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Israel enajena su futuro

Israel enajena su futuro

El principal debate que afecta a la imagen de Israel en este momento versa sobre si es o no adecuado el término “genocidio” para describir la conducta destructiva de las tropas sionistas. Con esto está dicho todo.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, con el ministro de Defensa israelí, Israel Katz.Artur Widak/NurPhoto via Getty Images

Algún análisis reciente de la guerra de Gaza recordaba algo que los israelíes, al parecer, han dejado de tener presente: en los días posteriores a los terribles ataques terroristas del 7 de octubre de 2023 contra Israel, cometidos por los terroristas de Hamás, con un saldo brutal de centenares de muertos civiles, el Empire State Building de Nueva York, la Torre Eiffel de París y la puerta de Brandenburgo de Berlín se iluminaron con los colores azul y blanco de la bandera de Israel, en homenaje a los judíos asesinados en la peor matanza que el mundo había conocido después del incalificable Holocausto, que marcó una referencia indeleble en la historia de la brutalidad mundial.

Aquel homenaje a Israel y a toda la población judía internacional que ha alimentado durante milenios la idea legítima de retornar a una patria originaria representaba pese a todo un triunfo más de la nación israelí, que se había ganado sobradamente el derecho a existir.

Como es bien conocido, el 29 de noviembre de 1947 las Naciones Unidas aprobaron mediante la célebre resolución 181 de la Asamblea General la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y uno árabe. El 14 de mayo de 1948, el Estado de Israel declaró su independencia, que fue seguida por la Guerra árabe-israelí de 1948 con los países árabes vecinos, que se negaron a aceptar el plan de la ONU. Las sucesivas victorias de Israel en una serie de guerras posteriores ampliaron las fronteras del Estado judío más allá de lo dispuesto en el Plan de Partición de las Naciones Unidas. Desde entonces, Israel ha mantenido numerosos enfrentamientos armados con muchos de los países árabes vecinos en el inagotable conflicto árabe-israelí.

En ese largo trayecto que dura ya casi ochenta años, Israel se ha convertido en un gran país, la única democracia parlamentaria de la zona, a pesar de las innumerables guerras de todo tipo que ha tenido que afrontar, siempre a sabiendas de que una única derrota hubiera podido representar el final de su propia existencia. Este desarrollo sanguinario y convulso ha sido escenario de todas las lacras que acompañan usualmente a las guerras, pero hasta ese 7 de octubre de 2023, Israel nunca se había alejado significativamente de las pautas que la moral y del derecho democráticos imponen.

El conflicto derivado de la pugna de árabes y judíos por la posesión de un territorio con una significación sagrada, milenarista, no se ha logrado resolver en este largo periodo de tiempo, pero nada indicaba que fuese imposible continuar negociando una solución en el futuro, toda vez que la racionalidad había de imponerse de manera plena en algún momento. Pero a medida que se han acumulado los muertos provocados por esta intervención israelí sobre Gaza, que se ha ido percibiendo el carácter indiscriminado de la agresión que dejaba su paso un saldo inaceptable de civiles destrozados por las bombas, que se ha comprobado cómo las acciones militares se combinaban con asedios medievales para provocar hambrunas, etc., el comportamiento de Israel ha sido cada vez más cuestionado. El principal debate que afecta a la imagen de Israel en este momento versa sobre si es o no adecuado el término “genocidio” para describir la conducta destructiva de las tropas sionistas. Con esto está dicho todo.

Israel lució como víctima a los ojos de muchos en el siglo pasado. La comunidad internacional, todavía horrorizada por el recuerdo del Holocausto, guardaba en la memoria los atentados palestinos en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, la brutalidad de las dos grandes intifadas… En muchos casos, la opinión estaba dividida, se mantenía una dialéctica tendente a procurar un acuerdo, que se consideraba posible.

