Luces rojas en una sala de cine

Luces rojas en una sala de cine

Entre la especie humana ha habido siempre aves de carroña (clérigos, legisladores, médicos...) que inventan leyes, ídolos y seres superiores que premian y castigan. Amenazan con terribles castigos eternos a quienes no cumplen sus mandatos y normas, y declaran intocables la vida y la muerte, que solo depende de su dios.

Hay vivencias que se te clavan en la memoria y en el corazón para toda la vida. Y si quieres borrarlas o ahuyentarlas, aún se incrustan más en el alma. Recuerdo una de ellas, al parecer nimia y que podría no haber llegado a conocer con solo haber pulsado la tecla de eliminar del ordenador. La recibí por email, en uno de esos correos electrónicos colectivos que suelen ser borrados a las primeras de cambio. Sin embargo, casi por azar leí aquel correo y se abrió ante mis ojos un mapamundi en el que se iban encendiendo intermitentemente unas luces rojas. Cada luz roja significaba un niño que acababa de fallecer de hambre en el mundo, según datos del último informe de la FAO. En Europa y América del Norte no había luces rojas, pero en África, Sudamérica y Asia se presenciaba una macabra danza de luces rojas, que se colaban con espanto en mi corazón, mientras imaginaba a mis dos hijos, tan sanos, pero por un momento moribundos de parásitos y de hambre.

En los siguientes días invité a mis alumnos y alumnas de Ética y de Filosofía a que contemplaran aquel mapamundi en un silencio sepulcral. Conocí así lo mal repartida que estaba la sensibilidad en un mismo barrio, pero desconozco a cuántos de esos muchachos les causaron la misma impresión aquellas luces rojas que no paraban de parpadear en muchos lugares del mundo, carente de casi todo a fin de que la zona siempre oscura del mapamundi continuase siendo rica y feliz. Quizá contar aquí el recuerdo de aquella vivencia (hubo días que me quedaba absorto, sin contar el tiempo, hipnotizado por aquellas lucecitas rojas) me alivie y me ayude a poder acordarme de aquel mapamundi con algo más de sosiego.

Hace escasos días, concretamente el 8 de octubre de 2014, me ocurrió algo similar. Me desplacé a Madrid para asistir a la presentación en una pequeña sala de cine de El anunció más largo del mundo, basado en una jornada ininterrumpida de 25 horas de un enfermo terminal, interpretado por un actor, al que no se le ve nunca la cara, sino solo la parte de la cama donde yace y de la habitación donde vive, más las personas que esporádicamente le atienden, asean y curan.

Cuando se apagaron las luces de la sala de cine, el recinto quedó a merced solo de la respiración dificultosa y la congoja de aquel enfermo terminal, solo, dolorido y derrotado. Personalmente, conocía el argumento del anuncio, pero dio igual: a los pocos minutos, cerré los ojos y soñé que humedecía la frente de aquel hombre con una toalla fresquita, para después depositar allí besos pequeños, a la vez que tomaba su mano con suavidad. Tres solas palabras inundaron mi mente: sufrimiento, inútil, innecesario. Y deseé con todas mis fuerzas que muriera ya, de inmediato, rodeado del cariño de sus seres queridos y sin una sola micra de sufrimiento.

Entre la especie humana ha habido siempre aves de carroña (clérigos, legisladores, médicos...) que inventan leyes, ídolos y seres superiores que premian y castigan. Amenazan con terribles castigos eternos a quienes no cumplen sus mandatos y normas, y declaran intocables la vida y la muerte, que solo depende de su dios, una entidad de sadismo sin límites, capaz de prescribir que, por ejemplo, aquel enfermo terminal de El anuncio más largo del mundo sufra hasta su última gota de aire y de sangre. Frente a tales aves de carroña solo vale que cada ser humano declare libre y responsablemente que solo él tiene capacidad y legitimidad para disponer de su propia vida cuando, donde y como quiera.

Hay una asociación (AFDM, Derecho a morir dignamente) cuyos objetivos esenciales son promover y hacer efectivo el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla, así como defender el derecho de los enfermos terminales e irreversibles a morir sin sufrimientos, si este es su deseo expreso.

Por otro lado, si quieres visionar la película durante el tiempo que estimes oportuno y saludable, puedes ver en Internet la Petición creada por Asociación Federal Derecho a Morir Dignamente, donde además puedes adherirte a la Petición que dicha Asociación ha creado en change.org.