Capítulo XII: El luchador

Capítulo XII: El luchador

Pescanova decidió echar un vistazo a los antecedentes de los protagonistas del caso. Encontró algo, vaya si lo encontró. Mimosín, Mister Proper y el Gigante Verde aparecían en un expediente sobre una agresión.

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Nos encontramos en Marketinia, una ciudad habitada exclusivamente por logotipos publicitarios y personajes de los anuncios. Nuestra historia comienza el día en que la policía encuentra el cadáver de Mimosín, el osito del suavizante. Parece haber sido asesinado. Y de forma no demasiado suave. El Capitán Pescanova, un exmarino reciclado a poli, es el oficial a cargo del caso. Tras hablar con Mister Proper, el desconsolado novio del peluche, el Capitán interroga a su primer sospechoso, el que fuera anterior pareja de Mimosín, el Gigante verde, que se muestra tan destrozado o más que Mister Proper.

Después de comer, en la comisaría, Pescanova decidió echar un vistazo en los archivos policiales a los antecedentes de los protagonistas del caso. Imaginaba que no habría nada de interés, pero no perdía nada por probar. Y para su sorpresa, encontró algo, vaya si lo encontró. Mimosín, Mister Proper y el Gigante Verde aparecían conjuntamente como implicados en un expediente sobre una agresión hacía aproximadamente año y medio. Se les acusaba de haber propinado una tremenda paliza a alguien. Finalmente, habían sido puestos en libertad por falta de pruebas, pero el agente a cargo del caso había dejado constancia en una nota a pie de página de que él estaba convencido de su culpabilidad. Había un cuarto implicado además de ellos: Mister Crujidor, aquel personaje de lucha mexicana que en la época anterior a Marketinia anunciaba Natillas con trocitos de galleta Oreo, irrumpiendo brutalmente en las vidas de los pobres consumidores, al grito de "¡Cruje tu rutina!". El Capitán pensó que aquel era su día de suerte, porque precisamente Mister Crujidor había sido arrestado 48 horas antes por un asunto de apuestas ilegales y ahora mismo estaba encerrado en los calabozos de la comisaría. De modo que decidió bajar a hacerle una visita.

- Vengo a ver a Crujidor -le dijo al agente que hacía guardia en la puerta.

- Celda 3 -respondió este lacónicamente activando la apertura automática de la reja que daba acceso al interior.

Pescanova entró y caminó hasta la tercera jaula. El resto estaban vacías. Encontró a Mister Crujidor haciendo flexiones verticales, utilizando la litera de arriba a modo de espaldera. Le recordó a Robert de Niro en El cabo del miedo de Scorsese. Le gustaba aquella peli. En realidad, le gustaba cualquier película en la que salieran barcos, y aquella acababa con una escena con barco.

- Hola Crujidor -saludó nada más ver al prisionero.

- Ay, pues si es nada menos que el Capitán Ceviche -contestó el luchador sin abandonar su ritual de ejercicios.

- Dime, ¿qué tal te tratan? -preguntó Pescanova ignorando el chascarrillo sobre su nombre.

- ¿Y usted que cree, compadre? Me tratan mal, pero que muy mal. En esta cárcel la comida es una puritita bazofia. Ni una enchilada, ni unas míseras quesadillas. Esto es el mismísimo infierno.

- No se de qué te quejas, grumete. ¿En qué otro lugar te iban a dar una pulserita de Todo incluido sin pagar nada a cambio?

- Ay, es usted muy gracioso, Capitán. ¿No se lo dijeron nunca?

- Dime una cosa, Crujidor -prosiguió el marino volviendo a hacer caso omiso del sarcasmo- ¿en esas peleas clandestinas que organizas para sacarle la pasta al primer pardillo que encuentras, tú de qué haces? ¿del que gana o del que se deja ganar?

- Oiga, güey, ¿ha venido usted a alguna cosa en concreto o simplemente a andarme tocando las pelotas?

- No, sencillamente quería saber si eres consciente de tu situación. Verás, estoy a cargo de un caso, y hace un rato, siguiendo un procedimiento rutinario...

- ¿Un procedimiento qué? -le interrumpió bruscamente el mexicano.

- ... Rutinario -respondió Pescanova sin entender el súbito interés de Mister Crujidor.

- ¿Rutina? ¡No! -replicó a voz en grito el enmascarado, descolgándose de la litera y acercándose a toda velocidad hasta los barrotes - ¡Cruje tu rutinaaaaaaaaaaaaaaa!

