La desmemoria histórica
Opinión
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La desmemoria histórica

Urge un rearme moral, intelectual y pedagógico para desmontar los bulos que tratan de convencernos de las excelencias del franquismo.

Franco saludando a tropas italianas en un desfile en Madrid el 27 de mayo de 1939.Bettmann Archive / Getty Images

Cuando llegó biológicamente la hora de la Transición al producirse la desaparición física del dictador, los españoles, que habíamos tenido tiempo de preparar las consecuencias del óbito, teníamos mayoritariamente en la cabeza una idea tan obsesiva como esperanzada: la de evitar que aquel hito ineludible encendiera de nuevo la llama de una guerra civil. La oposición democrática al franquismo —y especialmente el PCE, que fue la única fuerza organizada que desempeñó este papel dentro de España y en el exilio— ya había lanzado décadas atrás la idea de reconciliación; Carrillo, secretario general del PCE desde 1960 y hasta 1982, lanzó y mantuvo esa propuesta conciliadora desde muy temprano. A pesar de que su voz no llegase apenas al interior del país y de que las fuerzas que sostenían la dictadura mantuvieran hasta ultimísima hora la pueril tesis de que los Principios Fundamentales del Movimiento serían eternos.

Aquel temor a una violenta “vuelta de la tortilla” cargó de prudencia a los actores que tuvieron que actuar tras el 20-N de 1975. El país padecía desde décadas atrás la violencia de ETA, y la decrepitud del dictador animó a radicales extremistas a organizar grupúsculos ultraizquierdistas de resistencia armada, como el GRAPO. De ahí que, una vez lograda la amnistía, condición sine qua non para el borrón y cuenta nueva, la inmensa mayoría de actuantes creyó necesario huir del revanchismo y pasar de puntillas sobre la recapitulación histórica de lo que había sido el franquismo. En prueba de ello, eran ostentosos los gestos de reencuentro y reconciliación. Y así, por ejemplo, una vez que Carrillo, oculto en España bajo una legendaria peluca, salió de la clandestinidad y compareció oficialmente en público —en el madrileño Club Siglo XXI—, fue Fraga Iribarne, exministro de Franco, quien lo presentó en sociedad.

Nadie percibió al principio del nuevo régimen la incongruencia de establecer un régimen pletórico de libertades en un marco que todavía mostraba a cada paso la oscura huella del dictador. Los monumentos a «los caídos», naturalmente del bando nacional, seguían decorando los centros estratégicos de pueblos y ciudades; el «Valle de los Caídos» era un centro de atracción turística aberrante que sin embargo apenas levantaba polémica; los enterramientos informales de los fusilados en las cunetas de los caminos tras juicios sumarísimos o mediante ejecuciones extrajudiciales eran silenciados y sin embargo permanecían intactos en la memoria de cada vez menos supervivientes; la propia historia de la guerra civil dejó de progresar, de forma que los sucesivos hallazgos fueron anacrónicos: el gran historiador Juan Pablo Fusi, por ejemplo, nos informó muy tardíamente de que, tras el 1 de abril de 1939, fecha oficial del fin de la contienda, los «nacionales» fusilaron todavía en Madrid a unas 50.000 personas…

Tuvieron que llegar Rodríguez Zapatero y el siglo XXI para sacar a este país del marasmo con la idea de que había que recuperar la memoria histórica, porque no hay verdadera paz ni reconciliación posible si previamente no se ha escrito con la debida veracidad la realidad de lo ocurrido. Pero desde la Guerra Civil habían pasado ya casi setenta años, un paréntesis demasiado largo para que los recuerdos fueran todavía íntegros y sólidos. Y mientras el sector más consciente de la ciudadanía apreció muy positivamente aquella propuesta de claridad, el ámbito más reaccionario de la opinión pública se negó al esclarecimiento de la verdad con el argumento de que lo que se pretendía era reabrir heridas, resucitar el conflicto, provocar en el fondo una reversión de los resultados rotundos de la Guerra Civil.

En definitiva, si durante un largo periodo ulterior a la Constitución de 1978 el concepto de franquismo era generalmente denostado y apenas si tenía defensores —recuérdese que, hasta el nacimiento de VOX, la extrema derecha solo tuvo a un parlamentario, Blas Piñar, en una única legislatura (1979-1982)—, tras la ley de Memoria de Histórica (ley 52/2007, que fue reemplazada tiempo después por la ley 20/2022) los elementos más reaccionarios de la derecha política emprendieron una falaz campaña contra los progresistas que querían consolidar el nuevo sistema pluralista, y alejar para siempre los diversos totalitarismos del horizonte político de nuestro país.

