'Wicked', nunca al rosa le sentó tan bien el verde
Un musical protagonizado por dos jóvenes brujas que llevará la imaginación del espectador más allá del escenario gracias a sus temazos musicales, la fantasía y el espectáculo teatral que ofrece

El principal factor diferencial de Wicked de Stephen Schwartz y Winnie Holzman en el Nuevo Teatro Alcalá frente al resto de musicales que se pueden ver en cartelera es su actualidad, a pesar de que tuvo su estreno absoluto en Estados Unidos en 2003. Y desde entonces se sigue representando en Broadway. Sin embargo, lo que se ve bajo toneladas de fantasía y amistad, y una partitura ciertamente extraña, aunque a la vez es popular, que va más allá de sus canciones, interpela directamente al público actual.
La historia está situada en el país de Oz. El de la clásica película El mago de Oz, el del camino de baldosas amarillas que recorrían Dorothy, Toto, su perrito, y sus amigos, el hombre de hojalata sin corazón, el león cobarde y el espantapájaros sin cerebro mientras sonaba Over the rainbow.
Lugar donde había una vez unas brujas. La buena de Glinda, que parece más un hada que una bruja. Siempre con una sonrisa, dispuesta y preparada, sabiendo qué hacer y cómo comportarse. Y la mala de Elphaba que no solo viste de negro con un gorro picudo y vuela en escoba, sino que además es de color verde, un color que, si no le favoreció en la infancia, imagínate en la adolescencia en el insti y en la uni.

Encima, esta bruja verde es una animalista convencida. De las que defiende el estatus de los animales como personas de pleno derecho, porque en Oz lo eran antes de que llegase el siniestro mago que gobierna el país. Lo que la enfrenta al poder establecido, autoritario y autocrático, que piensa que los animales son eso animales al servicio de los seres humanos, y los muestra como una amenaza, el enemigo común frente al que unir al pueblo.
Por supuesto, Glinda y Elphaba serán rivales en todo, en los estudios, en el amor, en la vida y, sin embargo, ¿podrán ser amigas? Para no hacer spoiler digamos que nunca al rosa le sentó también el verde, y viceversa. Una relación que intenta ser explotada y manipulada por un poder, el del Mago de Oz, misterioso, ya que tiene algo que ocultar, y necesitado de caras amables, como la de Glinda, y de talentos y conocimientos, como los que tiene Elphaba para poder mantener el orden y el control del pueblo. ¿No recuerda esto a lo que está haciendo el poder en el mundo actual?
Este musical cuenta la evolución de esa relación a lo largo del tiempo, en esa sociedad en la que las personas son instrumentos al servicio del poder. Una historia que va desde que se conocen en la uni hasta que ya adultas tienen que asumir sus familias, sus elecciones y las consecuencias que vienen con ellas, incluidas las decepciones que da la vida. Pero eso es mejor ir a verlo y a escucharlo.

Verlo porque la decisión del equipo artístico español, con David Serrano a la cabeza, es apostar por el teatro. Lo que es un acierto. Quien quiera otro tipo de espectáculo ya tiene la peli en los cines y en las plataformas. Y no es lo mismo. Por eso esta producción tiene un tono kitsch. Y un puntito de ilustración clásica de libros juveniles y de recortables. Lo que no quiere decir que no sea espectacular. Lo es, pero teniendo en cuenta que todo tiene que ocurrir en presente y en presencia del público y no se puede parar y repetir otra toma, o hacerlo delante de un croma y luego colocarle lo que se necesite con efectos digitales.
También escucharlo por la forma en la que está trabajada la partitura. Porque en un principio, y siguiendo los comentarios generales que se hicieron desde que se estrenó en Broadway, se podría pensar que se trata de una colección de canciones de pop melódico que tiene en cuenta la tradición del musical de Broadway. Canciones más que agradables que entre las que se encuentra más de un temazo de los que se podrían pedir cantar a los aspirantes de La Voz o de Operación Triunfo y con la que, si lo hacen bien, podrían arrancar las mejores críticas de los jueces y alargar los aplausos del público.
Sin embargo, la forma en la que están compuestos muchos de ellos, van más allá de un temazo o aria. Cambian de ritmo y melodía. Se paran sin solución de continuidad para dar paso al diálogo y/o una característica en el habla de un personaje, como en el caso el Profesor Dillamond cantando Algo Malo. Se sincopan, introducen orquestaciones no esperables, pero coherentes con todo lo que se está escuchando, lo que se está contando y la tradición del musical, como los coros más propios de los musicales que de un disco o un concierto de pop. Sin descartar los leitmotivs, esos temas musicales que representan a los personajes principales, que circulan por toda la partitura.

Para muestra dos botones. Por un lado, el famoso y potente Desafiando la gravedad con el que acaba el primer acto. Por otro, Bailando por la vida.
Todo esto no funcionaría sin tener un elenco que supiera defenderlo. Y ha debido ser difícil conseguirlo en una temporada en la que la avalancha de musicales ha hecho que la oferta de trabajo para los intérpretes se multiplique. Seguramente lo han conseguido por varios motivos. El primero, el propio musical, uno de los icónicos del primer cuarto del siglo XXI. El segundo, el equipo artístico español, que lleva unos cuantos triunfos con las producciones en nuestro país de Billy Elliot, Matilda y The Book of Mormon.
Un reparto que funciona en sus roles principales, entre otras cosas porque saben interactuar entre ellos manteniendo las especificidades, a veces algo caricaturescas, de sus personajes. Muy importante en este caso por cómo está construida la partitura y muchas canciones y letras. Rol en el que destaca Lydia Fairén y su voz, cantante cover de Elphaba, que tocó en suerte y por casualidad el día que se asistió a la representación y a la que corresponde esta crítica. A la que acaban de darle el Premio a Mejor Actriz Protagonista de los Premios de Teatro Musical.
Todos estos elementos deberían garantizar una larga vida a este musical en la cartelera madrileña como lo ha hecho en Nueva York y en Londres. Lugares donde parece tan eterno como el imbatible El rey león. Lugares en los que, según las crónicas, el estreno de la segunda parte de película ha aumentado el interés sobre el musical, disparando las ventas en la taquilla de nuevo.
Porque en un mundo apantallado como el actual, no hay nada como la calidez de personas cantando, actuando y bailando en directo. En una historia que toma distancia de la realidad actual para mostrársela mucho mejor a un público al que el ruido mediático le confunde. Para ello recurre a crear una distancia y emociones con música, fantasía y un relato de amistad en tiempos que se muestran y se cantan al pueblo de Oz con la claridad, brillantez y docilidad aparente de Glinda. Aunque suenan y se entienden mejor, con la indignación, la rebeldía y el buen corazón que lo canta Elphaba. Como en la vida misma.
