. Y este 30 de enero, la Cour de cassation ha puesto la guinda: ha determinado que todo el proceso atentó contra “la liberté d’expression et de contestation du salarié, une liberté fondamentale”. En castellano llano: lo despidieron por no sumarse a la jarana, y eso no cuela.
Bongrand, el abogado, lo ha celebrado con un suspiro de alivio y cierta mala leche jurídica: la sentencia le parece de “bon sens”. Y tanto. Medio millón de euros por no ser divertido convierte la venganza laboral en una broma carísima para la empresa y en un recordatorio universal: obligar a tus empleados a pasarlo bien nunca ha sido una estrategia de gestión, y mucho menos barata.
