"Miro hacia aquellos escandalosos hijos de puta y le digo al camarero: 'He tenido que venir a una mesa que esté lejos'. Y el camarero, con ademán triste y elegante de viejo lisboeta, se encoge de hombros, sonríe melancólico y responde: 'Ya no hay mesas lo bastante lejos'".
Llegó la hora de sustituir la tradicional idea del lugar donde se guardan o nos esperan los libros por otra idea más ajustada a los mejores objetivos escolares y a los tiempos que nos atraviesan. No digo que no haya libros, digo que no ciñamos ese espacio a esa función ni a esa representación.
Los seres humanos han usado sus mentes para pensar, crear, imaginar, soñar, destruir, adaptarse, sobrevivir... y también para transferir de generación en generación sus pensamientos (a veces en forma de ideologías) y conocimientos. Esto se hizo usando multitud de medios: verbalmente, usando el arte o la palabra escrita.
Aclaremos ante todo que no considero que todo academicismo sea elitista por definición. Lo cierto es que he encontrado tanto elitismo (o más) en otros ambientes. En este artículo me refiero solo a ese elitismo que encuentras en los mismos nervios de la academia, en los textos académicos.
Yo cuando escribo suelo coger paraguas porque basta que me ponga a escribir para que me caiga la del pulpo, pero aun así acabo empapado y con principio de neumonía: la cantidad de dudas que me asaltan me producen un desconocimiento alarmante que me hace desconfiar hasta de la originalidad de mi propia firma.
Ahora todos escribimos. Nunca antes había existido un tiempo en la historia en el que todas las generaciones de todas las clases sociales hicieran uso del lenguaje escrito. La era digital y las redes sociales auspician la pérdida del control hegemónico del lenguaje oral. Pero esta transición no está siendo fácil.
Llevo no menos de cien publicaciones y hasta la fecha he recibido -esencialmente- algunas felicitaciones, poquísimas discusiones, ninguna pregunta y una cantidad significativa de insultos y groserías difamatorias. Mientras no promueva inquietudes o preguntas en mi lector, no habré generado nada que valga demasiado la pena.
Cualquiera que consulte la lista de los libros más vendidos puede comprobar que la novela negra goza de buena salud, que el terror tiene sus adeptos, que siempre habrá románticos, pero que el núcleo duro de los lectores compulsivos se vuelve loco con la fantasía. No se trata de una moda pasajera, para disgusto de los puristas.
Muchas veces he imaginado a un tipo que no escribe nada que no guste a la gente: un tal yo. Y es fantástico, porque si al cabo de una hora su artículo no ha recibido más de 10 visitas, lo borra inmediatamente como si nunca hubiera existido, y a los dos días lo vuelve a publicar para volver a probar suerte.
Yo propondría una huelga en la escuela. No de maestros, por favor; una huelga de fraseos desganados y palabreos vacíos. Y sostenerla el tiempo que sea necesario. Bajo presión, obligar a las escuelas -a todas- a reescribir todos sus documentos; a todos los directores, maestros y funcionarios, a destruir sus discursos y a todos los profesores a deshacerse de los Power-Point.