Los seis discursos de la reina

Los seis discursos de la reina

Las intervenciones más importantes de Isabel II evidencian los cambios y los altibajos que se han producido durante las siete décadas de su reinado.

Un momento del primer discurso de la entonces princesa Isabel, acompañada de su hermana Margarita, en 1940.

De 1940 a 2020. Desde la II Guerra Mundial a la irrupción de la COVID. La relación con las colonias británicas y los escádalos matrimoniales de sus hijos. De la radio en directo a las diferentes redes sociales. Los temas y los modos de difusión de las intervenciones públicas de Isabel II cambiaron según lo hacía el mundo. Durante 80 años, la reina se sirvió de sus discursos para, en un primer momento, presentarse a la sociedad británica y mundial como una servidora, posteriormente defenderse de las críticas y mostrar su lado más personal, y para recuperar -o al menos no seguir perdiendo- el apoyo popular a la institución monárquica.

Una adolescente habla a la nación

“Al desearles a todos buenas noches siento que estoy hablando con amigos y compañeros que han compartido con mi hermana y conmigo muchos buenos momentos”. Estas fueron las primeras palabras públicas de la que era en 1940 una adolescente de 14 años y que unos pocos años después acabaría siendo la reina Isabel II. Un discurso retransmitido por la radio en un programa infantil de la BBC y que para varias generaciones supuso el primer recuerdo que tuvieron de su reina.

Acompañada de su hermana Margarita, y en plena II Guerra Mundial, en esos tres minutos y 18 segundos de discurso ya parecen estar las claves de todo su reinado: una siempre medida cercanía con el pueblo, un llamado constante a la unidad, al sacrificio personal y a la responsabilidad por el bien superior de la nación.

Pero más allá de las palabras que pronunció, casi importó más desde donde lo hizo: el Castillo de Windsor. Durante el conflicto, la familia real abandonó Londres, pero no se fue del país como le recomendaron para garantizar su seguridad. Esto hizo que su popularidad aumentara entre la población ya que les unía la vivencia de haber sufrido el miedo y las restricciones provocadas por los bombardeos alemanes.

Desde luego esos años de juventud en medio de la guerra, en los que Isabel II acabaría en el ejército haciendo de conductora y mecánica, forjaron su carácter y los ideales que pondría en práctica durante su reinado.

Una promesa de servicio

En 1947, con motivo de su vigesimoprimer cumpleaños, la heredera al trono se presentó al mundo desde Sudáfrica. La determinación y la naturalidad con la que la joven anunció su firme compromiso con su papel como monarca y su vocación de servicio a los países de la Commonwealth supusieron una suerte consagración en la escena internacional y un importante alivio a los monárquicos británicos que habían sufrido en la abdicación de su tío, Eduardo VIII, un fuerte varapalo a sus convicciones y certezas.

Cuentan que el discurso, escrito por un periodista del Times, arrancó lágrimas de su abuela, la Reina María de Teck. Y una de sus frases ha quedado como una de las más recordadas de su reinado. “Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, ya sea larga o corta, estará dedicada a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.

Hace dos años la propia Casa Real británica recordaba en redes sociales la cita con motivo de la conmemoración del 70 aniversario de la Commonwealth. La intervención muestra además el paso de la radio a la televisión como medio de comunicación predominante.

Tradición y cambios

“Las ceremonias que han visto hoy son antiguas, y algunos de sus orígenes están velados en las brumas del pasado. Pero su espíritu y su significado brillan a través de los tiempos, tal vez nunca más que ahora”, dijo la nueva reina en su propia coronación. En ese estrecho equilibrio entre tradición y concesiones a la modernidad, se celebró la ceremonia. Era el 2 de junio de 1953, 16 meses después del fallecimiento de su padre, y la monarca tenía apenas 26 años.

El lugar, el rito, los participantes, la carroza, incluso la propia corona, eran calcados a los que habían participado en las coronaciones de los siglos anteriores. Pero hubo un cambio radical, en lo que supuso una de sus primeras decisiones importantes como monarca: la ceremonia fue televisada, excepto el momento considerado más sagrado. Se calcula que 20 millones de personas, el 40% de la población de Reino Unido, vio por la pantalla un evento que hizo que se disparasen las ventas de televisores.

