Desde que debutó en el Madrid, con apenas dieciocho años, se le vio frío como un asesino a sueldo, con una intuición de propiedades adivinatorias, y unos reflejos más rápidos que los caprichos insólitos que suele tener la pelota dentro del área. Piernas con muelles, unos brazos que parecían multiplicarse como si fuera un pulpo.