Por una tregua de la Navidad
Suspendamos en esta ocasión la Navidad para que podamos seguir dándonos de hostias unos a otros. Pero bien, a lo bestia, en el plan en el que estamos.

El ejemplo más documentado y conocido de una tregua bélica establecida por motivos navideños tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial, cuando cesó el fuego entre las tropas británicas y alemanas a lo largo del frente occidental durante el 24 y el 25 de diciembre de 1914. Se cuenta que fue una iniciativa espontánea de los soldados, que, al margen de los altos mandos, salieron de las trincheras, fueron unos al encuentro de los otros, echaron unos pitis, y se pusieron a cantar “noche de paz, noche de amor” en sus respectivos dialectos sajones. Algunos cronistas llegan a asegurar que los más entusiastas incluso intercambiaron sus uniformes tronchándose de risa y los más animados organizaron partidos de fútbol amistosos en el barro.
Esto nos enseña que, por muy inmersos que nos encontremos en una situación social que parece arrolladora, el ser humano tiene siempre la posibilidad de interrumpirla, aunque sea una sola vez, cuando las circunstancias lo aconsejan. Por ello me permito sugerir a la nación española que este año hagamos una tregua de la Navidad. No sé si me explico: no una tregua “en” la Navidad, sino una tregua “de” la Navidad. Suspendamos en esta ocasión la Navidad para que podamos seguir dándonos de hostias unos a otros. Pero bien, a lo bestia, en el plan en el que estamos. Aguerridos soldados que combatieron valientemente en Verdún se vendrían abajo veinticuatro horas en twitter. Si se pudo parar la Primera Guerra Mundial con motivo de la Navidad, podremos parar la Navidad con motivo de las Guerras Sanchistas.
Mira por donde la polarización va a tener algo bueno —perdón, ya sé que no hay polarización sino la respuesta sensata y medida de un grupo de buenos ciudadanos ante los miserables ataques fasciocomunistas de un grupo de propagadores de odio que quieren llevarnos al abismo—. Como presidente de la Unión de Alérgicos a la Navidad, considero que cualquier excusa es buena para lograr el noble fin de poder vivir —aunque sea un único año en nuestras tristes vidas— un diciembre tranquilo sin compras obligatorias, emociones obligatorias y reuniones obligatorias. Según no sé qué encuesta, no sé qué tanto por cien de los españoles ya ha roto alguna relación familiar o de amistad por discrepancias políticas. Si es el precio de no tener que soportar los anuncios navideños de las grandes empresas, me parece asumible.
Porque además, si detenemos las hostilidades durante estas fiestas, nada garantiza que puedan retomarse cuando terminen. La crispación está tan inducida por los medios que si salimos de las trincheras, vamos unos al encuentro de los otros, echamos unos pitis, y nos ponemos a cantar “noche de paz, noche de amor” en nuestros respectivos dialectos hispanos, quizá después no sea fácil retomar la práctica de odiar al que discrepa. Y sin esa práctica, sin el uso de las redes sociales y las televisiones publicas y privadas como si fueran gas mostaza, se ca-e to-do el tin-gla-do. A uno y otro lado. Los mandos militares cuidaron especialmente de que no se repitiera en 1915 la tregua navideña de 1914. Ha costado mucho dinero y cortisol llegar hasta este punto como para ponerlo en riesgo por la dichosa Navidad.
