Las navidades políticas de Trump: Epstein, desplantes y llamadas incómodas
Insultos en redes, advertencias por los archivos que lo vinculan al pederasta, bromas con niños y una postal solemne: así ha pasado el presidente estadounidense las fiestas, sin bajar el tono ni un solo día.

La Navidad de Donald Trump no ha sido un paréntesis ni una tregua. Ha sido una prolongación exacta de su manera de gobernar: confrontación permanente, mensajes calculados y una obsesión constante por controlar el relato. Mientras la política estadounidense bajaba el volumen por las fiestas, Trump ha pasado las Navidades insultando, señalando culpables y blindándose frente a un asunto que vuelve a incomodarle con fuerza: el caso Jeffrey Epstein.
El episodio más inmediato llegó con su última “felicitación de Navidad”. Trump decidió ampliar los buenos deseos a “los muchos sinvergüenzas que adoraban a Jeffrey Epstein”, a los que acusó de haberle abandonado “como a un perro” cuando el caso se volvió tóxico y de intentar ahora cargarle a él con responsabilidades ajenas. En un mensaje largo y minuciosamente incendiario, se presentó como una excepción moral dentro de ese entorno y lanzó una advertencia directa: cuando salgan a la luz los nombres que figuran en los archivos, “habrá que dar muchas explicaciones”. Según su versión, todas apuntarán al mismo sitio: los demócratas.
El tono no surgió de la nada. Un día antes, el Department of Justice había anunciado el hallazgo de más de un millón de documentos adicionales potencialmente relacionados con el caso Epstein, cuya publicación se retrasará varias semanas por su volumen y por la necesidad de proteger a las víctimas. Al mismo tiempo, los últimos archivos ya difundidos muestran que el nombre de Trump aparece de forma significativa, algo que el presidente ha tratado de minimizar. No está acusado de ningún delito, pero el contexto explica la reacción: ataque preventivo, inversión de culpas y señalamiento de terceros antes de que los documentos vuelvan a dominar la conversación pública.
Ese estallido fue el clímax, no el inicio. Días antes, Trump ya había calentado la Navidad con una primera felicitación en la que cargó contra “la escoria de la izquierda radical”. En ese mensaje reivindicó su regreso a la Casa Blanca y desplegó, una vez más, su catálogo habitual: fronteras cerradas, rechazo a las políticas trans, mano dura en seguridad y una economía que, según él, vuelve a funcionar gracias a los aranceles. La Navidad, lejos de suavizar el discurso, le sirvió de escaparate.
Ni siquiera los rituales infantiles escaparon a esa lógica. En la tradicional llamada de Nochebuena del NORAD, desde Mar-a-Lago y junto a Melania Trump, Trump convirtió el seguimiento del recorrido de Papá Noel en una metáfora política. A un niño le explicó que vigilan a Santa para asegurarse de que “no sea un infiltrado” y de que no entre en el país un “Santa malo”. A otros menores les dejó bromas con trasfondo electoral, elogios a estados donde ganó las elecciones y comentarios que sonaron más a mitin que a cuento navideño.
En paralelo, la Casa Blanca difundía una imagen completamente distinta. La postal oficial mostraba a Donald y Melania Trump serios, vestidos de negro, bajo el sello presidencial, rodeados de luces blancas y guirnaldas verdes. El mensaje que la acompañaba era aséptico hasta el extremo: “Feliz Navidad de parte del presidente Donald J. Trump y de la primera dama Melania Trump”. Sin ataques, sin consignas, sin rastro del Trump que disparaba en redes sociales. Protocolo, solemnidad y silencio.
Ese contraste resume bien cómo han sido estas fiestas para el presidente. En la forma, institucional y contenido cuando la imagen lo exige. En el fondo, combativo, agresivo y permanentemente a la defensiva. La Navidad no ha moderado a Trump; le ha ofrecido más escenarios. Y en todos ellos ha dejado claro que no piensa bajar el volumen, ni siquiera cuando el calendario invita a hacerlo.
