Una empleada se rompe el pie, vive de los 1.400 euros al mes de su seguro y se niega a regresar al trabajo: "No me imagino volviendo a levantarme temprano"
Se fracturó el pie tras resbalar con excrementos de perro.

Las bajas laborales son ausencias justificadas del trabajo por enfermedad o accidente que impiden al empleado desempeñar sus funciones. Durante este periodo, el trabajador deja de acudir a su puesto, pero continúa cotizando y recibe un subsidio que sustituye al salario, pagado por la Seguridad Social o por una mutua.
Su finalidad es garantizar la recuperación del trabajador sin generar desamparo económico. Sin embargo, algunos casos excepcionales reabren el debate sobre los límites y duración de estas prestaciones.
Uno de ellos es el de Jacqueline ––seudónimo para proteger su identidad––, una mujer belga que lleva más de ocho años viviendo gracias a la indemnización mensual que recibe desde que sufrió un accidente en 2017.
Un resbalón
Entrevistada en el programa Je vous dérange, reconoce sin tapujos que no tiene intención de volver a trabajar. “Francamente, no. He disfrutado de ocho años de paz y tranquilidad. No me imagino volviendo a madrugar”, explica.
La mujer se fracturó el pie tras resbalar con excrementos de perro en la calle y, desde entonces, percibe 1.400 euros al mes por incapacidad. Aunque hoy podría reincorporarse gracias a su formación como oficinista bilingüe, asegura que no quiere retomar la rutina laboral: “Ha pasado demasiado tiempo desde que estuve en la rutina diaria”.
Su estatus de discapacidad
El estatus BIM (Beneficiario de Intervención Aumentada) le ha otorgado una serie de beneficios que han consolidado su situación actual: tarifas sociales en la energía, copagos médicos mínimos y medicamentos casi gratuitos. “Si voy a un especialista, pago 3 euros, pero los recupero al mes siguiente. Y por algunos medicamentos, casi no pago nada”, detalla.
Además, reside en una vivienda social por 500 euros al mes, y junto con la pensión de su marido, ambos suman casi 3.000 euros mensuales, una estabilidad económica que la pareja no tiene intención de abandonar. “No está mal”, reconoce Jacqueline.
