Por qué hay gente que no cree en el coronavirus

Por qué hay gente que no cree en el coronavirus

Los movimientos conspiranoicos, los antimascarillas y los bulos cobran cada vez más peso a la vez que aumentan los rebrotes de covid-19 en el mundo.

Manifestación antimascarillas convocada el domingo 14 de agosto en la plaza de Colón en Madrid.Marcos del Mazo via Getty Images

“Queremos ver el virus”. “No hay miedo”. “Falsos test, falsos positivos”. Esas son sólo algunas de las proclamas con las que unas 2.000 personas llenaron la madrileña plaza de Colón este domingo en plena oleada de rebrotes de covid-19. Y no son las únicas, el movimiento antimascarillas tiene cada vez más adeptos y se extiende por todo el mundo como otra pandemia sin cura y difícil de erradicar. De hecho, casi tres de cada diez estadounidenses cree que el virus fue creado en un laboratorio, según una encuesta de Pew Research.

Lejos de ser un acto de rebeldía contra las medidas sanitarias, este movimiento apoyado por rostros conocidos, como Miguel Bosé, y con teorías conspiranoicas que culpan al 5G y a Bill Gates de la pandemia supone una gran amenaza a la salud pública. Pero, ¿qué lleva a una persona a pensar que el covid-19 es una farsa cuando la cifra de muertos a nivel mundial se acerca, a 17 de agosto, a las 800.000 personas?

El miedo al desempleo, al contagio (por mucho que se niegue) e incluso a un nuevo confinamiento hace que el individuo busque una respuesta segura, que no existe todavía, para que le sirva de apoyo en una dura situación personal. “Estos movimientos, al igual que ocurre con las sectas, parten de un negacionismo. Es decir, si algo nos hace daño o nos da miedo lo fácil es negarlo”, señala Guillermo Fouce, doctor en Psicología social.

Según este experto, la situación de vulnerabilidad e incertidumbre y no tener todas las certezas frente al virus por parte del método científico se suma a la magnitud del problema, en este caso a nivel global, lo que hace que estallen este tipo de bulos. “Ya que la ciencia no puede dar todas las respuestas, hay quien aprovecha esa falta de información para dar soluciones automáticas. Ni sabemos todo ni vamos a saberlo todo”, explica Fouce.

Ya que la ciencia no puede dar todas las respuestas, hay quien aprovecha esa falta de información para dar soluciones automáticas"
Guillermo Fouce, psicólogo y presidente de Psicólogos sin fronteras

“Necesitas encontrar un sentido a lo que te está pasando, si te han echado del trabajo, si ha fallecido un familiar e incluso si estás enfermo. Pues yo aprovecho para darte uno, aunque sea falso”, añade. El especialista señala que este método, similar al de las sectas, se aprovecha del dolor de la gente y la ansiedad generada por el desconocimiento y la imposibilidad de conocer una verdad absoluta.

Tal y como apunta un estudio de la Universidad de Kent publicado en 2017, “la vulnerabilidad social” o “las poblaciones desfavorecidas” son factores que hacen que los bulos se generen y se distribuyan con mayor facilidad.

Para el psicólogo, es más fácil creer que el coronavirus es un arma biológica, que el Gobierno engaña a los ciudadanos o que están intentando controlarlos que asimilar el “no lo sé” de la ciencia. “Acelera el método científico”, señala.

Estos movimientos no surgen de la nada. Se trata de grupos organizados —como Resistencia Democrática de España, encargada de las caceroladas del madrileño barrio de Salamanca, entre otras acciones— que distribuyen mediante canales de información los distintos bulos y sesgos.

De hecho, estos mismos grupos fueron los que se encargaron de difundir que el origen de la covid-19 era el 5G o que se había fabricado en un laboratorio chino. “Están muy organizados y distribuyen información acorde a sus propias fuentes, que son contrarias a las oficiales o a lo que está demostrado. De hecho, aíslan a esas personas para que sólo escuchen estas informaciones y propagan las ideas de que nos engañan o que nos intentan controlar”, señala el experto.

Para distribuir estas informaciones usan, entre otros canales, grupos de Telegram, por donde circulan todo tipo de bulos. Uno de los más recurrentes es el del creador de las PCR, Kary Mullis, que se dio a otros hallazgos científicos dudosos tras su creación. “Eso no significa que lo desacredite. Se van a esa parte para quitarle veracidad al todo”, indica Fouce.

A la mayoría de los manifestantes antimascarillas y antivacunas se les llena la boca con la palabra libertad. “Yo no llevo bozal”, “a mí no me van a controlar” o “no pueden obligarme a vacunar a mi hijo” son algunas de los argumentos a los que se adhieren. Pero si alguna frase ha ido de la mano del concepto de libertad es que esta “acaba donde empieza la del otro”. Más aún si lo que está en juego no es un debate dialéctico o político, sino la salud de una sociedad.

“Si la libertad para creer lo que quieras genera problemas de salud, pesa más proteger a la mayoría”, apunta el psicólogo, quien recuerda que el funcionamiento de las vacunas está demostrado científicamente.

Del mismo modo, está demostrado empíricamente que llevar mascarillas no produce hipoxia ni reduce los niveles de oxígeno, por lo que esgrimir la libertad en estos casos carece de sentido. Del mismo modo, cuando algo pasa a estar penado por la ley, como es el caso de usar mascarilla obligatoria, la libertad pierde toda la fuerza frente a las sanciones legales.

Lejos de haber un público homogéneo, el pasado domingo se juntaron en Colón los asiduos ultraderechistas con otros grupos menos dados a manifestaciones de este tipo, como los antivacunas.

