‘Tantra’, un divertido masaje tántrico para la nueva masculinidad
"Es una comedia. Y como las comedias populares de hoy en día, llega con un mínimo argumental que permita el equivoco y el chiste sobre los estereotipos compartidos".
Tras ver Tantra, la comedia de Ana Graciani y Gabriel Olivares en el Teatro Lara se vienen dos ideas a la cabeza. La primera es una pregunta, ¿por qué se piensa que las comedias son para el verano y no para todo el año? De hecho, la cartelera madrileña está llena de ellas ahora mismo. La segunda, que es el tipo de obra que no recibirá la atención de la crítica especializada, pero que sin embargo recibirá y recibe la atención del público, que en un viernes noche de agosto llena el teatro. El mismo día que más de la mitad de los españoles empiezan las vacaciones.
Porque Tantra es una comedia. Y como las comedias populares de hoy en día, tengan la nacionalidad que tengan, llega con un mínimo argumental que permita el equivoco y el chiste sobre los estereotipos compartidos.
La historia es muy simple. Un cuarentón, al que el yoga tántrico, ese que tiene connotaciones sexuales, le ha sido revelado. Una revelación que quiere compartir con su barrio. El gentrificado Carabanchel donde invierte sus ahorros y los de otro socio en un centro para dar talleres de yoga tántrico a hombres para que aprendan a usar su lingam. Y, sí, el lingam es un dios hindi que se parece lo que están pen(e)sando.
Como esos chistes de se juntan un francés, un inglés, un alemán y un español, al taller acuden tres estereotipos masculinos actuales para que se hagan compi yoguis. El heterobásico, el reprimido y el gay. El primero, porque los colegas se lo han regalado por su despedida de soltero. El segundo, porque tiene un problemilla. Y el tercero porque, sin tener ni idea de lo que es, se apunta a todo lo que sea tendencia y más si, como se dice en el barrio, aquello es una sauna, ya me entiendes.
Con tanta disparidad o diversidad, elijase el termino que se prefiera según orientación política, el conflicto ya está montado. Todos quieren saber, pero saber significa enfrentarse a los propios miedos y a las ideas preconcebidas que se tienen sobre cómo es el otro y qué es lo otro. Una de esas pequeñas batallas cotidianas, que pondrá a José Luis al borde de un ataque de nervios.
¿Qué quién es José Luis? Pues el chavalote de barrio, sanote, sensible y majete, papel que le va como un guante a Alberto Amarilla, que quiere traer el orgasmo tántrico a su barrio para que los hombres dejen la masculinidad tóxica y compartan virilidad. Y que tiene que asumir el rol de maestro yogui, porque el que tenía contratado, ha desaparecido y con él el dinero que le ha pagado.
Así que lugares comunes, se van a encontrar a mansalva. Y referencias a la actualidad otro puñado. Y, sin embargo, funciona. Y con el público, funciona mucho más. A pesar de que no se pueda dejar de pensar que se está ante una actualización de las comedias que se pueden ver en Cine de Barrio.
Se describe como actualización, porque se trata el sexo, sus miedos y deseos, con ligereza, suave, como se canta en el merengue de Elvis Crespo, y vodevilescamente. Y para hacerlo se recurre a unos buenos actores. Al citado Amarilla, se une Javier Martín, que se hizo famoso por su participación en el mítico programa de Wyoming, Caiga quien caiga, y que sigue manteniendo el punch cómico.
A los que acompañan, Max Meriges, al que le cuesta un poco salirse de la caricatura de su personaje. Y, Jorge Vidal, que está fino en lanzar la bola, es decir, en lanzar el chiste y la réplica desde un personaje tan esquemático como los otros pero que él sabe dotar de carne y huesos. Y que tiene una broma insistente, que no se contará para no destriparla o spoilearla, que hace funcionar de principio a fin cada vez que la repite. Funcionar en el sentido de que siempre sorprende, un chiste es una sorpresa al fin al cabo, haciendo reír al personal. Algo que no es nada fácil de hacer con la naturalidad que él lo hace.
¿Sería suficiente con estos actores y el tema de tan actualidad para que funcionase la cosa? Pues la verdad es que no. Sin una buena escritura y sin una buena dirección esto no tiraría para adelante. Con lo anterior se quiere decir que los que están al mando, saben que el humor necesita darse tiempo para crear una temperatura emocional en la audiencia y dejarla respirar, tomar aliento y resuello, para que pueda reír con ganas cuando toca.
En este sentido, se pretende dar a entender que es una escritura y una dirección funcionales y competentes. De quienes conocen y tiene experiencia. Buscando una reacción que le resulte placentera al público lejos del agrio debate político sobre las nuevas masculinidades, del que seguro que más de uno y de una está harto. Lejos quedan las ambiciosas Our Town de Thorton Wilder o Gross Indecendy de Moisés Kauffman que Gabriel Olivares, dramaturgo y director de Tantra junto a Ana Graciani, como se dijo al principio, presentó en el Teatro Fernán Gómez.
Aunque el currículo de los dramaturgos y directores poco importará al público que ha reído a mandíbula batiente. A este solo le interesan los actores. A la salida, muchos de ellos cogerán el programa del mes del Teatro Lara, donde la obra se anuncia los fines de semana de todo agosto, y se les verá buscando los nombres de un elenco que parecen no conocer mientras se dirigen a una terraza en la que sentarse a la fresca con la pareja o los amigos con los que ha ido al teatro. Y recordar juntos las jugadas que les han parecido más divertidas para reír de nuevo, antes de volver a casa y, si el calor lo permite, tener felices sueños tántricos.