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El Espíritu Santo no es de ultraderecha

El Espíritu Santo no es de ultraderecha

"El camino de una Iglesia samaritana, acogedora, en salida, como gustaba decir al papa Francisco, es irreversible".

Los cardenales, en la misa de este miércolesEFE

Este miércoles se encierran bajo llave —en cónclave— los cardenales convocados para elegir al nuevo Papa en el espectacular espacio de la Capilla Sixtina. Después de unas semanas de duelo por el difunto papa Francisco y las llamadas congregaciones generales para debatir sobre el futuro de la Iglesia, el mundo está pendiente de este exclusivo colegio que decide quién será la cabeza visible de la Iglesia católica.

Este acto se produce en medio de la celebración del Jubileo de la Esperanza, convocado por Francisco para este 2025, y a expensas de un mundo cambiante, con nuevos liderazgos y una política enrarecida a través del avance global de la derecha autoritaria. Seguro que esta circunstancia habrá merecido la reflexión de sus eminencias, en el marco de las relaciones que la Iglesia debe mantener con el mundo actual para anunciar su razón de ser: el Evangelio, la buena nueva de un Dios, Cristo, que se vacía de sí mismo para enaltecer a los desheredados de la tierra.

A nadie se le escapa que los cardenales electores han recibido el señalamiento y la presión de poderosos grupos ultracatólicos estadounidenses, deseosos de influir en este cónclave para que la Iglesia vire su rumbo hacia un tradicionalismo pétreo y antievangélico, en lugar de vivificar una tradición a la luz de un ideal superior basado en el amor. Sin embargo, los cardenales se han topado con la mofa compartida por el propio Donald Trump, que se presenta en un fotomontaje producido con las herramientas de la IA vestido de Papa.

El problema de esta foto no es la ofensa, sino el mal gusto y el desconocimiento que muchas de estas imágenes representan. Si tanto querían influir en este cónclave, Trump y sus asesores deberían saber que el uso del hábito ordinario papal con su característica sotana blanca no casa con la mitra que decora su cabeza, porque esta pieza se reserva para las celebraciones litúrgicas. Sutilezas que la nueva derecha, cuyo sentido ético y estético va de capa caída, es incapaz de comprender. La anécdota manifiesta en el fondo la cáscara vacía del discurso de formaciones que, como aquí Vox, usan y abusan del catolicismo como excusa para armar una identidad y una práctica muchas veces contrarias no sólo a la doctrina social de la Iglesia, sino al corazón del Evangelio de la misericordia.

En sentido contrario, se le podría reprochar a la izquierda el uso parcial de un magisterio que tanto deplora la pobreza, la desigualdad o el desprecio al migrante, como advierte contra el aborto o la eutanasia, en una lógica de dignidad existencial. Pero la diferencia sustancial está en que esta izquierda no presume de catolicismo renacido. Al fin y al cabo, el Evangelio no se agota en un tipo de ideología.

Los cardenales están reunidos. Nadie sabe con claridad a quién acabarán eligiendo. Pero lo cierto es que lo hacen en medio también de otra conmemoración importante para la Iglesia y que ha pasado más desapercibida: la celebración, en el año 325, del primer concilio ecuménico, convocado por el emperador Constantino en la ciudad de Nicea. Este sínodo estableció el credo que todavía hoy profesamos los que nos consideramos católicos: la fe en un Dios trino, porque el Dios en el que creemos no es un ser solitario, sino un misterio de amor. Algunos quisieran restaurar la unión de los poderes terrenal y celestial como nuevos Constantinos vestidos de Papa. Pero el camino de una Iglesia samaritana, acogedora, en salida, como gustaba decir al papa Francisco, es irreversible.

Francisco abrió caminos a la luz de la misericordia: a favor de la inclusión de las mujeres, de los laicos, de las personas LGTBI, de los pobres y los migrantes. Para algunos, sus medidas fueron insuficientes; para otros, fueron demasiado lejos. Pero su magisterio queda, porque si nos creemos de verdad que Dios creó al ser humano a su imagen y que Cristo elevó su dignidad, toda persona es poseedora de una dignidad infinita.

La Iglesia es fundamentalmente una comunidad espiritual, un testimonio vivo de fe y sanación, necesitada de administrar sus bienes y sus intereses, sin duda, como cualquier comunidad humana. La Iglesia es una familia que se reúne para discernir sus doctrinas, como ha hecho desde el primer momento, desde los tiempos de Pedro y Pablo. Y es católica, no porque esté presente en todo el mundo, sino porque se dirige a todo el mundo sin excepción.

Por eso, sea quien sea el nuevo Papa, tal vez como hiciera Pablo VI con el legado de Juan XXIII, la Iglesia tiene la misión de iluminar un mundo oscuro, de dar forma espiritual a una humanidad ensimismada en su materialismo tecnocéntrico, en ser signo de paz en medio de la guerra, en denunciar proféticamente los ídolos de nuestro presente, como el dios neoliberal, que tanto criticó Bergoglio. Porque, como escribía en su última encíclica, “en el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor”.

Amador Marqués es diputado por Lleida y portavoz de Deporte del Grupo Parlamentario Socialista.

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Es diputado por Lleida y portavoz de Deporte del Grupo Parlamentario Socialista.