Bono, en el concierto de U2 en Madrid: "No hay nacionalismo bueno"

Bono, en el concierto de U2 en Madrid: "No hay nacionalismo bueno"

"Los irlandeses les tenemos mucho miedo a las banderas".

El cantante de la banda irlandesa U2, Bono, durante el primero de sus dos conciertos en el WiZink Center, en Madrid, dentro de su gira 'Experience + Innocence Tour'.EFE/Víctor Lerena

U2 es mucho más que música, bien es sabido, con toda una cosmogonía de iconos y proclamas sobre el mundo entre las que se repiten principalmente las de "amor" y "unidad", lo que este jueves, en su esperado concierto en la capital española, ha llevado a su líder a clamar contra los separatismos.

"Desde mi experiencia puedo decir que no hay nacionalismo bueno", ha dicho Bono casi al final, transcurridas dos horas y media de show y en el discurso previo a uno de sus grandes temas, One, tras el que ha justificado sus palabras: "Los irlandeses les tenemos mucho miedo a las banderas".

Ha sido en su retorno a Madrid después de 13 años, número maldito para algunos que aquí ha supuesto el final de una larga ausencia de giras en la ciudad, desde que en 2005 actuaran por última vez en el clausurado estadio Vicente Calderón dentro del Vértigo Tour al grito de: "1, 2, 3... ¡catorce!".

La expectación por este reencuentro con el público que en 1987 protagonizó su mítico primer concierto en España ya se palpó en la venta de las entradas, agotadas en pocas horas, y ha vuelto a sentirse en un WiZink Center lleno hasta la bandera, reunidos los barrios de Usera y Salamanca bajo un mismo techo, como sus amigos Javier Bardem y Penélope Cruz o Pablo Casado, líder del PP.

Según la organización, 15.000 personas han seguido de cerca este Experience + Innocence que cierra el concepto semántico y escenográfico que hace tres años abrió la pata contraria, la gira Innocence + Experience. Si aquella hablaba de cómo U2 se abría al mundo, en esta narra su vuelta al hogar.

Como si de un espejo se tratara, el escenario aparentemente replica la misma estructura de 2015, con una larga pasarela que casi divide la pista y sobre la que pende a su vez una gran pantalla transversal, esta vez —avisan— con una resolución nueve veces mayor y algún metro más de largo, hasta sumar 31.

Con media hora de retraso sobre lo anunciado, el espectáculo arrancó avasallador con imágenes de ciudades europeas devastadas por la barbarie de la guerra y la codicia de represores, también Madrid en 1939, mientras de fondo El gran dictador de Charles Chaplin animaba a recuperar el poder sustraído al pueblo por líderes como Trump o Putin.

"¡Vamos, Madrid!", bramó Bono de fondo, aún invisible tras la pantalla iluminada, cuando irrumpió The blackout más colosal que en el último disco, Songs of experience (2017), a plena potencia de vatios para que las cuatro siluetas de los protagonistas se hicieran por fin presentes.

Sus siempre poderosos medios escenográficos pronto les permitieron ofrecer más instantáneas de calado arquitectónico, como la rampa sideral que llevó a Bono al cielo en Lights of home.

Pero también mostraron que desde un espacio más convencional del escenario aún saben trazar paisajes igualmente emocionales solo con música, como con el viejo clásico I will follow, en el que fue la guitarra de The Edge la tiralíneas encargada de remover la estática del pabellón, antes de tocar Red Flag Day y Beautiful Day.

"¡Beautiful Madrid! ¡Hola, guapos! ¡Hola guapas! Esta noche esta es la historia de cuatro chicos normales hechos extraordinarios por la música y el público", relató el vocalista, síntesis del concepto narrativo de este concierto, que dio paso al recuerdo a su madre, fallecida prematuramente, con Iris (Hold Me Close).

Así arrancó el segmento que entronca esta gira con la de 2015 y planta las bases de esa citada cosmogonía particular, entre idas y venidas infantiles por Cedarwood Road, apelaciones a Bowie, santos católicos y botas militares, paseo emocional recreado gracias a la tecnología, antes de la reflexión antiterrorista de Sunday Bloody Sunday y Until the End of the World, entre una lluvia de salmos hechos jirones de papel.

El ecuador lo marcó entonces un relato animado de su ascenso a los cielos, con discos de éxito como The Joshua Tree, al que rindieron homenaje el pasado año (por lo que sus éxitos quedaron fuera del repertorio), y su supuesta bajada al suelo con una lección de humildad: "La sabiduría es la recuperación de la inocencia al final del camino".

La segunda parte del concierto, ya en el recoleto escenario situado al otro extremo de la pasarela, arrancó con una segunda juventud que inspira éxitos como Elevation y un intensísimo Vertigo, en el que pocas veces habrán atronado de manera igual los "Un", "dos", "tres", los "catorce" y, claro, los "¿dónde está?".

"La mejor banda de rock del lado norte de Dublín", como se autoproclamó Bono, ahora señor de la pista con chistera y todo, se dio al jolgorio con Even better than the real thing y se transmutó luego en MacPhisto, viejo personaje de su mitología, como previo a Acrobat, joya de su repertorio que hasta este tour nunca antes habían tocado en vivo.

No hubo tiempos muertos, aunque U2 juegue al despiste. Con la guardia baja en el formato plácido y acústico de You're the Best Thing About Me y Summer of Love, la banda soltó de repente imágenes de los refugiados, antes de estallar, ya a pleno voltaje, en una exaltación del amor y de los valores de comunidad europeos con Pride: "¡Vamos Madrid, vamos España, vamos Europa!".

Una enorme bandera europea se desplegó a continuación entre los aplausos de Bono, que empezó cantando New Year's Day y termina tarareando el Himno de la alegría, mientras el escenario mutó de nuevo para erigir la deslumbrante ciudad de City of blinding lights.

Aún quedaban los bises, no obstante, para recordar que "la pobreza es sexista", defender el amor en todas sus variantes con Love Is Bigger Than Anything in Its Way, clamar por la unidad de todos frente a los nacionalismos separatistas con One y dedicar a los más jóvenes una canción, 13 (There's a light), y un consejo: "No escuchéis a vuestros padres".