El extraordinario humorista español que sobrevivió a la Guerra Civil haciéndose el muerto
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El extraordinario humorista español que sobrevivió a la Guerra Civil haciéndose el muerto

"Nos fusilaron mal".

El extraordinario humorista español que sobrevivió a la Guerra Civil haciéndose el muerto

"Nos fusilaron mal".

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"Nos fusilaron mal".

El extraordinario humorista español que sobrevivió a la Guerra Civil haciéndose el muerto

"Nos fusilaron mal".

El extraordinario humorista español que sobrevivió a la Guerra Civil haciéndose el muerto

"Nos fusilaron mal".

Miguel Gila, humorista (Fotografía hecha por: Rafa Samano/Cover/Getty Images)Cover/Getty Images

Apenas un adolescente, con 17 años, Miguel Gila se alistó como voluntario en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Su idealismo lo llevó a combatir en el Quinto Regimiento de Enrique Líster, una de las unidades más icónicas de la contienda. Sin embargo, la guerra lo arrastró a una de las experiencias más brutales de su vida cuando fue capturado por el bando franquista y condenado a muerte.

El propio Gila narró en sus memorias el insólito y surrealista momento en el que, junto a otros combatientes republicanos, fue llevado ante un pelotón de fusilamiento. Aquella noche, bajo la lluvia y en medio del caos de la guerra, los soldados encargados de la ejecución, que iban ebrios, dispararon sin precisión. Gila cayó al suelo con el resto de sus compañeros, pero, por un milagro o un error de cálculo, no recibió un disparo letal.

Su instinto de supervivencia lo llevó a fingir estar muerto hasta que sus verdugos se marcharon. De esta manera, escapó de una muerte segura, en un episodio que él mismo recordaría en su autobiografía con una mezcla de horror e ironía: "Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino (...). Sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: ‘¡Apunten!, ¡fuego!’, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros".

De la guerra a la risa

Tras su captura, Gila fue enviado a diversos campos de concentración y prisiones, incluido el temido campo de Valsequillo y la cárcel de Zamora. Allí, en condiciones extremas, desarrolló una mirada irónica sobre la vida que más tarde transformaría en su arte. Incluso compartió cautiverio con el poeta Miguel Hernández, experiencia que reforzó su visión crítica y su sensibilidad.

Tras ser liberado, Gila pasó años sobreviviendo con trabajos de todo tipo, desde fresador hasta dibujante en revistas satíricas. Sin embargo, estaba claro que la comedia era su destino. En los años 50 comenzó a destacar en la radio y la televisión, creando un estilo único que lo llevó a la fama. Sus monólogos telefónicos, en los que recreaba conversaciones absurdas con un enemigo de guerra imaginario, se convirtieron grandes éxitos del humor español. Sin necesidad de insultos ni palabras gruesas, su comedia reflejaba la realidad con un tono absurdo y genial.

Eterno en la comedia española

El exilio lo llevó a Argentina y Venezuela en los años 60 y 70, donde continuó triunfando, hasta su regreso definitivo a España en los años 80. Su vida, marcada por el dolor y la supervivencia, nunca perdió la esencia de lo que lo hacía único, que era su capacidad de encontrar humor en lo más trágico. El 13 de julio de 2001, Miguel Gila falleció en Barcelona a los 82 años, dejando una huella imborrable en la historia de la comedia.

Apenas un adolescente, con 17 años, Miguel Gila se alistó como voluntario en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Su idealismo lo llevó a combatir en el Quinto Regimiento de Enrique Líster, una de las unidades más icónicas de la contienda. Sin embargo, la guerra lo arrastró a una de las experiencias más brutales de su vida cuando fue capturado por el bando franquista y condenado a muerte.

El propio Gila narró en sus memorias el insólito y surrealista momento en el que, junto a otros combatientes republicanos, fue llevado ante un pelotón de fusilamiento. Aquella noche, bajo la lluvia y en medio del caos de la guerra, los soldados encargados de la ejecución, que iban ebrios, dispararon sin precisión. Gila cayó al suelo con el resto de sus compañeros, pero, por un milagro o un error de cálculo, no recibió un disparo letal.

Su instinto de supervivencia lo llevó a fingir estar muerto hasta que sus verdugos se marcharon. De esta manera, escapó de una muerte segura, en un episodio que él mismo recordaría en su autobiografía con una mezcla de horror e ironía: "Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino (...). Sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: ‘¡Apunten!, ¡fuego!’, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros".

De la guerra a la risa

Tras su captura, Gila fue enviado a diversos campos de concentración y prisiones, incluido el temido campo de Valsequillo y la cárcel de Zamora. Allí, en condiciones extremas, desarrolló una mirada irónica sobre la vida que más tarde transformaría en su arte. Incluso compartió cautiverio con el poeta Miguel Hernández, experiencia que reforzó su visión crítica y su sensibilidad.