Las voces más tradicionales, incluidas las del primer ministro Winston Churchill, argumentaban que si se mostraba a la población el rito, la monarquía perdería ese aurea de magia y misterio que en esa época aún la rodeaba. Mientras que Isabel II, convencida sobre todo por su marido, Felipe de Edimburgo, creyó que era una forma de acercar la institución a la sociedad y ofrecer un motivo de alegría tras los duros años de posguerra. Por una vez, el tiempo no le dio la razón a Churchill.

1992, el ‘annus horribilis’

Tenía que ser el año de celebración de 4 décadas de reinado, pero pronto comenzó el goteo de desgracias para la Reina. En marzo el príncipe Andrés -dicen que su favorito- anuncia la separación con su esposa, Sarah Ferguson, quien unos meses después copa las portadas de los tabloides en topless. En abril la que anuncia su divorcio es la princesa Ana. Pero el plato fuerte llega en verano, cuando se publica el libro “Diana: su verdadera historia”, donde además de los problemas de pareja, la princesa de Gales acusa a Isabel II de frialdad frente a su trastorno alimentario y su absoluta soledad en palacio. En noviembre se confirma públicamente el romance entre el heredero del trono y Camilla Parker-Bowles. Y para rematar, solo cuatro días antes de la ceremonia, se quemó parte del Castillo de Windsor.

Con ese panorama de contexto, la Reina reconoció que vivía su “annus horribilis” y salió a defenderse de las críticas feroces que recibía la Casa Real, en particular de la prensa amarilla. Argumentó, con manos temblorosas, que la historia adoptaría “una visión un poco más moderada que la de algunos comentaristas contemporáneos” y pidió, casi en modo de súplica, a sus detractores “un poco de gentileza, buen humor y comprensión”.

Los tres minutos que salvaron la monarquía

Si en algo coinciden los analistas de la monarquía británica es que el momento más crítico del reinado de siete décadas de Isabel II se produjo tras la muerte de Diana de Gales.  Unos días de verano de 1997 que quedaron retratados con toda su complejidad en la película The Queen, protagonizada por Helen Mirren.

El cumplimiento estricto del protocolo tras el fallecimiento de una persona que ya no pertenecía a la Casa Real junto a la inacción de los primeros momentos, con la reclusión de la familia en el Castillo de Balmoral, hicieron que una parte importante de la sociedad británica se sintiera defraudada con su monarca a la que empezaron a ver como una figura aislada, fría, representante de una institución anticuada en un momento en el que el Reino Unido parecía quitarse las telarañas con Tony Blair en el Gobierno y el ritmo de las Spice girls.

Pero como un tenista que enfrenta una bola de partido, la reina reaccionó ante la avalancha de tristeza que inundaba el país y ofreció un mensaje televisado en directo, con el murmullo de fondo de quienes se concentraban a las puertas del palacio de Buckingham para honrar a Lady Di. Primero se justificó argumentando que cada uno expresaba sus emociones a su manera. Después, quiso mostrarse más cercana hablando “como vuestra Reina y como abuela desde mi corazón”. Para terminar rindió un tributo a Diana en el que no ahorró en elogios y en el que podían identificarse también trazas de autocrítica. “Nadie que conoció a Diana la olvidará nunca. […] Creo que hay lecciones que aprender de su vida, así como de las extraordinarias y emotivas reacciones a su muerte”.

Así, en poco más de tres minutos, Isabel II salvó el único match point que hizo tambalear por unos días su reinado.

La guerra contra la pandemia

En su último discurso relevante, Isabel II recordó su primera intervención pública, ochenta años antes, cuando todavía era reina, también desde el Palacio de Windsor. Otra vez desde la fragilidad, en esta ocasión la de la vejez en vez la de la adolescencia. Otra vez en un momento crítico, el de la pandemia en vez el de la II Guerra Mundial. Otra vez confinados en sus casas, los británicos escucharon en abril de 2020 cómo, igual que en 1940, Su Majestad les reconocía el dolor y los sacrificios, al tiempo que les pedía firmeza, unión y responsabilidad. “Ahora, como entonces, sabemos en el fondo qué es lo correcto”.

Pero mientras que su primer discurso solo pudo escucharse por la radio, este último se publicó también en instagram.