Rebelión a bordo

Rebelión a bordo

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Poco después de desembarcar en la Isla Mauricio hace ahora unos 6 años, descubrí con interés que Mauricio es una potencia mundial en producción de barcos, aunque no tengan ningún astillero. Los barcos que allí producen son réplicas artesanas de veleros históricos, que constituyen uno de esos socorridos objetos que a menudo llamamos "pongos", pero que en mi caso considero fascinantes, aunque suelen ser relativamente caros.

Como estuve en Mauricio algo más de un año, sin embargo, tuve tiempo suficiente de buscar la réplica del navío de la Marina Real Británica que buscaba y a un precio razonable: el Bounty. Mi fascinación por este barco se debe obviamente a las tres películas que Hollywood (todas ellas impecablemente actuadas) le ha dedicado al motín que ocurrió en ese navío en 1789.

A diferencia de muchos otros catalanes, mi interés por este "pongo" no es presumir de una rebeldía barata ante mis visitas sin ser realmente un rebelde. Nunca lo he sido, la verdad, y de hecho sospecho que las tres películas de Hollywood sobre el tema pecan de injustas con el capitán William Bligh, que al parecer, normal, lo que se dice normal, no era, pero en muchos aspectos era extraordinario.

Bligh fue un oficial de la Marina Real Británica probablemente en uno de los momentos históricos más apasionantes para los navegantes. Casi todo el globo había sido cartografiado, pero no todo, es decir, sobre el plano de la teoría aún era posible hacer un enorme descubrimiento. Bligh participó como maestro de navegación en el tercer viaje del capitán Cook, en el que intentaron sin éxito cruzar el estrecho de Bering para encontrar el Paso del Noroeste, que era justamente una de esas grandes zonas pendientes de cartografiar. La navegación marítima había progresado enormemente desde el inicio de la era de los descubrimientos, pero aún quedaban grandes territorios por descubrir, incluso un continente entero (la Antártida, a la que Cook se acercó sin llegar a avistarla), por lo que se trata probablemente del momento histórico en el que un buen navegante pudiera lograr potencialmente mayor gloria con los menores riesgos físicos.

Después de navegar con Cook, y recién acabada la Guerra de Independencia Americana, las misiones en la Marina Real escaseaban, por lo que Bligh pasó a la marina mercante, en la que tenía un confortable salario de 500 libras anuales. Durante este tiempo Bligh apadrinó al joven patricio Fletcher Christian, a quien le enseñó todos los secretos de su arte. El trabajo de marino mercante era demasiado fácil para Bligh, que como todo buen caballero de su época aspiraba a la glorias mayores, y en cuanto le asignaron la misión de comandar el Bounty no lo dudó aunque el sueldo fuera de solamente 70 libras al año.

Bligh reclutó a Christian y a 42 hombres más en una misión consistente en transportar la fruta del pan de Tahití a Jamaica, en donde se suponía que acabaría siendo alimento barato para los esclavos de las plantaciones inglesas. Hace falta recalcar que el capitán de un barco de la Marina Real a finales del siglo XVIII era un dictador plenipotenciario. En el caso de Bligh, era incluso el tesorero del Bounty, lo que era inusual, ya que otro oficial solía ejercer este cargo. Bligh tenía además un camarote de tamaño desproporcionadamente grande.

El viaje empezó con mal pie, porque las órdenes de zarpar llegaron tarde y se perdió la ventana de oportunidad adecuada para avanzar por el cabo de Hornos, que era la orden inicial y que Bligh intentó doblar pese a todo tres veces antes de renunciar y tomar rumbo al cabo de Buena Esperanza, de acuerdo con sus órdenes alternativas. Fondearon cerca del cabo, donde pasaron varias semanas antes de retomar el rumbo al Índico. Parece que en Sudáfrica Bligh le prestó a Fletcher Christian una cantidad importante de dinero.

Además de mal tiempo, Bligh tuvo bastante mal ojo al embarcar a Huggan, un cirujano borracho que mató involuntariamente al marinero Valentine con una sangría mal hecha. Huggan intentó cubrir su inepcia alegando que Valentine tenía escorbuto, lo que era falso. Bligh, que hasta entonces había mantenido una disciplina casi obsesiva solamente en la limpieza, empezó a aplicar unas nuevas recetas dietéticas muy estrictas que afectaron gravemente a la moral de la tripulación.

Creo que la denominación más adecuada para lo que está ocurriendo en Cataluña es la de motín, y el motín del Bounty es lo más parecido a un motín exitoso dentro de la historia de los motines.

Finalmente, después de este accidentado periplo, el Bounty llegó a Tahití en octubre de 1788, en donde Bligh fue calurosamente recibido por el jefe Tynah, que recordaba a Bligh de su anterior viaje con el capitán Cook. Durante los meses que el Bounty pasó en Tahití hasta que maduraran los más de mil plantones que debían transportar a Jamaica, Bligh se mantuvo casto, mientras que los marineros llevaron un estilo de vida, digamos, licencioso. Parece que esto no molestó demasiado a Bligh, pero de algún modo acrecentó su obsesión por la limpieza, y llegó a imponer la disciplina con azotes. Según algunos historiadores, Bligh no era sin embargo cruel, y azotaba donde otros colgaban, y regañaba donde otros azotaban.

