A río revuelto ganancia ¿de quién?
Si la convivencia pacífica entre todas las maneras de pensar es crucial en cualquier momento, cobra aún mayor relevancia en épocas difíciles, como la que vivimos.
La Historia está plagada de ejemplos de agresiones brutales entre seres humanos que querían imponer su manera de ver el mundo sobre las de otros, a costa de lo que fuera necesario.
Este escenario agresivo, en Europa, hasta hace unos meses se me antojaba de tiempos lejanos, pues en el primer mundo gozamos de un aparato regulador afianzado, compuesto por leyes que, en general, se respetan y si no, hay instancias para hacerlas cumplir. En las entrevistas que he hecho a inmigrantes africanos, llegados a nuestras costas arriesgando la vida, es una constante el anhelo, incluso como motor del viaje, de ese marco normativo donde no reine la impunidad.
Es lo que tiene evolucionar como sociedad, que todos tenemos derechos… por ejemplo a la intimidad, a la integridad física y moral, a la libertad; a decidir sin presiones entre las opciones clínicas disponibles, después de recibir la información adecuada de cada una de ellas; a no ser discriminados por cuestión de creencias... Así, la salud, uno de los bienes más preciados de cada uno, si no el más, -sobre todo si es la propia, con la ajena ya hemos visto que algunos son más laxos-, la puede preservar cada persona como entienda pertinente, en conciencia y consecuencia, sin dar explicaciones y sin necesidad de adscribirse a un bando. Por traer el discurso a nuestros días: al que le parezca que está protegido con una sustancia en la vena tiene la fortuna de poder acceder a ella, el que opine que no, es libre para decidir qué se inyecta.
Esto, que parece una obviedad, últimamente me lo tengo que repetir casi como mantra para no olvidarlo y dejarme vencer por este ambiente de fractura y recelo en el que estamos casi ahogados; en esta guerra cada vez menos soterrada y alentada por algunas instituciones, ¡ilusa de mí que pensaba que eran las garantes de la legalidad y el buen funcionamiento social!
Vivo en Gran Canaria, una isla que, según informaron desde la Consejería de Sanidad y amplificaron los medios locales, está en fase 4, desde el lunes pasado, día 9 de agosto. Esto significa, según las mismas fuentes, que, además de otras múltiples restricciones, para acceder a centros deportivos, a locales de juegos y apuestas, a cines, teatros y otros espacios culturales hay que tener y demostrar la pauta de vacunación completa. Una medida, a pesar de haber sido anunciada con fervor, tan poco legal que ni siquiera ha sido publicada en el Boletín Oficial -a día de hoy, 17 de agosto-; pero que ha coadyuvado a enturbiar aún más la convivencia, pues ha generado enfrentamientos y discusiones a las puertas de los espacios mencionados, entre empleados, dueños y clientes. Unos queriendo hacer cumplir y otros sintiéndose afectados por una norma inexistente. ¿Quién gana en este río revuelto?
A los ciudadanos, inmersos en un torrente enrarecido que es difícil discernir dónde va, lo que nos queda es mantener la cordura, la responsabilidad y la impecabilidad que requiere la construcción de un día a día desde la suma, la armonía, desde el recordar que todos tenemos derechos y cabida en esta sociedad ordenada jurídicamente y así no ahondar una grieta en el frágil y maltrecho equilibrio colectivo que, a duras penas, mantenemos tras vivir uno de los periodos más duros que se recuerdan. Si nos empeñamos en querer tener la razón a costa de insultar y discriminar al que piensa diferente, perderemos todos, mucho más que si nos contagiamos de cualquier virus.