- Joder, grumete, no me puedo creer que sigas con esa gilipollez -contestó el Capitán poniendo cara de por qué tengo que aguantar esto- bueno, veamos qué tal vas de memoria. Hace cosa de dos años, un 23 de diciembre, tú y otros tres amiguitos tuyos le pegásteis una paliza a un tipo.

- ¡Pero si nos declararon inocentes! -protestó Crujidor.

- Por falta de pruebas. Sí, tu sabes que a veces la justicia no es capaz de cumplir con su función por culpa de esa dichosa máxima que dice que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario.

- O sea, que usted no cree en la justicia...

- Al contrario, amigo mío, creo firmemente en ella. En lo que no creo tanto es en los jueces. Pero nos estamos yendo por las ramas, necesito que me cuentes exactamente lo que pasó aquella noche.

- No mames, güey, no te puedo contar algo que no hice...

- Escucha, grumete -el Capitán empezaba a impacientarse con la actitud de su prisionero- sería una pena que se me perdieran las llaves de esta celda. Habría que buscar a un cerrajero para sacarte de aquí y no te imaginas la lista de espera que hay para que te atienda uno de ellos. Acabarías pasando con nosotros mucho más tiempo del que tenías previsto. Por el contrario, también podría suceder no solo que no las pierda, sino que además encuentre el teléfono de cierto restaurante que prepara los mejores tacos de la ciudad y si lo pides hasta te los traen unos mariachis que te dan una serenata mientras cenas.

- Muy bien, muy bien, compadre, usted gana. ¿Qué quiere saber?

- ¿De qué conocías a esos tres? -comenzó el Capitán mientras cogía una silla del pasillo, se sentaba delante los barrotes y sacaba un cuaderno y un boli.

- Al osito y al calvo no los conocía. Le juro que era la primera vez en mi vida que les veía. El gigante fue quien me contactó. Nos conocíamos del gimnasio. Me dijo que un amigo suyo necesitaba un tipo fuerte para un trabajito.

- ¿Qué clase de trabajito?

- Ay, pues no me lo contó. Imaginé que era para darle un susto a alguien que le debía plata. Esa clase de trabajito, pero me equivocaba, era algo mucho más retorcido.

- ¿Retorcido? -preguntó el Capitán intrigado.

- Sí, ese osito era una especie de psicópata. Creo que era por culpa de la destellina. Me pareció que le daba demasiado duro. Y todos saben que esa droga puede volverte loco.

- Bueno. Cuéntame qué pasó. Todo lo que recuerdes.

Mister Crujidor se acordaba de aquella noche como si fuera la de ayer. Todo había sido tan delirante... Habían quedado a las 11 y media en la cafetería de la estación de tren. Era un 23 de diciembre. Hacía un frío que pelaba y el lugar estaba prácticamente desierto. Nada más llegar, les vio. Junto al gigante había otros dos tipos que el mexicano no conocía: uno era calvo y musculoso, el otro, que resultó ser el que estaba al mando, era un osito de peluche. Sin mediar palabra, el osito pagó las consumiciones y les indicó por señas que le siguieran. Salieron por la puerta de la cafetería que daba al andén. Una vez allí, les condujo hasta una zona poco iluminada, entregó a cada uno un jersey negro de cuello vuelto y un pasamontañas a juego y les ordenó que se los pusieran. Luego les explicó el plan.

- En este momento son las 11.52. Dentro de cinco minutos llegará un tren. De él bajará un hombre. Es joven, unos treinta y pocos años. Melena corta ochentera, bien afeitado. Llevará seguramente un petate o una bolsa de viaje a la espalda. Él es nuestro objetivo. Yo saldré al andén a esperarle. Vosotros aguardaréis ocultos detrás de esta columna. En cuanto el sujeto aparezca, os haré una seña con la mano. Lo que tenéis que hacer es cogerle pero procurando no llamar la atención del resto de los pasajeros. Que uno de vosotros salga a su encuentro y le abrace, como si le conociera y hubiera ido a recibirle a la estación. Luego, le arrastrará hacia aquí y le pondremos este trapo con cloroformo en la boca y este saco en la cabeza. Después de eso, nos lo llevaremos a una nave abandonada que hay al otro lado de las vías. Allí os explicaré la segunda parte del plan. Ah, y una última cosa, a partir de este momento, nada de nombres. Haremos como en Reservoir dogs: yo seré el Señor Negro, el gigante, el Señor Verde, Crujidor, el Señor Amarillo y tu, Mister Proper, el Rosa.

