¿Qué es la leucovorina, el fármaco que recomienda Donald Trump para tratar el autismo?
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¿Qué es la leucovorina, el fármaco que recomienda Donald Trump para tratar el autismo?

El presidente de Estados Unidos reivindica el ácido folínico, empleado desde hace décadas en cáncer y anemias, en el mismo acto en el que culpa al paracetamol del origen del autismo.

Donald Trump y Robert F. Kennedy, en la Casa BlancaKevin Lamarque

En el universo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la medicina funciona a golpe de ocurrencias y rumores, poco importa que no haya evidencias científicas sólidas que respalden sus afirmaciones, pero el inquilino de la Casa Blanca ha asegurado que el consumo de paracetamol durante el embarazo podría ser el origen del autismo y que la leucovorina lo arreglaría. Poco importa que el primero sea el analgésico más usado del país y que el segundo sea, en realidad, un suplemento de ácido folínico que se usa desde hace décadas en muchos tratamientos de  oncología.

La leucovorina no es un hallazgo revolucionario. De hecho, se trata de una forma activa de ácido fólico (vitamina B9) que se usa desde hace décadas en tratamientos oncológicos para proteger las células sanas de la toxicidad del metotrexato, un fármaco muy agresivo que puede resultar muy tóxico, además de potenciar los efectos de otros medicamentos en el tratamiento de ciertos tipos de anemia. Nada de esto es nuevo para la comunidad médica y científica, que conoce perfectamente sus indicaciones y limitaciones.

Lo que sí es novedad es el intento de relanzar la leucovorina como el arma que permitirá "tratar" el autismo. La FDA, el organismo que decide qué medicamentos pueden venderse en Estados Unidos, publicó justo antes de la conferencia de Donald Trump la resolución en la que da luz verde a la comercialización de una nueva versión del fármaco, que fabrica GlaxoSmithKline, amparándose en los resultados de un estudio de apenas 40 pacientes y apelando a que puede ser útil en los pacientes con deficiencia de folato, un trastorno raro que provoca síntomas neurológicos similares a los del espectro autista. Pero en política, basta para organizar una rueda de prensa para explicar un anuncio que avanzó el domingo durante el funeral del Charlie Kirk.

Lo que sí es cierto, es que algunos estudios pequeños han sugerido que la leucovorina podrías mejorar las habilidades verbales, sociales y reducir la irritabilidad en ciertos niños con autismo. Sin embargo, la propia Autism Science Foundation recuerda que los datos pertencen a "cuatro pequeños ensayos clínicos, todos distintos en dosis y objetivos”, por lo que considera que es “demasiado pronto” para hablar de eficacia real. “Podría ser una opción para algunos, pero la evidencia que tenemos es realmente, realmente débil”, ha señalado, tajante, el psiquiatra David Mandell, de la Universidad de Pensilvania.

Trump carga contra el paracetamol

El problema es que Donald Trump no se presentó como un político comentando estudios preliminares, sino como el presidente que desenmascara un culpable y ofrece la solución. Su enemigo escogido fue el Tylenol, la marca de paracetamol más consumida en Estados Unidos. El presidente republicano repitió que no debería consumirse el medicamento en el embarazo ni, tampoco, darse a recién nacidos, dando por hecho que ese uso explicaría el incremento de casos de autismo en el país. En Estados Unidos, 1 de cada 31 niños está diagnosticado con TEA, según datos publicados en marzo.

Ni una sola evidencia respaldó sus palabras. Para darle color a su teoría, llegando incluso a echar mano de un rumor: “En Cuba no tienen Tylenol porque no tienen dinero para ello y, virtualmente, no tienen autismo. Eso ya dice mucho”. Una comparación pintoresca que encajó con el estilo de su política, pero no con el consenso científico.

El Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos reaccionó casi de inmediato con un comunicado: “Las enfermedades que tratamos durante el embarazo son mucho más peligrosas que cualquier riesgo teórico”, apuntó la organización a la que, por otro lado, un macroestudio de 2 millones de niños en Suecia descartaba la relación entre paracetamol y autismo. Y aun así, Donald Trump siguió insistiendo en que el Tylenol tendríai que llevar advertencias visibles en su etiquetado.

La farmacéutica Kenvue, productora de Tylenol, también salió al paso. “Discrepamos rotundamente de cualquier sugerencia contraria a la ciencia independiente”, declaró la portavoz de la compañía, Melissa Witt, al New York Times. La firma alertó del riesgo que supone para la salud de las embarazadas alimentar ese tipo de mensajes. Recordó además que Tylenol, lanzado en 1955, genera ventas anuales de más de 1.000 millones de dólares y sigue siendo uno de los analgésicos de confianza para millones de familias.

El trasfondo de todo esto es más político que sanitario. Trump busca capitalizar el miedo a este trastorno, que va en aumento —explicado por mejores diagnósticos— para aparecer como el líder que da respuestas. Robert Kennedy Jr., su secretario de Salud y viejo adalid de las teorías antivacunas, reforzó el discurso ligando autismo con medicamentos de uso común. La ecuación es simple: si hay un culpable (Tylenol), Trump puede ser el salvador (leucovorina).

Lo que queda claro es la distancia entre la ciencia y el atril. Mientras los investigadores piden calma y más estudios para confirmar si la leucovorina tiene algún papel en el tratamiento del autismo, Trump ya la ha presentado como alternativa casi mesiánica. En su lógica, basta con prohibir el Tylenol y recetar un fármaco rescatado del cajón de la oncología para resolver una de las condiciones más complejas y estudiadas de la neurociencia moderna.

Al final, la historia se resume en una paradoja muy trumpiana: un presidente que convierte un debate médico incipiente en una cruzada política. La leucovorina, prometida como milagro, es por ahora solo un viejo medicamento con datos insuficientes. El Tylenol, convertido en villano electoral, sigue siendo recomendado por médicos de todo el mundo. Y la medicina, una vez más, sacrificada en el altar de la campaña.

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