Endiablada perspectiva electoral
"En nuestro país se ha perdido el fair play que funciona en otras democracias europeas y no ha de ser fácil que formaciones que se insultan a diario con gruesos dicterios se sienten un día a negociar nada menos que una coalición de poder".
Los sondeos demoscópicos alejados de las citas electorales tienen un valor muy relativo por razones obvias, pero de vez en cuando resulta ilustrativo examinar algunos de ellos, que son instantáneas más o menos precisas de la realidad nacional en un determinado momento. Así, me ha llamado la atención el que acaba de elaborar la consultora «Opina 360» para Antena 3, recién publicado por La Vanguardia, cuya lectura produce lógica preocupación en un determinado sector social muy amplio de este país.
Según la citada encuesta, basada en 1.203 entrevistas realizadas entre el 25 y el 30 de septiembre pasado, el PSOE ganaría las elecciones generales con 129-130 escaños (30,4% de los votos, un punto menos que en 2023), frente al PP que se quedaría en 111 (27,4%, casi seis puntos menos que en las anteriores elecciones), y a VOX, que daría un salto espectacular hasta los 74 diputados con el 20,6 % de los votos, casi ocho puntos más que en 2023.
Las formaciones más en precario serían Sumar ( 5,1%) y Podemos (3,8%) que obtuvieron conjuntamente el 23-J un 12,3% y 33 diputados y se quedaría en ocho. ERC conservaría sus siete diputados actuales, los mismos que obtendría EH Bildu (uno más). Junts obtendría 5 (con pérdida de dos); BNG, 2 (con ganancia de 1); Aliança catalana, 0/1, y Coalición Canaria, 1.
Con estos resultados, la izquierda queda en irremediable minoría y el PP no podría gobernar sin los votos de VOX. Es decir, la abstención de la extrema derecha impediría al PP gobernar en minoría ya que el conjunto de la derecha democrática no alcanza siquiera los 133 parlamentarios de los socialistas.
Es imprevisible el futuro, obviamente, pero hay algo en estos resultados que rezuma realismo. En otras palabras, son unos datos verosímiles, que casan con la intuición de los especialistas. Y por ello mismo no ha de ser ocioso reflexionar sobre tal eventualidad. Así las cosas, si esta fuera la decisión del pueblo soberano, habría dos opciones de gobierno:
Una de ellas, la más obvia, consistiría en la alianza entre el Partido Popular y VOX, que gobernarían con una cómoda mayoría absoluta de 185 diputados. Las relaciones entre las dos formaciones conservadoras, la democrática y la ultra, son ambiguas. El PP ha intentado desmarcarse de la formación de Abascal pero ha aceptado sus imposiciones en las comunidades autónomas y en muchos ayuntamientos con tal de conseguir o mantener el poder (en julio de 2024, dimitieron los vicepresidentes de VOX de los gobiernos de Castilla y León, Aragón, Comunidad Valenciana y la Región de Murcia por un desacuerdo en asuntos de menores inmigrantes, pero se mantiene la estabilidad en todos ellos). Hoy por hoy, no está clara la posición que adoptaría Feijóo en una situación como la dibujada por la encuesta, pero cobra verosimilitud una alianza más o menos tormentosa entre las dos formaciones que al fin y al cabo provienen del mismo tronco y beben de las mismas fuentes reaccionarias. Conviene significar que, hasta el momento, cuando el PP ha tomado el poder de manos del PSOE a lo largo dela etapa democrática (los periodos que se iniciaron en 1996 y en 2011), la derecha no cuestionó los principales logros modernizadores de la izquierda y los asumió en su práctica totalidad (divorcio, aborto, sanidad y educación públicas, etc.). Por ello, la sociedad civil ha aceptado las alternancias en el gobierno con serenidad y tranquilidad, unos estados de ánimo que ya no concurrirían si un determinado cambio de gobierno pretendiera emprender un inaceptable regreso al pasado.
La otra opción teórica de formación de gobierno sería la “gran coalición” a la alemana, la alianza PSOE-PP, que en Alemania funciona en la actualidad y que ha sido reiteradamente aplicada en aquel país para mantener un cordón sanitario en torno a las fuerzas radicales (la izquierdista Die Linke y, sobre todo, la neonazi AfD). Otros varios países europeos mantienen sendos cordones sanitarios para aislar ala extrema derecha; Francia es el ejemplo de ello más característico.
Esta segunda fórmula parece en nuestro caso inaplicable porque la enemistad entre PSOE y PP se ha radicalizado hasta alcanzar cotas insuperables. En nuestro país se ha perdido el fair play que funciona en otras democracias europeas y no ha de ser fácil que formaciones que se insultan a diario con gruesos dicterios se sienten un día a negociar nada menos que una coalición de poder. La sociedad no entendería semejante viraje.
Hasta aquí, en fin, las especulaciones, cuya lectura deja cierto mal cuerpo y una sórdida inquietud. Probablemente, si se confirman estos presagios, los partidos encontrarán alguna solución aceptable a la demanda de gobernabilidad. Pero ante el paisaje que acaba de describirse y que está diariamente a la vista, quizá resultaría razonable que los dos grandes partidos democráticos moderaran el tono, rebajaran la presión y recuperaran, sin pérdida de firmeza ni vacilación en las convicciones, una cierta templanza que diese densidad y solvencia al discurso democrático. De momento, el panorama es tan oscuro que reflexiones como la que antecede conducen directamente a un inquietante malestar.
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