Esta polémica ha coincidido con períodos críticos, y particularmente con la crisis de 2008-2014, que rompió una larga etapa de prosperidad y desacreditó a los partidos convencionales, que no supieron afrontar la contrariedad con la debida eficacia. Ello dio lugar a una crisis del sistema de representación política del joven régimen, que había permanecido en manos de los dos grandes partidos, cómodos en su modelo de bipartidismo imperfecto. El llamado a recuperar la memoria y la recesión impulsaron el nacimiento de populismos radicales.

La nueva extrema derecha, que irrumpió con fuerza por la debilidad e inconsistencia del centro-derecha (el PP), aprovechó el desconocimiento que las nuevas generaciones tenían de los horrores de la dictadura franquista para rehabilitarla, hasta el punto de que hoy, según todas las encuestas, hay en España bastantes más simpatizantes de Franco que en la primera etapa del tramo democrático. Y el cordón sanitario que en otros países impide el protagonismo de los ultramontanos no parece muy sólido en España, donde la derecha democrática experimenta culposas nostalgias todavía.

Esta situación no debe consolidarse, por lo que urge un rearme moral, intelectual y pedagógico para desmontar los bulos que tratan de convencernos de las excelencias del franquismo. Aquel régimen secuestró las inteligencias, nos condenó a una pobreza socioeconómica estructural —la autarquía—, forzó a millones de españoles a emigrar para huir de la indigencia; zanjó cualquier disidencia llenando hasta la bandera las cárceles y los campos de concentración; redujo a la mujer a un estatus infantil, sometiéndola al varón e impidiéndole obtener un pasaporte o abrir una cuenta corriente; coartó los derechos civiles más esenciales, persiguió con saña a los colectivos LGTBI, prohibió el divorcio y, por supuesto, el aborto, y clericalizó la institucionalidad; sus avances sociales fueron mínimos, pese a bulos que aseguran—falsamente— que Franco creó entre otras cosas la Seguridad Social o el sistema de pensiones. En definitiva, Franco fue un sátrapa como sus amigos Mussolini y Hitler, autores de crímenes horrendos contra la humanidad, que cortó las de este país durante un interminable y cruento periodo de opresión y silencio.

Es necesario, en fin, estimular la memoria histórica hasta donde sea necesaria para satisfacer las legítimas demandas de las víctimas, para asentar la verdad en el frontispicio de las instituciones y para desmontar los sofismas y los bulos de la extrema derecha. Por eso es tan necesario que la derecha democrática no se deje arrastrar por la confusión.

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Mallorquín, de Palma de Mallorca, y ascendencia ampurdanesa. Vive en Madrid.

 

Antonio Papell es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos del Estado, por oposición. En la Transición, fue director general de Difusión Cultural en el Ministerio de Cultura y vocal asesor de varios ministros y del Gabinete de Adolfo Suárez. Ha sido durante más de dos décadas Director de Publicaciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación). Entre 2012 y 2020 ha sido Director de Comunicación del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y director de la centenaria Revista de Obras Públicas, cuyo consejo estuvo presidido en esta etapa por Miguel Aguiló. Patrono de la Fundación Caminos hasta 2024, en la actualidad es asesor de la Fundación. Ha sido durante varios años codirector del Foro Global de la Ingeniería y Obras Públicas que se celebra anualmente en colaboración con la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en Santander.

 

Fue articulista de la agencia de prensa Colpisa desde los años setenta, con Manu Leguineche; editorialista de Diario 16 entre 1981 y 1989, editorialista y articulista del grupo Vocento desde 1989 hasta el 2021; y después de unos meses como articulista del Grupo Prensa Ibérica, es articulista del Huffington Post. También publica asiduamente en el diario mallorquín Última Hora. Ha sido colaborador del Diario de Barcelona, El País, La Vanguardia, El Periódico, Diario de Mallorca, etc. Ha participado y/o participa como analista político en TVE, RNE, Cuatro, Punto Radio, Cope, TV de Castilla-La Mancha, La Sexta, Telemadrid, etc. Ha sido director adjunto de “El Noticiero de las Ideas”, revista de pensamiento de Vocento. Ha publicado varias novelas y diversos ensayos políticos; el último de ellos, “Elogio de la Transición”, Foca/Akal, 2016.

 

Asimismo, ha publicado para la Ed. Deusto (Planeta) sendas biografías profesionales de los ingenieros de Caminos Juan Miguel Villar Mir y José Luis Manzanares. También es autor de un gran libro conmemorativo sobre el Real Madrid: “Real Madrid, C.F.: El mejor del mundo” (Edit. Global Institute).

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