Tras ser liberado, Gila pasó años sobreviviendo con trabajos de todo tipo, desde fresador hasta dibujante en revistas satíricas. Sin embargo, estaba claro que la comedia era su destino. En los años 50 comenzó a destacar en la radio y la televisión, creando un estilo único que lo llevó a la fama. Sus monólogos telefónicos, en los que recreaba conversaciones absurdas con un enemigo de guerra imaginario, se convirtieron grandes éxitos del humor español. Sin necesidad de insultos ni palabras gruesas, su comedia reflejaba la realidad con un tono absurdo y genial.

Eterno en la comedia española

El exilio lo llevó a Argentina y Venezuela en los años 60 y 70, donde continuó triunfando, hasta su regreso definitivo a España en los años 80. Su vida, marcada por el dolor y la supervivencia, nunca perdió la esencia de lo que lo hacía único, que era su capacidad de encontrar humor en lo más trágico. El 13 de julio de 2001, Miguel Gila falleció en Barcelona a los 82 años, dejando una huella imborrable en la historia de la comedia.

Apenas un adolescente, con 17 años, Miguel Gila se alistó como voluntario en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Su idealismo lo llevó a combatir en el Quinto Regimiento de Enrique Líster, una de las unidades más icónicas de la contienda. Sin embargo, la guerra lo arrastró a una de las experiencias más brutales de su vida cuando fue capturado por el bando franquista y condenado a muerte.

El propio Gila narró en sus memorias el insólito y surrealista momento en el que, junto a otros combatientes republicanos, fue llevado ante un pelotón de fusilamiento. Aquella noche, bajo la lluvia y en medio del caos de la guerra, los soldados encargados de la ejecución, que iban ebrios, dispararon sin precisión. Gila cayó al suelo con el resto de sus compañeros, pero, por un milagro o un error de cálculo, no recibió un disparo letal.

Su instinto de supervivencia lo llevó a fingir estar muerto hasta que sus verdugos se marcharon. De esta manera, escapó de una muerte segura, en un episodio que él mismo recordaría en su autobiografía con una mezcla de horror e ironía: "Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino (...). Sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: ‘¡Apunten!, ¡fuego!’, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros".

De la guerra a la risa

Tras su captura, Gila fue enviado a diversos campos de concentración y prisiones, incluido el temido campo de Valsequillo y la cárcel de Zamora. Allí, en condiciones extremas, desarrolló una mirada irónica sobre la vida que más tarde transformaría en su arte. Incluso compartió cautiverio con el poeta Miguel Hernández, experiencia que reforzó su visión crítica y su sensibilidad.

Tras ser liberado, Gila pasó años sobreviviendo con trabajos de todo tipo, desde fresador hasta dibujante en revistas satíricas. Sin embargo, estaba claro que la comedia era su destino. En los años 50 comenzó a destacar en la radio y la televisión, creando un estilo único que lo llevó a la fama. Sus monólogos telefónicos, en los que recreaba conversaciones absurdas con un enemigo de guerra imaginario, se convirtieron grandes éxitos del humor español. Sin necesidad de insultos ni palabras gruesas, su comedia reflejaba la realidad con un tono absurdo y genial.

Eterno en la comedia española

El exilio lo llevó a Argentina y Venezuela en los años 60 y 70, donde continuó triunfando, hasta su regreso definitivo a España en los años 80. Su vida, marcada por el dolor y la supervivencia, nunca perdió la esencia de lo que lo hacía único, que era su capacidad de encontrar humor en lo más trágico. El 13 de julio de 2001, Miguel Gila falleció en Barcelona a los 82 años, dejando una huella imborrable en la historia de la comedia.

Apenas un adolescente, con 17 años, Miguel Gila se alistó como voluntario en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Su idealismo lo llevó a combatir en el Quinto Regimiento de Enrique Líster, una de las unidades más icónicas de la contienda. Sin embargo, la guerra lo arrastró a una de las experiencias más brutales de su vida cuando fue capturado por el bando franquista y condenado a muerte.

El propio Gila narró en sus memorias el insólito y surrealista momento en el que, junto a otros combatientes republicanos, fue llevado ante un pelotón de fusilamiento. Aquella noche, bajo la lluvia y en medio del caos de la guerra, los soldados encargados de la ejecución, que iban ebrios, dispararon sin precisión. Gila cayó al suelo con el resto de sus compañeros, pero, por un milagro o un error de cálculo, no recibió un disparo letal.

Su instinto de supervivencia lo llevó a fingir estar muerto hasta que sus verdugos se marcharon. De esta manera, escapó de una muerte segura, en un episodio que él mismo recordaría en su autobiografía con una mezcla de horror e ironía: "Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino (...). Sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: ‘¡Apunten!, ¡fuego!’, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros".

