De genocidios y otros crímenes
La comunidad internacional ha hecho saber cumplidamente a Netanyahu que su conducta homicida, extremada, le excluye hasta de la sociedad multinacional neutra de seres humanos que puebla el planeta: es ya un apestado.

La cruda realidad de los sucesos de Palestina, retransmitidos por televisión con el verismo inquietante del directo, ha conmovido evidentemente la sensibilidad de todo el orbe. Sean cuales sean las causas complejas del conflicto, lo más cierto es que no se puede consentir que un diferendo territorial caiga como un alud de lava sobre un territorio poblado por civiles inermes. En el caso de Gaza, hay pocas dudas sobre la brutalidad de Hamas, que cometió aquel 7 de octubre una execrable salvajada, pero ninguna ofensa permite a una democracia con valores exterminar sistemáticamente a toda la comunidad de la que emanaron aquellos terroristas. Hasta hace poco, Israel podía tener a gala ser la única democracia de la zona; hoy, este título ya no rige.
La comunidad internacional ha hecho saber cumplidamente a Netanyahu que su conducta homicida, extremada, le excluye hasta de la sociedad multinacional neutra de seres humanos que puebla el planeta: es ya un apestado. La visión de los infantes muriendo de inanición, de los cuerpos desgarrados por la crueldad del más fuerte hacen de Netanyahu un sátrapa y de Israel una nación paria. Y eso no cambiará en mucho tiempo: la historia se toma sus respiros antes de rehabilitar a quien se ha dejado llevar en exceso por la ira o el odio. Por lo menos, aunque tardíamente, el mundo ha demostrado que no va a tolerar otro Holocausto, y todos aguardamos el momento en que veamos al autócrata sentado en el banquillo de los acusados, si no opta por el expeditivo final que prefirió Hitler, seguramente el personaje más detestable de la historia.
Pero dicho todo lo anterior, quizá convenga reflexionar un poco más sobre la realidad que nos acoge hasta llegar a la conclusión de que el genocidio de Gaza no es un hecho aislado sino tan solo el más rampante de los crímenes actuales. Porque hay más, que pasan silenciosamente ante nosotros ante le indiferencia general.
Tan solo un par de ejemplos aclarará lo que quiere decirse. Uno primero no está lejos del territorio palestino: en Sudán del Sur está ocurriendo hoy, mientras centramos el foco en otras partes, una de las mayores catástrofes humanitarias de la última centuria. Según explica Acnur, el 15 de abril de 2023 comenzaron los combates entre el ejército sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) que han llevado al país a una de las peores crisis humanitarias del mundo, provocando el desplazamiento de 12 millones de personas (unos cuatro millones han viajado a Chad, un país paupérrimo, sin recursos para atender a sus huéspedes). Lejos de remitir, el conflicto está provocando el sufrimiento de millones de familias y está dejando un futuro incierto para todas ellas.
La peor consecuencia de esta guerra civil, de la que apenas hay imágenes, es el hambre, que ha alcanzado niveles catastróficos en Sudán y afecta a más de la mitad de la población. Los niños se encuentran entre los más golpeados por la guerra en general, ya que el número de víctimas infantiles ha aumentado un 83% en comparación con principios de 2024 y el número de niños que necesitan ayuda humanitaria se ha duplicado hasta alcanzar los 15 millones.
Otro de los grandes escenarios de la violación masiva de los derechos humanos es Afganistán, donde, tras la salida de los Estados Unidos del país, la mitad femenina de la población está siendo sometida a las mayores vejaciones que puedan concebirse. Según ONUMujeres, también un organismo de Naciones Unidas, Afganistán está más cerca que nunca de consolidar una visión de sociedad que borra por completo a las mujeres de la vida pública.
Las niñas tienen prohibido asistir a la escuela a partir de los trece años, las mujeres están vetadas de la mayoría de los trabajos, de la universidad y de la vida política, y en muchas regiones no pueden salir a la calle sin la compañía de un hombre. La mayoría, incluso, ha perdido la capacidad de tomar decisiones dentro de sus propios hogares. Como resultado de todo ello, la mortalidad materna está aumentando, los matrimonios infantiles se disparan y la violencia contra las mujeres crece sin control. En definitiva, el país ocupa el segundo lugar en el mundo con la brecha de género más amplia y las crisis humanitarias superpuestas y una pobreza generalizada afectan desproporcionadamente a mujeres y niñas.
Cualquier lista de infortunios actuales tiene que incluir también por fuerza a Ucrania, cuya población está sometida al horror de un ataque constante, lo que frustra el desarrollo personal y colectivo de los ciudadanos desde hace ya años. Y hay muchos más episodios de índole parecida que afectan a territorios concretos y que el Occidente de la opulencia ignora absolutamente.
Bienvenida sea, pues, la preocupación humanitaria por los palestinos, pero conviene aprovechar esta oportunidad para extender el horror a otras partes del mundo. Y para trabajar en favor del fortalecimiento de Naciones Unidas, que, aunque es una institución mejorable en todos sentidos, hoy por hoy es el único foco que irradia el fundamento de derecho que debería sustentar el conjunto de las relaciones internacionales y el establecimiento de un orden que garantice al menos la vigencia universal de los derechos fundamentales.
