Internet de las personas

Internet de las personas

Los avances tecnológicos van a servir para que nuestras sociedades sean más eficientes, más sostenibles, con mayor calidad de vida. No podemos permitirnos desaprovecharlos, y más teniendo en cuenta que las ciudades, regiones o países que sean capaces de hacer frente a estos retos de forma adecuada tendrán más posibilidades de futuro en un mundo tan competitivo.

REUTERS

Mucho se habla en los últimos tiempos del internet de las cosas, que no es más que aprovechar internet, la conectividad y la transferencia de datos a través de las distintas redes para conectar objetos y para que interactúen entre ellos, o que la información que genera uno le sirva a otro. Pasamos de la comunicación entre las personas a la comunicación entre los objetos. Reconozco que es apasionante, pero creo que en este nuevo paradigma, en estos nuevos avances, las empresas y las instituciones se están centrando excesivamente en la tecnología como fin y no como medio.

Y esto no es nuevo. ¿Quién no conoce un ayuntamiento que haya instalado una red wifi abierta a los ciudadanos? O pantallas para mostrar múltiples cosas, o diversas plataformas web con muchos objetivos distintos... Pero en la mayoría de los casos no existe un porqué, una hoja de ruta y una visión más amplia de futuro que no vaya más allá de instalar tecnología por el simple hecho de innovar, como muestra de modernidad, pero sin tener claro a dónde se quiere llegar.

Todo está suponiendo avances sin precedentes, pero estas mejoras solo serán aprovechadas si existe una visión de futuro y una idea clara de qué hacer. Ahora se han puesto de moda las smart cities. Cientos de ayuntamientos de toda España querrán subirse a ese nuevo tren, que además cuenta con el apoyo de financiación pública, pero mucho me temo que no se aprovecharán los recursos de la mejor forma posible o con todo el potencial que se podría obtener. Servirá para que las grandes empresas del sector tecnológico instalen sus últimas novedades, y muchas de ellas quedarán sin uso dentro de unos años.

Creo que la reflexión que tiene que hacer cualquier gobernante que quiera aprovechar al máximo los beneficios de estos avances, pensando en el bien de sus ciudadanos, debe seguir un esquema parecido al siguiente:

1. Debe conocer todos los avances tecnológicos que existen y los que se prevén que puedan llegar.

2. Debe conocer ejemplos de municipios que hayan puesto en marcha estos avances, y no estaría nada mal que el Gobierno de España los aglutinara todos en un banco de buenas prácticas.

3. Debe saber en qué ámbitos quiere utilizar la tecnología, pensando en un plazo cercano a diez años. Aquí les dejo algunos ejemplos:

• Movilidad inteligente.

• Participación y transparencia.

• Ahorro y eficiencia energética.

4. A partir del momento en que los primeros puntos estén claros, debe sentarse con los diferentes partidos representados en su corporación y hacerlos a todos partícipes del proceso, pues puede que sean otros los que tengan que continuar en un futuro con su implantación.

5. Debe marcar una hoja de ruta, con plazos, acciones y responsables.

6. Debe definir un coste aproximado de las acciones y buscar las distintas formas de financiación.

7. Se debe hacer una revisión periódica de los resultados, para ver cuáles son las mejoras y los cambios necesarios. No olvidemos que la tecnología está en constante evolución y puede que lo que sirve hoy, mañana esté obsoleto.

8. Por último, algo que debería ser lo primero: se debe implicar a todos los que vayan a hacer uso de las herramientas y de las tecnologías, haciéndoles participes de su diseño, desarrollo e implantación.

Los avances tecnológicos van a servir para que nuestras sociedades sean más eficientes, más sostenibles, con mayor calidad de vida. No podemos permitirnos desaprovecharlos, y más teniendo en cuenta que las ciudades, regiones o países que sean capaces de hacer frente a estos retos de forma adecuada tendrán más posibilidades de futuro en un mundo tan competitivo y globalizado como el que nos encontramos, donde perder un tren puede suponer que nunca más vuelva a pasar por delante de nosotros.