De la guerra a la risa

Tras su captura, Gila fue enviado a diversos campos de concentración y prisiones, incluido el temido campo de Valsequillo y la cárcel de Zamora. Allí, en condiciones extremas, desarrolló una mirada irónica sobre la vida que más tarde transformaría en su arte. Incluso compartió cautiverio con el poeta Miguel Hernández, experiencia que reforzó su visión crítica y su sensibilidad.

Tras ser liberado, Gila pasó años sobreviviendo con trabajos de todo tipo, desde fresador hasta dibujante en revistas satíricas. Sin embargo, estaba claro que la comedia era su destino. En los años 50 comenzó a destacar en la radio y la televisión, creando un estilo único que lo llevó a la fama. Sus monólogos telefónicos, en los que recreaba conversaciones absurdas con un enemigo de guerra imaginario, se convirtieron grandes éxitos del humor español. Sin necesidad de insultos ni palabras gruesas, su comedia reflejaba la realidad con un tono absurdo y genial.

Eterno en la comedia española

El exilio lo llevó a Argentina y Venezuela en los años 60 y 70, donde continuó triunfando, hasta su regreso definitivo a España en los años 80. Su vida, marcada por el dolor y la supervivencia, nunca perdió la esencia de lo que lo hacía único, que era su capacidad de encontrar humor en lo más trágico. El 13 de julio de 2001, Miguel Gila falleció en Barcelona a los 82 años, dejando una huella imborrable en la historia de la comedia.

Apenas un adolescente, con 17 años, Miguel Gila se alistó como voluntario en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Su idealismo lo llevó a combatir en el Quinto Regimiento de Enrique Líster, una de las unidades más icónicas de la contienda. Sin embargo, la guerra lo arrastró a una de las experiencias más brutales de su vida cuando fue capturado por el bando franquista y condenado a muerte.

El propio Gila narró en sus memorias el insólito y surrealista momento en el que, junto a otros combatientes republicanos, fue llevado ante un pelotón de fusilamiento. Aquella noche, bajo la lluvia y en medio del caos de la guerra, los soldados encargados de la ejecución, que iban ebrios, dispararon sin precisión. Gila cayó al suelo con el resto de sus compañeros, pero, por un milagro o un error de cálculo, no recibió un disparo letal.

Su instinto de supervivencia lo llevó a fingir estar muerto hasta que sus verdugos se marcharon. De esta manera, escapó de una muerte segura, en un episodio que él mismo recordaría en su autobiografía con una mezcla de horror e ironía: "Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino (...). Sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: ‘¡Apunten!, ¡fuego!’, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros".

De la guerra a la risa

Tras su captura, Gila fue enviado a diversos campos de concentración y prisiones, incluido el temido campo de Valsequillo y la cárcel de Zamora. Allí, en condiciones extremas, desarrolló una mirada irónica sobre la vida que más tarde transformaría en su arte. Incluso compartió cautiverio con el poeta Miguel Hernández, experiencia que reforzó su visión crítica y su sensibilidad.

Tras ser liberado, Gila pasó años sobreviviendo con trabajos de todo tipo, desde fresador hasta dibujante en revistas satíricas. Sin embargo, estaba claro que la comedia era su destino. En los años 50 comenzó a destacar en la radio y la televisión, creando un estilo único que lo llevó a la fama. Sus monólogos telefónicos, en los que recreaba conversaciones absurdas con un enemigo de guerra imaginario, se convirtieron grandes éxitos del humor español. Sin necesidad de insultos ni palabras gruesas, su comedia reflejaba la realidad con un tono absurdo y genial.

Eterno en la comedia española

El exilio lo llevó a Argentina y Venezuela en los años 60 y 70, donde continuó triunfando, hasta su regreso definitivo a España en los años 80. Su vida, marcada por el dolor y la supervivencia, nunca perdió la esencia de lo que lo hacía único, que era su capacidad de encontrar humor en lo más trágico. El 13 de julio de 2001, Miguel Gila falleció en Barcelona a los 82 años, dejando una huella imborrable en la historia de la comedia.

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

Sobre qué temas escribo

Tengo el privilegio de escribir sobre una amplia variedad de temas, con un enfoque que abarca tanto actualidad como estilo de vida. Escribo con la intención de contarte historias que te interesen y ofrecerte información que hagan tu vida un poco más fácil.


Te ayudo a no caer en estafas, te doy consejos de salud y cuidado personal, además de recomendaciones de destinos para tu próximo viaje.


Mis artículos son un surtido de historias curiosas, viajes, cultura, estilo de vida, naturaleza, ¡y mucho más! Mi objetivo es despertar tu curiosidad y acompañarte con lecturas útiles y entretenidas.

  

Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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