El incierto futuro de Cataluña
"Algunos jueces y determinados partidos han abordado hasta ayer mismo el «problema catalán» con una ligereza que habría que revisar como preparativo de la concordia"

Salvador Illa, a quien conocimos todos por su eficiente gestión de la pandemia y que hoy es presidente de la Generalitat, ha dado un paso relevante en la normalización de Cataluña: su encuentro con Puigdemont en Bruselas representa un paso decisivo hacia la normalización, que el Tribunal Supremo, en un rapto poco profesional, ha querido aplazar sin fundamento político para ello (a veces, el Derecho pierde su sentido si no se cierne en el harnero de la política de Estado, del sentido común).
Todo indica que el encuentro ha salido mejor de lo que las partes esperaban. Después de todo, Puigdemont, un personaje controvertible, es el primer interesado en que la normalización, un futurible aún inconcreto, llegue realmente a Cataluña. E Illa, a su regreso, ha explicado sus impresiones a La Vanguardia; y el titular del rotativo compendia en una frase el sentido del viaje que cierra la etapa preliminar del regreso al origen que nos retrotraiga a un punto manejable de concordia. La frase es esta: “hasta que Puigdemont regrese y Junqueras no vuelva a ser candidato, no habrá normalidad” en Cataluña.
Efectivamente, cuando se producen rupturas políticas como la del 1-O de 2017, la superación del conflicto resulta ardua, larga y costosa. La simple aplicación del ordenamiento no resuelve el problema. Por eso, las constituciones democráticas prevén los indultos y las amnistías, porque en momentos excepcionales no queda más remedio que utilizar la técnica del borrón y cuenta nueva. Una técnica que no puede ser aplicada cuando las infracciones son extremas o cuando ha habido un quebrantamiento grave de los derechos fundamentales, pero en Cataluña, afortunadamente, el diferendo fue incruento, por lo que no repugna a la sensibilidad democrática resolverlo mediante la dialéctica política orillando el derecho penal.
En definitiva, hoy puede decirse que el ’problema catalán’ se ha encarrilado. Que la sociedad catalana se ha apaciguado y ya no da aquellas inquietantes muestras de fractura supurante en dos mitades. Que va avanzando una solución racional que desmiente a los pesimistas que aseguraban que el contencioso con Cataluña no tenía remedio. Si todo va como está previsto, el Tribunal Constitucional zanjará las objeciones del Supremo, esas que los legos en Derecho no acabamos de entender, y que algunos ilustres juristas combaten con estupor.
Pero este panorama idílico del futuro cercano se llena de bruma cuando la mirada se eleva hacia un horizonte más remoto. Porque si bien el viejo conflicto parece encarrilado, el principal partido de la oposición, que algún día alcanzará el poder, mantiene cerradamente la tesis de que la amnistía es absolutamente ilegal y que por lo tanto ha de ser revertida para que cumplan íntegramente las penas quienes fueron condenados por los tribunales.
La tesis no parece controvertible para el Partido Popular porque Feijóo la enuncia cada vez que tiene ocasión. Ni que decir tiene que la amenaza sería todavía mucho más dura si Feijóo necesitase a Abascal para lograr la mayoría parlamentaria suficiente para su propia investidura. Es decir, si los grandes actores no reflexionan y se movilizan con ánimo sincero de convergir, el consenso originario sobre el modelo de Estado que permitió sacar adelante la Constitución se habría quebrado irremisiblemente.
La madurez de una clase política bien preparada ha hecho posible que una afectación grave de la salud democrática del país se haya resuelto. Pero en el punto actual del proceso, cuando todavía falta ultimar la cicatrización de las heridas, aún podríamos sucumbir en Cataluña. Y si hubiera una segunda vez, nadie habría de esperar que la guerra fuera galana: una nueva ruptura dejaría postrado a este país durante un tiempo inabarcable.
Así las cosas, parece que algunos jueces y determinados partidos han abordado hasta ayer mismo el «problema catalán» con una ligereza que habría que revisar como preparativo de la concordia. Y en todo caso deberían saber unos y otros que la grandeza de la democracia se fundamenta en la suavidad de las alternancias, en la capacidad de preservar el continuum constitucional que el país se ha dado y que ha de servir para evitar los saltos bruscos y los regresos al origen.
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