Hay un sector de la progresía occidental que se ha convertido en un aliado perfecto del machismo benevolente, considerando a la mujer como un ser prácticamente sacrosanto y virginal, elevando la maternidad hasta cotas tan altas que casi rozan con las de la Iglesia Católica.
Estoy desnuda, mirándome al espejo, y me siento enfadada. Yo veo extremidades, piel y curvas. Pero para los políticos, mi cuerpo es sólo un posible voto. Para el colectivo provida, mi cuerpo es una máquina de hacer bebés. Para la religión, mi cuerpo es un templo. Para las empresas de publicidad, mi cuerpo es una herramienta de marketing.
En los dibujos animados no hay princesas de talla grande comiendo perdices con el príncipe de turno. Ninguna actriz así protagoniza películas junto a Brad Pitt. Gordos con gordos y delgados con delgados. Esto es así. Pero entonces, ¿qué pretendía un chico tan guapo pidiéndome salir a mí?
Blanca, veinteañera, razonablemente atractiva, delgada, hablante nativa de inglés, de buena familia. Este era mi perfil y el de la gente de mi alrededor. Cumplía bien los requisitos para trabajar en una tienda de ropa, pero no en un McDonald's al lado de aquellos que no podían permitirse algo mejor.
Referir-se a les dones grans, a les ancianes, amb la paraula «àvia», definir-les pel parentiu i obviar qualsevol altra característica, reduir-les a un pur estereotip, no és una elecció trivial i innocent.
Referirse a las mujeres mayores, a las ancianas, con la palabra «abuela», definirlas por su parentesco y obviar cualquier otra característica, reducirlas a un puro estereotipo, no es una elección trivial e inocente.