El pueblo de Cáceres que invadió 10 metros de Portugal para hacer una cocina nueva
Una anécdota de cómo lo cotidiano puede alterar lo geográfico.

En la estrecha y en ocasiones confusa frontera que separa España y Portugal, popularmente conocida como La Raya, hay historias que demuestran que los mapas no siempre coinciden con la vida real. En los 1.214 kilómetros de extensión que marcan la divisoria entre ambos países, se esconde una pedanía de menos de un centenar de habitantes donde una obra doméstica terminó provocando una pequeña modificación del límite internacional.
Esto ocurrió en La Fontañera, una pequeña villa de la provincia de Cáceres que se abre paso en la frontera hispanolusa como una pedanía del municipio de Valencia de Alcántara. Los hechos ocurrieron en los años cincuenta, cuando los propietarios de la última vivienda de la calle principal, la más cercana a Portugal, decidieron ampliar el establo y construir una cocina mayor para su uso cotidiano, según recoge 20 Minutos.
En una época en la que las obras se afrontaban sin demasiados trámites municipales, y menos en la Extremadura rural y fronteriza situada a horas en coche de la capital provincial, los albañiles comenzaron a colocar ladrillos sin comprobar con exactitud dónde terminaba la parcela y dónde empezaba el país vecino. Cuando la obra estuvo concluida se descubrió que parte de la ampliación se había ejecutado sobre terreno portugués.
Una solución sencilla y eficaz
La reacción de las autoridades fue, igualmente, tan práctica como insólita. La Comisión de Límites, el organismo encargado de supervisar los mojones fronterizos y la correcta demarcación de la raya, actuó para regularizar la situación. Lejos de demoler la construcción y multar a los dueños, se reubicó uno de los hitos que marcaban la frontera, de modo que la casa ampliada quedó oficialmente en suelo español.
El cambio resultante fue mínimo en extensión, tan solo unos diez metros cuadrados, pero resulta cuanto menos llamativo por su tono cotidiano: una cocina hogareña había “desplazado” la frontera. Para historiadores y curiosos, el caso de la obra doméstica que invadió diez metros de Portugal no deja de ser una lección sobre cómo las fronteras, además de líneas en un mapa, son espacios vivos donde lo cotidiano puede alterar lo geográfico.
El episodio ha sido recogido por el geógrafo y divulgador Diego González en su libro Historiones de la geografía, donde utiliza anécdotas como esta para ilustrar cómo, hasta la llegada de la topografía moderna, muchos límites quedaron fijados con ambigüedades y arreglos sobre el terreno que no siempre coincidían con la teoría cartográfica. González recuerda que, durante décadas, construcciones y usos locales convivieron en un limbo jurídico en el que la precisión del mojón era tan importante como la costumbre.