- ¿Y porqué me toca a mi el Rosa, si puede saberse? -inquirió éste último.

- Pues porque eres el más maricón de todos, porqué va a ser -le contestó el gigante.

- Mira, judía verde de mierda, como me empieces a joder, te... -saltó Mister Proper encarándose al grandullón color esmeralda, pero un grito del osito le paró en seco.

- ¡Basta! no quiero gilipolleces. Hemos venido aquí a hacer algo importante y no pienso permitir que jodáis mi plan con vuestras peleas de parvulitos, ¿está claro? -los demás asintieron con un murmullo- muy bien, pues al lío.

Crujidor estaba bastante desconcertado por toda aquella situación, pero antes de que pudiera preguntar nada, la megafonía anunció que un tren estaba a punto de hacer su entrada en la estación y el peluche se separó de ellos adentrándose en la zona iluminada del andén. Unos segundos más tarde, el tren se detuvo y empezaron a bajarse pasajeros que se encaminaban apresuradamente hacia la salida de la estación. Los tres forzudos se mordían las uñas de impaciencia. El osito, en cambio, parecía extrañamente tranquilo. Y entonces, cuando todos los viajeros se habían dispersado y parecía que ya no quedaba nadie, apareció él. Ni siquiera hizo falta que diera la señal, porque era tal como el osito le había descrito. El calvo salió a buscarle, le abrazó con entusiasmo y le atrajo hacia donde esperaban los otros dos, que ejecutaron a la perfección su parte. A los pocos minutos, con el bulto cargado a la espalda del gigante, tras cruzar las vías y andar un pequeño trecho, entraban por la puerta de la nave. Era probablemente un almacén que ya no se usaba. Estaba completamente vacío. Había polvo y suciedad por todas partes.

- Atadle ahí -ordenó el muñeco de peluche señalando una vieja butaca de oficina con ruedas tirada en el suelo.

Entre los tres le sentaron en la silla y le ataron a ella. El pobre hombre intentó resistirse todo lo que pudo pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Trató de gritar, pero la mordaza ahogaba sus aullidos de terror.

- Perfecto -dijo el osito en cuanto se aseguró de que la presa estaba completamente inmovilizada-. Señor Rosa, saca los bates.

Nada más escuchar estas palabras, Mister Proper sacó de una bolsa que llevaba a la espalda, cuatro bates de béisbol, tres de tamaño estándar y uno en formato infantil. Le entregó éste último al peluche y los otros a sus compañeros. Ese fue el instante en el que Mister Crujidor estalló.

- ¡Un momento, un momento, no más! -exclamó sacándose el pasamontañas-. Ustedes me contrataron para este asunto, pero no me explicaron nada y a mí, antes de dar una paliza a alguien, pues me gusta saber quién es y si de verdad se la merece.

El osito se le quedó mirando fijamente. Luego, muy despacio, se quitó también su pasamontañas.

- ¿Qué si se la merece? -le preguntó muy serio-. Dime una cosa, Señor Amarillo, ¿tú eres religioso?

- Por supuesto, todos los mexicanos lo somos -contestó éste muy serio.

- Entonces supongo que conocerás la parábola del hijo pródigo -continuó mientras sacaba una papelina con unos polvos amarillos brillantes y aprovechaba para prepararse una generosa raya de marketinina- ¿alguien quiere?

- ¿No crees que ya te has metido bastante por hoy, osito? -le reprendió Mister Proper.

- ¡He dicho que nada de nombres, gilipollas! -replicó el peluche hecho una furia- y me meto lo que me sale de mis afelpados cojones, ¿está claro? -Y sin más, enrolló un billete y esnifó la sustancia- Bien, ¿qué os estaba diciendo?

- Lo del Hijo Pródigo... - le recordó el gigante.

