Pocos recuerdan al dictador de "muy cortas luces" que casi precede a Franco
Se trataba de un general indignado tras el desastre de Annual.

En 1923, España estuvo a punto de tener un dictador alternativo a Primo de Rivera. Se trataba de un general de escaso carisma, apoyado por sectores de izquierda y que quiso castigar a la clase política por el desastre de Annual.
Se trataba del general Francisco Aguilera y Egea, un militar que, aunque descrito por el historiador Javier Tusell como un hombre “de muy cortas luces”, logró ilusionar durante unos días a un sector descontento del Ejército y a figuras relevantes de la izquierda intelectual, incluido Miguel de Unamuno.
Tras una de las derrotas militares más traumáticas de la historia reciente de España, como fue el desastre de Annual en 1921 con más de 10.000 muertos, el Ejército se sintió abandonado por el Gobierno. Ese sentimiento de traición prendió una mecha que encendió conspiraciones en distintos sectores del poder.
Un dictador frustrado
Mientras Primo de Rivera comenzaba a construir su propio círculo de confianza, llamado “Cuadrilátero”, Aguilera intentó aprovechar la crisis nacional para colocarse como el hombre que enderezaría el rumbo del país.
Con el respaldo de intelectuales republicanos y ateneístas, y el eco de simpatías socialistas, su figura fue considerada seriamente para liderar una dictadura militar que purgara a la clase política responsable del colapso en Marruecos.
En Madrid, comenzaron a llamarlo irónicamente “Mulolini”, una deformación castiza del apellido del dictador italiano que había ascendido al poder poco antes. Pero Aguilera cometió un error fatal que le dejó a las puertas del poder.
La bofetada que lo borró de la historia
Su alarmante carta contra toda la clase política, enviada al conservador Joaquín Sánchez de Toca, le valió una bofetada pública del entonces presidente del Consejo de Ministros, José Sánchez Guerra. Aquella bofetada, más simbólica que violenta, fue el punto final de su breve protagonismo político.
Aguilera, más dado al reproche que a la acción, demostró su incapacidad para organizar un golpe militar real. Mientras tanto, Primo de Rivera gestionó mejor la situación, tejió apoyos estratégicos y se presentó como una alternativa “técnica” al caos político, ocupando el lugar que Aguilera nunca supo reclamar con eficacia.
