Un alemán viaja todos los años una semana a Mallorca para buscar el silencio: "Me tumbo bajo el cielo y no hablo con nadie"
Una forma curiosa de disfrutar de la isla.
Mallorca se ha consolidado como uno de los destinos españoles predilectos para turistas extranjeros, gracias a su singular combinación de belleza natural, vibrante vida nocturna y rico patrimonio cultural. La isla deslumbra con sus playas de aguas cristalinas y calas escondidas, su clima mediterráneo cálido durante casi todo el año y su exquisita gastronomía, pero hay quien hay quien acude a Mallorca por otras razones un tanto atípicas.
Este es el caso de Manfred Rosar, un alemán que viaja cada año a la isla para disfrutar de una experiencia peculiar alejado de todo tipo de comodidades. “No reservo ningún alojamiento. Me tumbo bajo el cielo abierto de la noche en el bosque, solo bebo agua y solo como fruta, frutos secos y muesli”, aclara el hombre de 60 años a Mallorca Magazin. Este es su modus operandi durante una semana al año.
Cada mayo llega al aeropuerto de Palma sobre las nueve de la noche y, aprovechando la temperatura fresca que deja la caída del sol, camina por la costa hasta llegar a una cala aislada en el suroeste donde se asienta durante los próximos siete días. Aquí comienza un ritual de introspección y desconexión en el que abandona el bullicio de la vida moderna para sumergirse en la paz que ofrece la naturaleza.
¿Cómo sobrevive?
La cala elegida por Rosar se caracteriza por su aislamiento y belleza natural, un lugar donde la simplicidad y el contacto directo con la naturaleza permiten disfrutar al alemán de un ritmo de vida pausado. A estas pequeñas vacaciones tan solo se lleva una mochila que contiene un libro, una muda de ropa, dos toallas, un cepillo de dientes, su bañador y una pastilla de jabón, enseres imprescindibles para preservar su higiene personal.
Para lavarse utiliza agua del supermercado o de las duchas de la playa, mientras que para realizar otro tipo de funciones biológicas se basta de la naturaleza. Si alguien se está preguntando cómo se entretiene cada el día durante tantas horas de soledad, Rosar lo tiene muy claro. “Leo un libro, medito o reflexiono sobre mi vida. Por la tarde, camino unos kilómetros, normalmente en dirección a Magaluf. Entre medias, el mar me llama”, aclara.
El alemán ha convertido este viaje en una tradición que le ayuda a recargar energías y encontrar un equilibrio mental. Al final de la semana, regresa entre lágrimas al aeropuerto y emprende el viaje de vuelta a casa para reencontrarse con su mujer después de tanto tiempo en soledad. Esta experiencia le ofrece la posibilidad de reflexionar y revaluar aspectos fundamentales de su vida, alejándose temporalmente de la vorágine diaria.