El Bounty zarpó rumbo al Caribe en abril de 1789. En una parada en Tonga, Bligh ordenó a Christian ir a buscar agua y madera, pero sin armas, para no provocar a los nativos, que Bligh recordaba como poco amistosos. Christian no pudo cumplir su misión, y Bligh recibió a Christian de vuelta al Bounty con un desagradable insulto ("cobarde bellaco") que Christian nunca perdonó. Bligh tenía una lengua mordaz, y parece ser que siguió humillando a Christian, de forma relativamente gratuita para muchos, que empezaron a sospechar que Bligh quizás era un lunático (y puede que no se equivocaran).

El 27 de abril, Bligh acusó a Christian de robarle unos cocos de su suministro personal, lo que al parecer fue la gota que colmó el vaso del orgulloso Christian, que de cobarde tenía más bien poco. Al día siguiente, a las 5 de la mañana, Christian y cuatro marineros irrumpieron con mosquetones en el camarote de Bligh. El motín se saldó sin sangre, y al parecer, con poca resistencia, pero una vez habiendo controlado el barco, Christian constató con sorpresa que la mayoría de los marineros se mantenían leales a Bligh, al que embarcó en una chalupa junto a 18 tripulantes porque no cabían más.

A partir de ese momento el destino de los dos hombres se separó para siempre. Parece que antes de subir a la chalupa, Bligh le dijó a Christian, de quien en tiempos mejores había sido amigo: "¡Meciste a mis hijos en tus brazos!", a lo que Christian respondió: "Lo sé. Esto es el infierno". Es decir, probablemente Christian, un oficial de la marina más poderosa del mundo con un brillante porvenir por delante, estaba arreprentido de su triunfo sobre Bligh en el mismo momento de lograrlo, pero ya era demasiado tarde para echarse para atrás.

En una de las mayores hazañas de la historia de la navegación, Bligh, armado con solamente un sextante y un cronómetro, pero sin mapas ni brújula, puso rumbo a un puerto holandés en Timor Oriental, a 6700 kilómetros, y llegó en 41 días con la pérdida de un solo hombre durante el trayecto pese a las terribles penalidades. Desde allí, Bligh embarcó de nuevo a Londres, en donde fue recibido como un héroe.

Fletcher Christian, los amotinados y los hombres que no pudieron embarcar con Bligh volvieron a Tahití, pero Christian sabía que Bligh era capaz de regresar a Londres, por lo que una expedición de castigo era muy probable. Antes de regresar a Tahití, los amotinados notaron que la isla Pitcairn estaba mal cartografiada en los mapas oficiales, por lo que constituía un refugio casi perfecto. Ya en Tahití, Christian no dudó en contarle al jefe Tynah y a los tahitianos una elaborada fábula, según la que el capitán Cook (que llevaba bastantes años muerto) y Bligh le habían enviado para pedirle que les ayudase a crear un nuevo asentamiento.

Durante todo su periplo, Christian tuvo muchísimos problemas para mantener la disciplina, y de hecho la mayor parte de amotinados decidió quedarse en Tahití, donde algunos murieron peleando entre ellos, y otros en el naufragio del Pandora, el barco que efectivamente la Marina Real acabó enviando para apresar a los amotinados. En septiembre de 1789 Christian, junto a 8 amotinados y 18 tahtianos, de los que 12 eran mujeres, zarpó hacia Pitcairn, donde creó su pequeña y remotísima colonia.

Bligh, por su parte, continuó su carrera con honores, sirviendo junto al almirante Nelson en la victoria de la batalla naval de Copenhague, por ejemplo. Con una merecida fama de disciplinario a sus espaldas, Bligh fue nombrado gobernador de Nueva Gales del Sur en 1805. Llegó a Sydney en 1806, y en 1808 hubo de huir de nuevo, al ser la colonia objeto de una nueva rebelión, en la que al parecer se enfrentó a un empresario local por el control del lucrativo monopolio del ron. El consejo de guerra que juzgó a Bligh le exculpó de nuevo, pero dos motines en menos de 20 años parece que fueron demasiados para la carrera de Bligh, que aunque llegó a contraalmirante nunca más ejerció funciones de alta responsabilidad.

La isla Pitcairn fue redescubierta en 1824, y en 1838, más de 40 años después de la muerte de Christian, pasó a formar parte de la Commonwealth con la primera constitución del mundo que reconoció el voto femenino. Pitcairn tiene hoy 56 habitantes, y ninguno de los colonizadores pioneros regresó jamás a Inglaterra.

Hace unas semanas, dudaba al calificar lo que está ocurriendo hoy en Barcelona como una revolución o como un golpe. Hoy creo que la denominación más adecuada para lo que ocurre es la de motín, y el motín del Bounty es lo más parecido a un motín exitoso dentro de la historia de los motines. Y los que se creían que amotinarse es muy fácil o que sale gratis ya se empiezan a dar cuenta de que no es así.