- Ah sí, eso -asintió Mimosín-. Como no tenéis pinta de ser católicos fervientes, os refrescaré la memoria. Un padre tiene dos hijos, y un día, el pequeño, que tiene un morro considerable, va y le dice: papá, adelántame la mitad de la herencia que me corresponde, que me voy a vivir la vida. El tío se va y tras pulirse toda la pasta en putas, vuelve a casa con el rabo entre las piernas. Y el padre, que, todo hay que decirlo, es un gilipollas, va y le monta un fiestón de bienvenida. La parábola se acaba ahí y la Biblia no dice lo que pasa luego, pero como os podéis imaginar, en cuanto termina la fiesta, el muy hijo de puta le levanta a su viejo el resto del dinero y vuelve a desaparecer. Dad por seguro que eso es lo que hizo. Pues bien, aquí donde me veis, yo soy un tío bastante religioso, pero si os digo la verdad, nunca he entendido esta gilipollez de parábola. Lo que tenía que haber hecho el padre era darle una buena mano de hostias a su hijo. Pero no, fue y le organizó una fiesta. Tíos como estos hay en todas partes, y toda mi vida me han repateado, porque siempre se salen con la suya... Hasta hoy. Porque este infeliz que tenéis delante y que, a juzgar por el aroma que desprende, se acaba de cagar encima, no es otro que el puto hijo pródigo de la publicidad. Mientras nosotros currábamos como cerdos cada jodido día de nuestras vidas, este capullo se limitaba a volver a casa una vez al año, por Navidad. Se ponía ciego de langostinos, le sacaba los ahorros a sus abuelos, y antes de que a su madre le hubiera dado tiempo a quitar el Belén ya se había vuelto a pirar.

- Pues claro, por eso me sonaba tanto su cara, ¡es el del Almendro! - exclamó el gigante.

- El que vuelve a casa por Navidad. Pues a mí me gustaba la canción -añadió Mister Proper en un acceso de nostalgia, y empezó a canturrear- Vuelve, a casa vueeeeeeeelve...

- Exactamente, -continuó el osito reprimiendo las ganas de darle un guantazo a su alopécico compañero- el puto protagonista del anuncio del Almendro. Ya me jodía cuando todavía me dedicaba a la publicidad, pero es que el otro día me enteré que a este tío no le habían cambiado las costumbres en Marketinia. Nosotros nos partimos el cobre para sacar esta ciudad adelante y este cabrón sigue tirándose el año entero por ahí de juerga y sólo viene a la ciudad en Navidades. Por eso he decidido que alguien tenía que darle un escarmiento, para que se entere de que nosotros no somos tan subnormales como el puto padre del hijo pródigo. Por eso estamos aquí. ¿Te ha quedado bien clarito, Señor Amarillo? ¿crees ahora que tienes razones suficientes para moler a palos a este tío o prefieres quedarte ahí sentado viendo como lo hacemos nosotros?

- No, no, yo también pego -respondió el luchador- ¿Cuándo empezamos?

- Inteligentísima decisión. Ya estamos tardando -contestó el osito-. Ala, al turrón.

- Y le dimos una tunda de mírame y no te menees -concluyó Mister Crujidor-. La verdad es que le dejamos hecho un guiñapo. Le pude ver durante el juicio y el único sitio en el que no llevaba escayola era el pelo. Y en cuanto a los piños, no le dejamos ni uno. Mucho me temo que le condenamos de por vida al turrón de Jijona. Bueno, no se quejará Capitán, se lo he contado todo, con pelos y señales.

- Espera, espera, espera, ¿me estás diciendo que le distéis una paliza a ese tío sólo porque os jodía que currara menos que vosotros? -inquirió el Capitán Pescanova.

- En aquel momento nos pareció que ese güey se lo merecía -se justificó el mexicano-, además, ese osito te miraba siempre de una manera que no podías negarte a nada.

- Ya veo, ¿y eso fue todo?

- Pues sí, luego alguien nos denunció, pero no pudieron demostrar nada, así que nos soltaron de nuevo.

- ¿Volvisteis a veros después de todo aquello?

- No, nunca más les volví a ver, se lo juro, Capitán, no he vuelto a encontrarme con ninguno de esos tres.

- Bueno, desde luego hay uno al que no volverás a ver nunca.

- ¿Por qué dice eso?

- Mimosín murió asesinado en la madrugada del sábado al domingo.

- Chinga tu madre -contestó Crujidor impresionado-, no sabía nada.

- ¿Estás seguro?

- Se lo juro, le estoy diciendo la verdad. No tenía noticia de que el osito...

- Más vale que no me estés mintiendo... Bien, me temo que esta historia que me has contado no me va a resultar de demasiada utilidad para el caso, pero de todas maneras, tendré en cuenta que has colaborado.

- ¿Me soltará?

- Puede, pero aún no. Antes tengo que averiguar otro par de cosas.

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