En anteriores choques con Hamás, Netanyahu, aunque ya señalado por algunos abusos, declaró reiteradamente que la sociedad internacional era comprensiva y que el crédito de Israel se recuperaba una vez concluido el conflicto. Aquella afirmación pudo ser cierta a veces, pero desde luego no lo es en este momento: Israel ya no es el amigable y acogedor país turístico de antaño, al que se invitaba a Eurovisión o a los torneos de la FIFA como premio a su invariable tradición democrática. Aquí, en España, acaba de verse que los equipos israelíes de ciclismo tampoco son bienvenidos.

A estas alturas, es altamente improbable que Israel recupere algún día la respetabilidad que tuvo. Primero, por la gravedad objetiva de la gran matanza a sangre fría, que recuerda plásticamente los campos de exterminio; segundo, porque Netanyahu, un líder corrupto que necesita el poder para evitar la sanción, se ha aliado con la peor escoria de su país para provocar esta inaceptable salvajada. Y por último, porque Netanyahu ha quedado fuera de control: la agresión a Qatar reduce a Israel a la condición de estado fallido.

Un conocido periódico norteamericano ha titulado un análisis reciente con este expresivo aserto: “Israel está ganando la guerra, pero perdiendo el mundo”. Y esta es la cruda realidad que los israelíes deberían asimilar cuanto antes. La inmensa mayor parte de la comunidad internacional no es antisemita, no odia a los judíos, ni siquiera siente el menor atisbo de racismo en relación a otras etnias. Sí en cambio prolifera el antisionismo contra un designio nacionalista que persigue claramente la destrucción del adversario.

En todo caso, es inaceptable que Netanyahu trate de lavar sus culpas señalando las de Hamás: Hamás practica el terror y violenta el Derecho porque es una secta terrorista autoritaria y fanática. En cambio, Israel es, como se ha dicho, la única democracia de la región. Pero nadie puede alardear de demócrata si no respeta unos principios que Israel ha dejado de aplicar desde hace ya demasiado tiempo.

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Mallorquín, de Palma de Mallorca, y ascendencia ampurdanesa. Vive en Madrid.

 

Antonio Papell es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos del Estado, por oposición. En la Transición, fue director general de Difusión Cultural en el Ministerio de Cultura y vocal asesor de varios ministros y del Gabinete de Adolfo Suárez. Ha sido durante más de dos décadas Director de Publicaciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación). Entre 2012 y 2020 ha sido Director de Comunicación del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y director de la centenaria Revista de Obras Públicas, cuyo consejo estuvo presidido en esta etapa por Miguel Aguiló. Patrono de la Fundación Caminos hasta 2024, en la actualidad es asesor de la Fundación. Ha sido durante varios años codirector del Foro Global de la Ingeniería y Obras Públicas que se celebra anualmente en colaboración con la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en Santander.

 

Fue articulista de la agencia de prensa Colpisa desde los años setenta, con Manu Leguineche; editorialista de Diario 16 entre 1981 y 1989, editorialista y articulista del grupo Vocento desde 1989 hasta el 2021; y después de unos meses como articulista del Grupo Prensa Ibérica, es articulista del Huffington Post. También publica asiduamente en el diario mallorquín Última Hora. Ha sido colaborador del Diario de Barcelona, El País, La Vanguardia, El Periódico, Diario de Mallorca, etc. Ha participado y/o participa como analista político en TVE, RNE, Cuatro, Punto Radio, Cope, TV de Castilla-La Mancha, La Sexta, Telemadrid, etc. Ha sido director adjunto de “El Noticiero de las Ideas”, revista de pensamiento de Vocento. Ha publicado varias novelas y diversos ensayos políticos; el último de ellos, “Elogio de la Transición”, Foca/Akal, 2016.

 

Asimismo, ha publicado para la Ed. Deusto (Planeta) sendas biografías profesionales de los ingenieros de Caminos Juan Miguel Villar Mir y José Luis Manzanares. También es autor de un gran libro conmemorativo sobre el Real Madrid: “Real Madrid, C.F.: El mejor del mundo” (Edit. Global Institute).