El rey de escandalosa vida privada al que se le atribuye la leyenda de la "silla sexual"
Tuvo una larga lista de amantes que escandalizó a la sociedad de su tiempo.

Mucho antes del reinado de Isabel II, durante los años 1901 y 1910, su trono lo ocupó el rey conocido como “Bertie el Sucio”. Este apodo se lo atribuyó el pueblo no por sus logros como monarca sino por sus innumerables episodios amorosos.
Se trata del rey Eduardo VII, quien realizó importantes aportaciones en la modernización de la flota británica, el ejército y la sociedad. Sin embargo, no se le recuerda por estas grandes contribuciones, sino por un invento cuyo diseño ha evolucionado hasta nuestros días.
El monarca contaba con una extensa lista de amantes y por ello, ordenó la construcción de “la silla sexual”, un mueble concebido para facilitar sus encuentros íntimos. A pesar de ser un invento para su vida privada, este encargo llegó a oídos de todos y revolucionó a la sociedad de la época.
Amantes, burdeles y una vida de excesos
En aquella época eran muy comunes los matrimonios unidos por el interés de poderes, y el de Eduardo VII y la princesa Alejandra de Dinamarca no fue la excepción. Aún estando casados el monarca cultivaba una vida amorosa paralela, conocida por todos y aceptada en silencio por su esposa.
Entre sus amantes más famosas se encuentran la actriz Lillie Langtry, la madre de Winston Churchill, Jennie Churchill y, sobre todo, Alice Keppel, considerada su gran confidente y compañera en los años finales de su vida.
Frecuentaba burdeles de lujo como Le Chabanais, en París, donde desplegaba sus gustos sexuales sin tapujos, en una época en que la moral victoriana comenzaba a resquebrajarse y la sexualidad se abordaba con mayor libertad.
El invento de la “silla sexual”
Pero si hay un objeto que resume la exuberancia de su vida íntima, es sin duda la “silla sexual” o siège d’amour. Según se cuenta, el entonces Príncipe de Gales mandó fabricar esta pieza de mobiliario erótico a medida, encargándosela al prestigioso ebanista Louis Soubrier, de París.
Fue diseñada para permitir encuentros sexuales en múltiples posiciones. Además, facilitaba los movimientos del monarca, cuya cintura superaba las 48 pulgadas en sus últimos años. La silla, que se instaló en una habitación privada del rey en Le Chabanais, incluía cojines ajustables y reposapiés móviles.
Tras la muerte de Eduardo VII en 1910, la silla permaneció en Le Chabanais hasta el cierre del burdel en 1946, cuando una ley francesa prohibió este tipo de establecimientos. Años más tarde, fue subastada en privado y todavía pueden encontrarse réplicas en museos como el Museo de Máquinas Sexuales de Praga.