“Me ha sorprendido el compendio de gente diferente. Por un lado, había una clara rama de extrema derecha con consignas como ‘Pedro Sánchez, dimisión’ o proclamas contra los masones, que conectan claramente con el franquismo. Y, por otro, los enmarcados en pseudociencias, como los antivacunas y los que llevan años planteando las curas de las enfermedades terminales mediante flores o cualquier invento”, apunta Fouce.

Para ver su relación con la extrema derecha basta con echar un vistazo al perfil en redes sociales de Resistencia Democrática de España para comprobar que los mensajes xenófobos, machistas y homófobos están a la orden del día.

No es sorprendente que sean los grupos de ultraderecha y los simpatizantes de esta ideología los que se crean a pies juntillas las conspiraciones de estos movimientos. Está demostrado científicamente. “Los grupos cuya identidad está ligada a valores sociales tradicionales y que protegen el status quo sociopolítico existente tienen más probabilidades de creer en teorías de conspiración. Estos son, como era de esperar, a menudo grupos autoritarios de derecha y aquellos con una orientación de dominación social (supremacistas blancos, por ejemplo)”, señala un artículo del doctor en Psicología John M. Grohol publicado en la revista Psych Central en abril de 2020.

“A través del interés ideológico y de la promesa de una cura o de una salvación logran conseguir más adeptos, pero para nada es sin interés y sin ánimo de lucro”, detalla Fouce, que apunta que quien está detrás de todos estos movimientos están relacionados entre sí. “Los que nos dedicamos a tratar a familiares del tema antivacunas o de pseudociencias nos conocemos todos y sabemos quién es quién y se van cambiando las caretas”, señala.

El mensaje de los antivacunas, el 5G y las distintas teorías de la conspiración frente al coronavirus ha calado entre los famosos. Miguel Bosé o Enrique Bunbury son sólo algunos de los rostros conocidos que se han alzado como estandartes de esta lucha a la contra. De hecho, la influencia de Don Diablo va más allá de sus canciones y tiene mucho que ver en lo que crean sus más de tres millones de seguidores en redes sociales.

“Los rostros conocidos dan credibilidad a un discurso. Tendemos a confundir que alguien que es famoso, por ejemplo, por la música transfiere ese conocimiento a otras áreas”, señala Fouce. “Eso es un problema. Es lo mismo que ocurrió con Tom Cruise y la Cienciología. Si alguien que está en la cúspide, que es rico e inteligente, piensa esto será que es verdad”, apunta.

Teniendo en cuenta el problema de salud pública que supone que miles de personas “no crean” en el virus y se nieguen a seguir las medidas sanitarias,  frenarlas o abrirles los ojos resulta primordial. Pero resulta más difícil conforme estén más arriba en el sistema. De nuevo, igual que sucede en las sectas.

“A los que dirigen desde arriba, que tienen una agenda y se están llevando un rédito por ello, es muy difícil convencerles porque aprovechan esto para ir contra Pedro Sánchez o contra los masones”, detalla el psicólogo, quien apunta que para los demás hay que empezar por las medidas de sanción.

Para el resto, hay tratamiento, que tiene que estar basado en lo poco demostrable que haya y en los sentimientos. “Es muy importante la empatía, a los que dicen que no ven el virus hay que mostrarles la UCI de un hospital, hablar con un enfermo o con alguien que ha perdido un familiar”, recomienda.

Para Fouce, en estas personas priman las emociones, ya que así el discurso cala mucho más fácil. Por lo que una cifra de contagios o muertos, pese a que sea elevada, pero que piensan que es inventada, no les transmitirá nada.

Para acabar con todo, lo mejor es darles de su propia medicina o vacuna.  Lejos de que un grupo quiera cambiar el orden mundial con la covid-19 o dominar el mundo, los verdaderos poderes fácticos se encuentran detrás de las teorías conspiranoicas. Fouce lo señala con firmeza: “Hay que decirles quién está detrás y quién se está lucrando cuando ellos dicen que a alguien, como Bill Gates, le interesa la pandemia”.

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Soy redactora de LIFE en El HuffPost España y mi misión es acercarte la última hora del mundo de la cultura, la música y el entretenimiento.

 

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Escribo principalmente de música, cultura, cine, series y entretenimiento porque, aunque sirva para desconectar, bailar o echar un rato entre palomitas, la cultura esconde mucho más. Evitando el elitismo, trato de tender la mano a las nuevas tendencias de la industria musical o del audiovisual a través de entrevistas con artistas emergentes —que pronto dejarán de serlo— y compaginarlo con el análisis de lo más mainstream como Taylor Swift o Bad Bunny.


En estos ocho años he cubierto los Goya, los Oscar, el Benidorm Fest o Eurovisión. Sí, soy la responsable de los memes que han inundado la cuenta de X de El HuffPost en Eurovisión. Siempre buscando un contenido cercano, sin perder el rigor, contando más allá de lo que se pueda ver en la pantalla.
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Mi trayectoria

Nací en Málaga, donde estudié Periodismo por vocación en la Universidad de Málaga, entre playlists de Spotify, discos y conciertos. Antes de incorporarme a El HuffPost en 2017, colaboré diversas revistas culturales y de entretenimiento. En 2016 trabajé en el departamento de comunicación de UPHO Festival, un festival de fotografía contemporánea urbana parte del proyecto europeo Urban Layers. Y, aunque sigo echando de menos Andalucía, me trasladé a Madrid para estudiar el Máster en Periodismo Cultural en la Universidad CEU San Pablo. En 2018, compaginé mi trabajo en El HuffPost con la coordinación de proyecto de la Bienal de Arte Contemporáneo de Fundación ONCE celebrada en CentroCentro. Desde 2017 trabajo en El HuffPost España, donde he logrado una nominación a los premios GLAAD y ser finalista de los Premios Papageno en 2022.

 


 

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