Empezaremos tantas veces como sea necesario

Empezaremos tantas veces como sea necesario

Como dijo André Gide, todas las cosas ya han sido dichas pero, como nadie escucha, "il faut toujours recommancer".

Imagen de archivo de la manifestación del 8M en Barcelona.JOSEP LAGO/AFP via Getty Images

                                   Este artículo también está disponible en catalán.

Como dijo André Gide, todas las cosas ya han sido dichas pero, como nadie escucha, "il faut toujours recommancer". Pues empezaremos tantas veces como sea necesario.

El alud de crímenes de género no para. A las tres semanas del nuevo año son ya siete las víctimas mortales. Ayer, 23 de enero de 2023, fueron asesinadas a navajazos Paloma Pinedo, una vallisoletana de 46 años, la número seis, y su hija de sólo ocho años, la número siete. Hacen el número 1.188 y 1.189 desde 2003, ejercicio en el que se creó el registro específico en España.

¿Qué importancia tiene conocer el nombre del asesino repugnante, si, de hecho, es el patriarcado quien mata a las mujeres? Un infeliz maltratador reincidente, como la mayoría de estos energúmenos, otro más cuyas acciones ponen en duda que la policía, los jueces, los servicios sociales y los propios entornos familiares y sociales de las víctimas y sus malhechores, estén haciendo todo lo que haría falta para detenerlo. A lo sumo, se les impone una orden de alejamiento. Y se les encubre subrepticiamente enfatizando, por ejemplo, que cuando perpetraron el asesinato estaban bajo el efecto del alcohol. No cabe duda de que la persistencia de estos crímenes abyectos se explica por la ausencia de corrección de las desigualdades y de análisis de impacto de las políticas de los poderes públicos. Y aunque nos cueste asumirlo, a todo ello debemos añadir la aceptación por parte de la mayoría de la ciudadanía de las desigualdades por razón de género.

Son muchos los factores que explican los motivos por los que las mujeres están secularmente privadas de los derechos fundamentales, discriminadas en tantos ámbitos, golpeadas, agredidas sexualmente, violadas y asesinadas. La crisis económica imperante en tantos países eleva la vulnerabilidad de las personas, las somete a un estado de miedo e incertidumbre constantes; en estas circunstancias, la masculinidad tradicional, erigida en base al patriarcado, y ahora resentida por la liberación de las mujeres, se siente herida de muerte y no tolera nada que perciba atentatorio de su identidad y autoestima, basada en la supremacía en relación con las mujeres. Hasta llegar al asesinato, si conviene.

Según la ONU, más del 70% de las mujeres sufren algún tipo de violencia en algún momento de sus vidas; no hay ningún grupo de mujeres que se libre: ni la etnia, la edad, el nivel sociocultural o la orientación sexual las eximen de ser pasto de esta pandemia. Unas agresiones que pueden presentarse en formas diversas y siempre con un sustrato de violencia psicológica. Por si fuera poco, UNICEF nos informa que una de cada 10 niñas ha sido violada o asaltada sexualmente en los primeros veinte años de su vida.

Hoy, las mujeres occidentales, en lugar de competir exhibiendo un comportamiento más masculino que el de sus homólogos varones, queremos crear una sociedad más equilibrada, no dominada por la competencia perjudicial y las guerras, uno de los juegos preferidos de los hombres. Perseguimos cambiar muchas de las reglas de la humanidad y, en este marco, el modelo de inclusión se erige como portavoz de nuevas formas de convivir saludables y equitativas.

Quizá deberíamos entender que no hay un hombre que encarne «lo masculino», ni una mujer que encarne «lo femenino», sino que todos, hombres y mujeres nos situamos en algún punto intermedio de este continuo que representa la polaridad masculino-femenino. La confusión entre este juego de polaridades y el sexo viene en parte del hecho de que identifiquemos «masculino» con hombre y «femenino» con mujer. Masculino y femenino son fuerzas o atributos que se encuentran tanto en hombres como en mujeres, pero que se manifiestan diferenciadamente en unas y otras, puesto que los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. Es decir, un hombre muy masculino no será igual que una mujer muy masculina y viceversa; una mujer muy femenina no será igual a un hombre muy femenino.

Quizás la sociedad en su conjunto, sobre todo los hombres, deberían tomar definitivamente conciencia de los cambios producidos y de que no se pueden ignorar. Reconocer y aceptar que las cosas, les guste o no, ya no son como eran y no volverán a serlo. Y esto es bueno. Otro paso es reconocer la pérdida; los hombres no van a avanzar hacia una nueva identidad más íntegra y humana si no toman conciencia del conjunto de pérdidas que supone para ellos la progresiva desaparición de su papel dominante y predominante. Este reconocimiento lleva sin duda implícito un luto al que es importante darle espacio. Al mismo tiempo, es igualmente importante que se reconozcan las ganancias, darse cuenta de que lo que parecía tan bueno, no lo era tanto; ser macho dominante también tiene (tenía) un precio para los hombres, y, a partir de ahí, trabajar las ganancias que supone la nueva condición de igualdad con la mujer, las nuevas posibilidades que enseguida se vislumbran cuando el hombre baja del pedestal de barro en el que estaba subido. Otro aspecto necesario es que reconozcan el coraje de las mujeres, el inmenso y loable trabajo que hemos realizado y estamos realizando para conseguir un mundo más justo e igualitario.

Hasta que el conjunto de la sociedad no comprenda la magnitud de lo que significa y arrastra al patriarcado, hasta que no se dé cuenta de los modelos de comportamiento nefastos que ha prefabricado para hombres y mujeres, hasta que no se asuma que una simple orden de alejamiento no sirve para nada, hasta que no se anticipe que la coyuntura de alejamiento terminará en uno, en dos, en tres asesinatos de un manotazo, hasta que todo esto no se entienda profundamente, no se detendrá el goteo de aniquilación de mujeres. Al contrario, empeorará. Asusta pensar que llegue un momento en que, ante esta masacre, las mujeres no quieran saber nada de los hombres. Hasta que no entre en el caparazón de los mandatarios que es necesario y, sobre todo, perentorio coger el toro por los cuernos, la refracción nefasta que vaticino, como a menudo empiezo a observar («que se vayan a la mierda, los hombres»; "paso de ellos", "como los odio", etc.), se acentuará más y más. Y eso sí es tener a la sociedad polarizada: los géneros enfrentados a duelo.