Émilie cambia la fábrica por las flores: "Este es mi pequeño rincón del paraíso"
Dar un giro de 180 grados en la vida es, en ocasiones, necesario.

Durante años, la rutina de Émilie Morins transcurrió entre turnos, ruido industrial y horarios rígidos. Hoy, en cambio, sus días empiezan rodeados de plantas, colores y aromas. A sus 36 años, esta vecina de Port-Brillet ha dejado definitivamente atrás la fábrica para dedicarse por completo a la floristería, el oficio que siempre sintió como propio.
Rodeada de flores cortadas y plantas vivas, Émilie habla con una mezcla de serenidad y entusiasmo que no deja dudas sobre su elección. "Lo que más me gusta es crear, inventar cosas nuevas con las flores y ofrecer arreglos que no sean siempre iguales", explica. Pero su trabajo no se limita a vender ramos: también escucha, orienta y aconseja. "La gente viene buscando ideas, trucos de siempre, y eso me encanta". Ser florista, recuerda, implica estar presente en momentos clave de la vida de los demás, desde nacimientos y bodas hasta despedidas y funerales.
Aunque siempre quiso dedicarse a este oficio, su trayectoria no fue lineal. Tras formarse en floristería, trabajó durante un par de años en una tienda. Sin embargo, la estabilidad económica la llevó a cambiar de rumbo y aceptar un empleo en una fábrica, donde permaneció cerca de dos décadas. "Me habría encantado hacer flores toda mi vida, pero el destino decidió otra cosa", resume sin dramatismo.
El punto de inflexión llegó con su mudanza a Port-Brillet. Allí, a finales de 2024, la única floristería del pueblo anunció su cierre. La noticia removió algo que llevaba tiempo dormido. “Fue como una llamada”, reconoce. La idea de volver a su profesión la ilusionaba, pero también le generaba dudas. ¿Sería capaz de retomar un oficio que no ejercía desde hacía veinte años? "Tenía miedo de arriesgarlo todo", admite. Por prudencia, decidió mantener su empleo en la fábrica a tiempo parcial y reabrir la tienda en diciembre de ese mismo año.
El temor duró poco. “Las habilidades volvieron enseguida”, cuenta. El contacto con los clientes y el trabajo manual le resultaron tan naturales como antes, quizá incluso más.
"Aquí recargo fuerzas"
Un año después, el balance es claro. El negocio funciona y Émilie ha tomado una decisión definitiva: dejar la fábrica y abrir la floristería a tiempo completo a partir de septiembre de 2025. “No me arrepiento ni un segundo. Si pudiera volver atrás, habría dado el paso antes”, confiesa.
El cambio no solo ha sido profesional, también personal. La tienda se ha convertido en un espacio de refugio. “Aquí recargo energía y recupero fuerzas cuando el día a día se hace cuesta arriba”, explica. Madre de dos hijos, uno de ellos con autismo e hiperactividad, Émilie habla con naturalidad de una realidad que forma parte de su vida. A veces, su hijo la acompaña a la tienda. “Cuando tiene una crisis, la gente lo entiende. Me dicen que no me preocupe. Hay mucha tolerancia”, relata, visiblemente emocionada. Esa acogida, reconoce, la ha sorprendido y conmovido.
La reapertura de la floristería también ha tenido un impacto en el pueblo. El escaparate decorado y las persianas levantadas han devuelto vida a la calle principal. “Los vecinos me dicen que les alegra ver la tienda abierta, que hacía falta una floristería aquí”, cuenta. No es solo un comercio más, sino un punto de encuentro y un símbolo de dinamismo en el centro.
Émilie atiende de lunes por la tarde, martes, jueves y viernes, además del sábado y el domingo por la mañana. Cierra los miércoles. Para ella, cada ramo y cada cliente confirman que tomó la decisión correcta. Cambiar la fábrica por las flores no ha sido solo un giro laboral, sino la manera de reconciliarse con un sueño que nunca dejó de esperar su momento.
